/ domingo 24 de marzo de 2019

Violeta del Anáhuac

El grito de las mujeres que pasaban frente al Campamento ubicado afuera de Palacio Nacional causó indignación en quienes lo escucharon “regresen a su pueblo. Pónganse a trabajar. Dejen de vivir de nosotros.” Era clara muestra de la incomprensión de la situación difícil que viven fuera de su tierra.

“Nosotros –dicen- no estamos aquí por no querer trabajar. Nosotros hemos trabajado siempre. Y lo que pedimos a los gobiernos es que nos ayuden a regresar para seguir nuestra vida en nuestras casas y trabajar”.

Algunas mujeres dentro del Campamento solo miran a las que agitan sus brazos y vociferan contra ellos. “estos ni nos mantienen, ni idea tienen de lo que nos sucede”. Que afortunadamente no ha sido general, sino aislado ese rechazo a ellos y a los demás campamentos que buscan solución a sus problemas humanos.

La caravana de Guerrero que se instaló afuera de Palacio Nacional en busca de una solución al desplazamiento que la violencia les llevó a realizar de sus hogares provienen de la Sierra, del Municipio de Leonardo Bravo y del Municipio de Zitlala. Cumplieron ya el primer mes en la Ciudad de México. Han sentido desde el flagelo del duelo al perder a un compañero, hasta enfermedades, como una parálisis facial, que el propio stress les ha sometido a un rigor incomprendido. Y también han conocido la solidaridad de grupos organizados, así como el desconocimiento de su condición vulnerable.

El recuerdo es el flagelo más doloroso que tienen. La organización para mantener el orden comunitario está dividida en responsabilidades. Desde la elaboración de los alimentos. Hasta la limpieza del área donde están asentados.

Es difícil ver a niñas y niños sometidos a un espacio sin ir a la escuela, sin que el corazón no se duela. Es difícil ver a las mujeres fuera de su contexto de actividad diaria realizar tareas en el espacio de sus tiendas de campaña. Es difícil ver a los varones con la mirada puesta en el infinito, donde sin duda está la nostalgia de sus tierras, de su ganado, de sus hogares que dicen, fueron muchos “quizá todos”, agregan, convertidos en páramos, en tanto buscan y esperan una solución.

No han aceptado dinero enviado por gobiernos porque señalan, no eso lo que buscan, aun cuando la estancia genera gastos, por ejemplo, el pago de baños que llega a ser diario una suma de 8 mil pesos. O cuando se da resistencia para pagar una renta mensual de 5 mil pesos de un terreno en Leonardo Bravo para que ubiquen su caravana.

Quieren y buscan soluciones de fondo. Las que están en manos de los gobiernos estatal y federal. Las que tienen que ver con el diálogo con los grupos que han presionado su salida e impiden su retorno. Con el orden social que debe prevaler como estado de derecho para todos. Con el respeto a su condición humana. Con el reconocimiento a sus derechos humanos afectados. En tanto, permanecen con la tristeza a cuestas, a la espera de que se sume a ellos la voluntad de los gobiernos y el trato con la dignidad humana como personas que merecen al sumar siempre su trabajo como ciudadanas, como ciudadanos en sus lugares de origen. Solo que el tiempo para retornar a sus hogares no está en sus manos, sino en la de los gobiernos estatal y federal y acuden a la Catedral y a la Basílica de Guadalupe para pedir sensibilidad de los gobernantes a su situación.


El grito de las mujeres que pasaban frente al Campamento ubicado afuera de Palacio Nacional causó indignación en quienes lo escucharon “regresen a su pueblo. Pónganse a trabajar. Dejen de vivir de nosotros.” Era clara muestra de la incomprensión de la situación difícil que viven fuera de su tierra.

“Nosotros –dicen- no estamos aquí por no querer trabajar. Nosotros hemos trabajado siempre. Y lo que pedimos a los gobiernos es que nos ayuden a regresar para seguir nuestra vida en nuestras casas y trabajar”.

Algunas mujeres dentro del Campamento solo miran a las que agitan sus brazos y vociferan contra ellos. “estos ni nos mantienen, ni idea tienen de lo que nos sucede”. Que afortunadamente no ha sido general, sino aislado ese rechazo a ellos y a los demás campamentos que buscan solución a sus problemas humanos.

La caravana de Guerrero que se instaló afuera de Palacio Nacional en busca de una solución al desplazamiento que la violencia les llevó a realizar de sus hogares provienen de la Sierra, del Municipio de Leonardo Bravo y del Municipio de Zitlala. Cumplieron ya el primer mes en la Ciudad de México. Han sentido desde el flagelo del duelo al perder a un compañero, hasta enfermedades, como una parálisis facial, que el propio stress les ha sometido a un rigor incomprendido. Y también han conocido la solidaridad de grupos organizados, así como el desconocimiento de su condición vulnerable.

El recuerdo es el flagelo más doloroso que tienen. La organización para mantener el orden comunitario está dividida en responsabilidades. Desde la elaboración de los alimentos. Hasta la limpieza del área donde están asentados.

Es difícil ver a niñas y niños sometidos a un espacio sin ir a la escuela, sin que el corazón no se duela. Es difícil ver a las mujeres fuera de su contexto de actividad diaria realizar tareas en el espacio de sus tiendas de campaña. Es difícil ver a los varones con la mirada puesta en el infinito, donde sin duda está la nostalgia de sus tierras, de su ganado, de sus hogares que dicen, fueron muchos “quizá todos”, agregan, convertidos en páramos, en tanto buscan y esperan una solución.

No han aceptado dinero enviado por gobiernos porque señalan, no eso lo que buscan, aun cuando la estancia genera gastos, por ejemplo, el pago de baños que llega a ser diario una suma de 8 mil pesos. O cuando se da resistencia para pagar una renta mensual de 5 mil pesos de un terreno en Leonardo Bravo para que ubiquen su caravana.

Quieren y buscan soluciones de fondo. Las que están en manos de los gobiernos estatal y federal. Las que tienen que ver con el diálogo con los grupos que han presionado su salida e impiden su retorno. Con el orden social que debe prevaler como estado de derecho para todos. Con el respeto a su condición humana. Con el reconocimiento a sus derechos humanos afectados. En tanto, permanecen con la tristeza a cuestas, a la espera de que se sume a ellos la voluntad de los gobiernos y el trato con la dignidad humana como personas que merecen al sumar siempre su trabajo como ciudadanas, como ciudadanos en sus lugares de origen. Solo que el tiempo para retornar a sus hogares no está en sus manos, sino en la de los gobiernos estatal y federal y acuden a la Catedral y a la Basílica de Guadalupe para pedir sensibilidad de los gobernantes a su situación.