/ martes 12 de marzo de 2024

Violeta del Anáhuac | Ayotzinapa vivo

Este domingo para Chilpancingo, parecía la antesala del día de violencia que no ha tenido el estado desde la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, la fatídica noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014.

La calma parecía huir de la capital del Estado cuando veía que las oficinas de Gobierno se pertrechaban ante lo que parecía inevitable: una incursión de enojo producto de la muerte de otro normalista, Yanqui Rothán, en hechos no tan claros de la noche del 7 de marzo del año que transcurre.

En Tixtla, el duelo de otra familia y de la familia Ayotzinapa, la familia de otra generación que cuando egrese habrá de pasar lista a Yanqui que soñó con ser profesor, pero egresado de esta Normal, con su historia, con su lucha social.

Desde lejos, parece que los normalistas son rebeldes sin causa. Desde dentro, la formación para tener consciencia. Con familias que siguen confiando en que sus hijos ingresen a sus aulas y tomen su lucha, que es pública, que está expuesta, y lejos de estar en la falta de solicitudes de ingreso, aún se somete a examen el ingreso.

Ayotzinapa ha tenido muchas generaciones. En sus 98 años, ha contribuido a la formación de docentes que se han esparcido por todo el país; están ahí, sembrados, como soldados vigilantes del desarrollo de la sociedad, alertas a los acontecimientos, pero abonando a la formación de nuevas generaciones a la vez que continúan sus estudios.

Son como hermanos mayores que se suman a la Oración en cada pérdida de otro hermano, y que escuchan como algunas voces se elevan para pedir la desaparición de su alma, de su alma formativa para instruir, para resistir, para construir generaciones pensantes.

Ayotzinapa no va a desaparecer, como esperamos no lo hagan otras normales rurales, que están también para decirnos que las políticas públicas deben incluirlos, que la sociedad no se construye sin su aportación desde las aulas.

La lucha de Ayotzinapa está más viva que nunca, a pesar de que sume su propio sacrificio para que la sociedad esté viviendo garantías, reformas, formas de ejercer el poder con respeto a la dignidad humana.

Sí, Ayotzinapa vive, aunque lo haga también a través del dolor y el duelo.

Este domingo para Chilpancingo, parecía la antesala del día de violencia que no ha tenido el estado desde la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, la fatídica noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014.

La calma parecía huir de la capital del Estado cuando veía que las oficinas de Gobierno se pertrechaban ante lo que parecía inevitable: una incursión de enojo producto de la muerte de otro normalista, Yanqui Rothán, en hechos no tan claros de la noche del 7 de marzo del año que transcurre.

En Tixtla, el duelo de otra familia y de la familia Ayotzinapa, la familia de otra generación que cuando egrese habrá de pasar lista a Yanqui que soñó con ser profesor, pero egresado de esta Normal, con su historia, con su lucha social.

Desde lejos, parece que los normalistas son rebeldes sin causa. Desde dentro, la formación para tener consciencia. Con familias que siguen confiando en que sus hijos ingresen a sus aulas y tomen su lucha, que es pública, que está expuesta, y lejos de estar en la falta de solicitudes de ingreso, aún se somete a examen el ingreso.

Ayotzinapa ha tenido muchas generaciones. En sus 98 años, ha contribuido a la formación de docentes que se han esparcido por todo el país; están ahí, sembrados, como soldados vigilantes del desarrollo de la sociedad, alertas a los acontecimientos, pero abonando a la formación de nuevas generaciones a la vez que continúan sus estudios.

Son como hermanos mayores que se suman a la Oración en cada pérdida de otro hermano, y que escuchan como algunas voces se elevan para pedir la desaparición de su alma, de su alma formativa para instruir, para resistir, para construir generaciones pensantes.

Ayotzinapa no va a desaparecer, como esperamos no lo hagan otras normales rurales, que están también para decirnos que las políticas públicas deben incluirlos, que la sociedad no se construye sin su aportación desde las aulas.

La lucha de Ayotzinapa está más viva que nunca, a pesar de que sume su propio sacrificio para que la sociedad esté viviendo garantías, reformas, formas de ejercer el poder con respeto a la dignidad humana.

Sí, Ayotzinapa vive, aunque lo haga también a través del dolor y el duelo.