/ lunes 8 de abril de 2024

Violeta del Anáhuac | “El Cielo”

Era una noche cálida, no había nubes, la gran cavidad celestial estaba despejada y nos mostraba el esplendor de su belleza, como la luna que ha inspirado poesías y canciones, que ha cobijado el amor, y que ha sido estudiado por todas las culturas: el gran libro de los cielos.

Una fecha en el calendario de mi vida, Xochicalco nos dio una noche un gran regalo, una visita especial, tan especial que había un guía, dos astrólogos, un astrónomo, un maestro de Kábbalah, una estudiante de ciencias sagradas y una periodista, yo. La riqueza de la conversación daba a cada paso, a cada minuto, un sentido especial en tanto subíamos una escalinata, llegábamos a la plancha o base de las estructura o mientras bajábamos la pirámide de las serpientes emplumadas siguiendo cuidadosamente las instrucciones.

El cielo cobró esa noche otra dimensión, la voz del astrónomo señalando algunos puntos luminosos y mostrando otros de las dos grandes construcciones expuestas ante nuestra mirada, se combinaba con los comentarios de los dos astrólogos hablando de los planetas, de los asteroides, nutrido con la kábbalah, la inteligencia espiritual, el libro de la vida y las ciencias sagradas con las dimensiones trascendentales, el guía hablándonos del glifo en la pirámide que representa un eclipse total de sol fechado en un 1 de mayo del año 664 después de Cristo, a las 7:37’39’’ horas, y mi voz hilando el momento con mis preguntas.

Después caminamos en silencio al Observatorio, avanzamos por un estrecho camino, llamad túnel, hasta llegar a un salón donde nos dejaron elegir el lugar a ocupar en un gran círculo, y después nos dijeron características de nuestra elección. Ahí, entraba un filtro de luz que se proyectaba en el suelo donde dicen, había una plancha que no se localizó y que permitía el registro del universo que se observaba.

Ahí, en ese sitio, se daban cita astrónomos de otras latitudes desde los tiempos antiguos para observar los cuerpos celestes y tomar notas de los mismos y los acontecimientos en la tierra.

En ese momento, no estábamos en las limitaciones de nuestro cuerpo o nuestro planeta, cada uno era fundamental para salir a ese viaje especial y nutrirnos del universo, de la forma en que influye para medir el tiempo, en la guía para la navegación, en los ciclos de la fecundidad.

Ahí dentro, la historia se detenía, como nuestra respiración mientras contemplábamos el paso del dios de la guerra: marte.

Nadie quería salir, era un momento tan especial que sentíamos podíamos romper ese vínculo.

El cielo está ahí, volver la mirada hacia él nos permite encontrar la gran fuente de la existencia con el respeto hacia el entorno donde nos desenvolvemos. Pero a veces, el cielo nos da lecciones para contemplarlo, por eso generan miedo fenómenos en sectores de la sociedad, como el Eclipse del 2024 y nos preguntamos, si un servidor del Creador como el sol no se puede mirar directamente, podemos con los ojos mortales contemplar a DIOS?

Era una noche cálida, no había nubes, la gran cavidad celestial estaba despejada y nos mostraba el esplendor de su belleza, como la luna que ha inspirado poesías y canciones, que ha cobijado el amor, y que ha sido estudiado por todas las culturas: el gran libro de los cielos.

Una fecha en el calendario de mi vida, Xochicalco nos dio una noche un gran regalo, una visita especial, tan especial que había un guía, dos astrólogos, un astrónomo, un maestro de Kábbalah, una estudiante de ciencias sagradas y una periodista, yo. La riqueza de la conversación daba a cada paso, a cada minuto, un sentido especial en tanto subíamos una escalinata, llegábamos a la plancha o base de las estructura o mientras bajábamos la pirámide de las serpientes emplumadas siguiendo cuidadosamente las instrucciones.

El cielo cobró esa noche otra dimensión, la voz del astrónomo señalando algunos puntos luminosos y mostrando otros de las dos grandes construcciones expuestas ante nuestra mirada, se combinaba con los comentarios de los dos astrólogos hablando de los planetas, de los asteroides, nutrido con la kábbalah, la inteligencia espiritual, el libro de la vida y las ciencias sagradas con las dimensiones trascendentales, el guía hablándonos del glifo en la pirámide que representa un eclipse total de sol fechado en un 1 de mayo del año 664 después de Cristo, a las 7:37’39’’ horas, y mi voz hilando el momento con mis preguntas.

Después caminamos en silencio al Observatorio, avanzamos por un estrecho camino, llamad túnel, hasta llegar a un salón donde nos dejaron elegir el lugar a ocupar en un gran círculo, y después nos dijeron características de nuestra elección. Ahí, entraba un filtro de luz que se proyectaba en el suelo donde dicen, había una plancha que no se localizó y que permitía el registro del universo que se observaba.

Ahí, en ese sitio, se daban cita astrónomos de otras latitudes desde los tiempos antiguos para observar los cuerpos celestes y tomar notas de los mismos y los acontecimientos en la tierra.

En ese momento, no estábamos en las limitaciones de nuestro cuerpo o nuestro planeta, cada uno era fundamental para salir a ese viaje especial y nutrirnos del universo, de la forma en que influye para medir el tiempo, en la guía para la navegación, en los ciclos de la fecundidad.

Ahí dentro, la historia se detenía, como nuestra respiración mientras contemplábamos el paso del dios de la guerra: marte.

Nadie quería salir, era un momento tan especial que sentíamos podíamos romper ese vínculo.

El cielo está ahí, volver la mirada hacia él nos permite encontrar la gran fuente de la existencia con el respeto hacia el entorno donde nos desenvolvemos. Pero a veces, el cielo nos da lecciones para contemplarlo, por eso generan miedo fenómenos en sectores de la sociedad, como el Eclipse del 2024 y nos preguntamos, si un servidor del Creador como el sol no se puede mirar directamente, podemos con los ojos mortales contemplar a DIOS?