/ jueves 28 de marzo de 2024

La hora de hacer los cambios

En estos días de asueto, y para variar un poco la tesitura de mis artículos, vuelvo a compartir con usted una reflexión del viejo dinosaurio, sobre el momento de realizar los cambios. Cito: “En todos los deportes de conjunto se pueden realizar cambios de jugadores durante el encuentro. No así en los deportes individuales. Por ejemplo, si el tenista se lastima, mala suerte para él. No se diga el boxeador que si sufre una lesión que lo impida para continuar, pues ya se chingó, bien por la vía del knoc-out técnico o por la del knoc-out efectivo.

Pero, decíamos, los deportes de equipo permiten la remuda. Desde luego que el director técnico debe tener una idea muy clara, no solamente de los cambios que debe hacer sino, sobre todo, del momento oportuno para hacerlos.

Así sucede, también, en la política. Es este un ejercicio de conjunto que permite el reciclaje de sus integrantes cuando estos han dejado de ser útiles para la eficiencia del equipo. Unas veces porque se han fatigado. Otras porque no se han sabido coordinar con el resto. Unas más, porque no se entienden con el director del grupo. Por último, porque en ciertas ocasiones les han roto la madre por su culpa obligatorio el cambio del cansado, del despistado, del pendejo o del madreado.

Pero, al igual que en la vida deportiva, en la vida política es imprescindible ser oportuno casi con precisión quirúrgica. Dice un amigo mío que la política de altura se parece, en su precisión, a una carrera de automóviles en la que una curva que debe tomarse a 140 k/h si se toma a 139 se pierde la carrera y si se toma a 141, se pierde la vida. Por eso, el buen manejo de los tiempos es una de las mayores virtudes del buen político.

Cada año de un sexenio equivale a un cuarto de hora en un partido de futbol o a una y media entrada en el beisbol. Si el equipo de futbol va perdiendo desde el minuto 30, ¿para qué esperar hasta el minuto 80 para hacer los cambios ofensivos? Así, lo mismo en un gobierno. Si está siendo madreado desde en los primeros dos años de su gestión, ¿para qué carajos esperar hasta el quinto año para hacer los cambios necesarios? Puede ser que, para entonces, ya no haya remedio tan solo porque ya no haya tiempo para remediar.

Solamente los muy tercos o los muy brutos se tardan en reaccionar. Los primeros porque siempre creen que van bien y ganando, pese a que los demás les digan lo contrario. Los segundos, porque nunca se dan cuenta de que van mal y perdiendo.

Porfirio Díaz se tardó en cambiar a Limantour; Madero se dilató en quitar a Victoriano Huerta y con Julio César, Octavio Augusto y Marco Antonio se cansaron de decirle que había que alejar a Junio Bruto. Se tardaron tanto que nunca lo hicieron. Lo dejaron para “al ratito” y, con eso “les madrugaron” y se los cargaron.

No estoy diciendo que esos grandes hombres hayan sido pendejos. Lo que estoy diciendo fue que en algo se apendejaron. Todo individuo realista debe reconocer que también los hombres geniales cometen pendejadas. Lo que distingue a unos hombres de otros es que algunos cometen pendejadas de vez en cuando mientras que otros las cometen a cada rato.”

GALINDO OCHOA, Francisco. El último dinosaurio (La hora de hacer los cambios), Academia Nacional, A.C., México 2011, pp. 41-42.

En estos días de asueto, y para variar un poco la tesitura de mis artículos, vuelvo a compartir con usted una reflexión del viejo dinosaurio, sobre el momento de realizar los cambios. Cito: “En todos los deportes de conjunto se pueden realizar cambios de jugadores durante el encuentro. No así en los deportes individuales. Por ejemplo, si el tenista se lastima, mala suerte para él. No se diga el boxeador que si sufre una lesión que lo impida para continuar, pues ya se chingó, bien por la vía del knoc-out técnico o por la del knoc-out efectivo.

Pero, decíamos, los deportes de equipo permiten la remuda. Desde luego que el director técnico debe tener una idea muy clara, no solamente de los cambios que debe hacer sino, sobre todo, del momento oportuno para hacerlos.

Así sucede, también, en la política. Es este un ejercicio de conjunto que permite el reciclaje de sus integrantes cuando estos han dejado de ser útiles para la eficiencia del equipo. Unas veces porque se han fatigado. Otras porque no se han sabido coordinar con el resto. Unas más, porque no se entienden con el director del grupo. Por último, porque en ciertas ocasiones les han roto la madre por su culpa obligatorio el cambio del cansado, del despistado, del pendejo o del madreado.

Pero, al igual que en la vida deportiva, en la vida política es imprescindible ser oportuno casi con precisión quirúrgica. Dice un amigo mío que la política de altura se parece, en su precisión, a una carrera de automóviles en la que una curva que debe tomarse a 140 k/h si se toma a 139 se pierde la carrera y si se toma a 141, se pierde la vida. Por eso, el buen manejo de los tiempos es una de las mayores virtudes del buen político.

Cada año de un sexenio equivale a un cuarto de hora en un partido de futbol o a una y media entrada en el beisbol. Si el equipo de futbol va perdiendo desde el minuto 30, ¿para qué esperar hasta el minuto 80 para hacer los cambios ofensivos? Así, lo mismo en un gobierno. Si está siendo madreado desde en los primeros dos años de su gestión, ¿para qué carajos esperar hasta el quinto año para hacer los cambios necesarios? Puede ser que, para entonces, ya no haya remedio tan solo porque ya no haya tiempo para remediar.

Solamente los muy tercos o los muy brutos se tardan en reaccionar. Los primeros porque siempre creen que van bien y ganando, pese a que los demás les digan lo contrario. Los segundos, porque nunca se dan cuenta de que van mal y perdiendo.

Porfirio Díaz se tardó en cambiar a Limantour; Madero se dilató en quitar a Victoriano Huerta y con Julio César, Octavio Augusto y Marco Antonio se cansaron de decirle que había que alejar a Junio Bruto. Se tardaron tanto que nunca lo hicieron. Lo dejaron para “al ratito” y, con eso “les madrugaron” y se los cargaron.

No estoy diciendo que esos grandes hombres hayan sido pendejos. Lo que estoy diciendo fue que en algo se apendejaron. Todo individuo realista debe reconocer que también los hombres geniales cometen pendejadas. Lo que distingue a unos hombres de otros es que algunos cometen pendejadas de vez en cuando mientras que otros las cometen a cada rato.”

GALINDO OCHOA, Francisco. El último dinosaurio (La hora de hacer los cambios), Academia Nacional, A.C., México 2011, pp. 41-42.