/ jueves 3 de junio de 2021

Una cita directa con la democracia

El próximo domingo ejerceremos el derecho y el deber de elegir a gobernador, presidentes municipales, diputados locales y federales. La ley señala que tres días anteriores a la jornada electoral se suspende toda actividad de promoción; ello para dar espacio a los votantes de reflexionar sobre el sentido que le darán a su voto.

La elección que haga cada ciudadano, confío, estará basada en el análisis de la biografía de cada candidato, de su capacidad técnica o profesional, de su experiencia y pericia; también, de la eficiencia, eficacia y honradez que haya evidenciado en los distintos cargos públicos o privados que haya desempeñado; pero también de la propuesta que su respectivo partido político y el candidato o candidata haya hecho pública en los diversos ámbitos (municipal, estatal o federal). Sobre todo, el elector valorará la viabilidad y seriedad de las respectivas plataformas que se le presentaron y, de acuerdo con su convicción, seguramente elegirá la opción que mejor considere. Pero una cosa es importante: Como deber ciudadano, debemos salir a votar, hacer manifiesta nuestra voluntad en la boleta electoral. Ojalá podamos vencer al abstencionismo. Quien se abstiene nada dice, nada opina, deja que los demás decidan sin su participación y abre la puerta a varias formas que corrompen la democracia. Sufraguemos por los candidatos y/o el partido de nuestra elección o nuestra preferencia; pero dejemos testimonio de nuestra voluntad ejerciendo nuestro sufragio.

Lo anterior, no es algo menor. Se trata, nada más y nada menos, que el acto donde elegimos a otros ciudadanos para otorgarles el poder de gobierno, y convertirlos en ciudadanos con poder para revertir la caída del crecimiento económico y del empleo, la salida de capitales de inversión, el aumento de la población en situación de pobreza, de la violencia, de la inseguridad entre otros y, en general, para que sirvan a los principios de la democracia y de la división de poderes, que exige contrapesos y balances para equilibrar la vida y el bienestar político, económico y social de la nación.

El próximo domingo ejerceremos el derecho y el deber de elegir a gobernador, presidentes municipales, diputados locales y federales. La ley señala que tres días anteriores a la jornada electoral se suspende toda actividad de promoción; ello para dar espacio a los votantes de reflexionar sobre el sentido que le darán a su voto.

La elección que haga cada ciudadano, confío, estará basada en el análisis de la biografía de cada candidato, de su capacidad técnica o profesional, de su experiencia y pericia; también, de la eficiencia, eficacia y honradez que haya evidenciado en los distintos cargos públicos o privados que haya desempeñado; pero también de la propuesta que su respectivo partido político y el candidato o candidata haya hecho pública en los diversos ámbitos (municipal, estatal o federal). Sobre todo, el elector valorará la viabilidad y seriedad de las respectivas plataformas que se le presentaron y, de acuerdo con su convicción, seguramente elegirá la opción que mejor considere. Pero una cosa es importante: Como deber ciudadano, debemos salir a votar, hacer manifiesta nuestra voluntad en la boleta electoral. Ojalá podamos vencer al abstencionismo. Quien se abstiene nada dice, nada opina, deja que los demás decidan sin su participación y abre la puerta a varias formas que corrompen la democracia. Sufraguemos por los candidatos y/o el partido de nuestra elección o nuestra preferencia; pero dejemos testimonio de nuestra voluntad ejerciendo nuestro sufragio.

Lo anterior, no es algo menor. Se trata, nada más y nada menos, que el acto donde elegimos a otros ciudadanos para otorgarles el poder de gobierno, y convertirlos en ciudadanos con poder para revertir la caída del crecimiento económico y del empleo, la salida de capitales de inversión, el aumento de la población en situación de pobreza, de la violencia, de la inseguridad entre otros y, en general, para que sirvan a los principios de la democracia y de la división de poderes, que exige contrapesos y balances para equilibrar la vida y el bienestar político, económico y social de la nación.