/ viernes 18 de septiembre de 2020

“La miel en la boca del asno”

Ante el desastre de las políticas públicas -que han llevado al país a la recesión, al desempleo de más de un millón de empleos formales y 12 millones de empleados informales (según el INEGI), la espiral de violencia y criminalidad históricos, la desaparición de millones de micro, pequeñas y medianas empresas, y miles de grandes empresas; la brutal caída del producto interno bruto, que nos tomará una década estar en los niveles de diciembre de 2018- transcribo una reflexión, con el mismo título que aparece en este artículo, y que me parece oportuna: “No todos los placeres ni todos los privilegios se hicieron para el disfrute de todos. Por eso las obras de excelencia no se hacen para ‘todo público’. La mejor sinfonía, el mejor drama o el mejor tratado resultan inservibles en el oído, en las manos o en la mente de un mentecato. El más excelso chef se estrellaría en la frustración si quisiera complacer a un individuo elemental que tan solo le gusta atascarse de hot-dogs.

Así sucede con la política. Los más altos cargos no deben ocuparse por seres demasiado primitivos que tan solo distinguen uno o dos colores dentro de la amplísima gama cromática de los asuntos del Estado y de la sociedad. Pero, sobre todo, jamás en los tiempos de dificultades y no se diga en los de crisis.

Por desgracia, casi todos los humanos tienen la idea de que la política es un ejercicio muy raso. Que los políticos fracasan porque quieren fracasar ya que gobernar en más sencillo que la ‘tabla del 1’. Que lo único que se necesita es sentarse en la silla del ‘mandamás’ y ponerse a dar órdenes ‘a lo pendejo’. Que no es posible encontrarse con una chamba más cómoda ni más redituable.

¡Bola de pendejos! Si la gobernación ha sido, a lo largo de la historia, el ‘coco’ de los hombres más inteligentes que ha parido la humanidad. La bronca consiste en que no siempre nos damos cuenta de ello. Ya, en tiempos pretéritos, el ilustre Ruiz Cortines invitaba a un ejercicio de la más sencilla factura.

Decía el veracruzano que tomáramos a diez personas como muestra. Unas cercanas y otras alejadas de lo político. Unas sabias y otras zafias. Que les preguntáramos, a todas, lo que harían si fueran directores de un hospital, de un casino o de una fábrica de aviones. La mayoría contestaría, con honestidad plausible, que no saben nada de enfermedades ni de apuestas ni de aviones. Que no sabrían con quién integrar su equipo. Que no tendrían idea de hacia dónde impulsar su expansión. Y que no podrían seleccionar sus productos futuros. Total, nadie se sentiría apto para dirigir la empresa médica, la ludopática o la aeronáutica.

Después, en un segundo paso, se le preguntara qué harían si fueran los presidentes de su país. Entonces, ¡ah, carajo!, todos se sentirían con la suficiente aptitud y con las mejores ideas. ‘Yo haría esto con los impuestos’. ‘Yo chingaría a los criminales y a los deshonestos’. . . ‘Yo me quedaría con PEMEX’. En fin, todos serían unos verdaderos chingones cuando que, muchos de ellos, no podrían ser ni siquiera ‘jefes de manzana’, ya no se diga jefes municipales, jefes estatales ni, mucho menos, jefes nacionales.

Pero la democracia es canija y, en ocasiones, nos pone a pendejos en el gobierno. Qué bueno que la democracia no pone a los jefes de hospitales ni de casinos ni de fábricas de aviones porque, de lo contrario, ya nos hubiéramos chingado todos. Vale.”


Galindo Ochoa, Francisco. El último dinosaurio, Academia Nacional, A.C., México, pp. 9-10.




Ante el desastre de las políticas públicas -que han llevado al país a la recesión, al desempleo de más de un millón de empleos formales y 12 millones de empleados informales (según el INEGI), la espiral de violencia y criminalidad históricos, la desaparición de millones de micro, pequeñas y medianas empresas, y miles de grandes empresas; la brutal caída del producto interno bruto, que nos tomará una década estar en los niveles de diciembre de 2018- transcribo una reflexión, con el mismo título que aparece en este artículo, y que me parece oportuna: “No todos los placeres ni todos los privilegios se hicieron para el disfrute de todos. Por eso las obras de excelencia no se hacen para ‘todo público’. La mejor sinfonía, el mejor drama o el mejor tratado resultan inservibles en el oído, en las manos o en la mente de un mentecato. El más excelso chef se estrellaría en la frustración si quisiera complacer a un individuo elemental que tan solo le gusta atascarse de hot-dogs.

Así sucede con la política. Los más altos cargos no deben ocuparse por seres demasiado primitivos que tan solo distinguen uno o dos colores dentro de la amplísima gama cromática de los asuntos del Estado y de la sociedad. Pero, sobre todo, jamás en los tiempos de dificultades y no se diga en los de crisis.

Por desgracia, casi todos los humanos tienen la idea de que la política es un ejercicio muy raso. Que los políticos fracasan porque quieren fracasar ya que gobernar en más sencillo que la ‘tabla del 1’. Que lo único que se necesita es sentarse en la silla del ‘mandamás’ y ponerse a dar órdenes ‘a lo pendejo’. Que no es posible encontrarse con una chamba más cómoda ni más redituable.

¡Bola de pendejos! Si la gobernación ha sido, a lo largo de la historia, el ‘coco’ de los hombres más inteligentes que ha parido la humanidad. La bronca consiste en que no siempre nos damos cuenta de ello. Ya, en tiempos pretéritos, el ilustre Ruiz Cortines invitaba a un ejercicio de la más sencilla factura.

Decía el veracruzano que tomáramos a diez personas como muestra. Unas cercanas y otras alejadas de lo político. Unas sabias y otras zafias. Que les preguntáramos, a todas, lo que harían si fueran directores de un hospital, de un casino o de una fábrica de aviones. La mayoría contestaría, con honestidad plausible, que no saben nada de enfermedades ni de apuestas ni de aviones. Que no sabrían con quién integrar su equipo. Que no tendrían idea de hacia dónde impulsar su expansión. Y que no podrían seleccionar sus productos futuros. Total, nadie se sentiría apto para dirigir la empresa médica, la ludopática o la aeronáutica.

Después, en un segundo paso, se le preguntara qué harían si fueran los presidentes de su país. Entonces, ¡ah, carajo!, todos se sentirían con la suficiente aptitud y con las mejores ideas. ‘Yo haría esto con los impuestos’. ‘Yo chingaría a los criminales y a los deshonestos’. . . ‘Yo me quedaría con PEMEX’. En fin, todos serían unos verdaderos chingones cuando que, muchos de ellos, no podrían ser ni siquiera ‘jefes de manzana’, ya no se diga jefes municipales, jefes estatales ni, mucho menos, jefes nacionales.

Pero la democracia es canija y, en ocasiones, nos pone a pendejos en el gobierno. Qué bueno que la democracia no pone a los jefes de hospitales ni de casinos ni de fábricas de aviones porque, de lo contrario, ya nos hubiéramos chingado todos. Vale.”


Galindo Ochoa, Francisco. El último dinosaurio, Academia Nacional, A.C., México, pp. 9-10.