/ sábado 23 de enero de 2021

Semáforo rojo, finanzas rojas

Todavía no concluye el primer mes de 2021 y los contagios por el Covid-19 aumentan a una velocidad alarmante, disipando el destello de esperanza surgido a partir de la distribución y aplicación de las primeras vacunas.

El incremento de casos positivos que se traduce en más muertes y una saturación de camas de hospital ha motivado a establecer semáforo rojo de riesgo en varios estados del país, incluyendo la Ciudad de México y la megalópolis.

Desde este viernes, el gobierno de Guerrero también aplicó un semáforo diferenciado con fase roja en las ciudades de Taxco e Iguala, donde el incremento de contagios es preocupante, que amenaza con extenderse a Acapulco.

Autoridades advirtieron sobre esta tendencia de nuevos casos positivos del nuevo coronavirus en el estado desde el año pasado y la atribuyeron, con antelación, a la apertura de actividades turísticas durante el periodo vacacional de diciembre. La inferencia es lógica si consideramos que la capital del país, un expulsor natural de turistas que prefieren Acapulco y otros destinos turísticos guerrerenses por la corta distancia carretera, es el epicentro de la pandemia en México.

Sin embargo, existe otra fuente de contagio más intensa que se ha descuidado por irresponsabilidad social, más que por una omisión oficial.

Diciembre, en efecto, fue puerta del periodo vacacional más importante del año, pero también de celebraciones patronales y festividades propias de la temporada (desde el culto a la Guadalupana hasta la tradicional partida de rosca de Día de Reyes). En Acapulco es constante la intervención de autoridades para dispersar fiestas privadas -no de turistas, sino de residentes-, bodas, XV años y reuniones masivas que violan el primer principio del protocolo sanitario por la pandemia: la sana distancia. Las medidas preventivas en hoteles y restaurantes aplican permanentemente desde el inicio de la emergencia sanitaria, pero el alcance de la autoridad está limitado en casas o espacios meramente privados.

Indiscutiblemente, las cenas de navidad, las fiestas para dar fin al 2020 y otras fechas que propiciaron el encuentro familiar y de amistades detonó el contagio creciente que padecemos a la fecha. Para muestra, algunos antecedentes: el pasado periodo vacacional de verano en que se decidió reabrir las playas y reactivar el turismo de forma parcial no produjo, a la postre, una fase crítica de casos positivos durante los meses consecuentes. En contraste, los picos de contagios más altos registrados el año anterior se suscitaron, entre otras fechas, el 30 de abril, Día del Niño, y el 10 de mayo, Día de las Madres. En Día de Muertos no hubo tal efecto porque se anticipó el cierre de panteones, acertadamente, para evitar aglomeraciones.

Bajo esa premisa, autoridades sanitarias están obligadas a repensar la aplicación de un eventual semáforo rojo en Acapulco que limite la actividad turística y comercial, en franca agonía pero negándose a morir. Si la intención es contener la curva de contagios, la solución no está en el cierre de hoteles, restaurantes, bares y otros giros inherentes al turismo, sino en controlar el aforo en mercados y centros de abasto, así como en el transporte público en general.

Datos de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo advierten que la industria turística y adyacentes ha sufrido pérdidas que ascienden a los 314 mil millones de pesos en los 10 estados que iniciaron 2021 con semáforo rojo. Al cierre de septiembre pasado, el turismo a nivel nacional registraba, desde el inicio de la pandemia, sufría un desplome de ingresos estimado en 10 mil 668 millones de dólares.

Si el criterio del semáforo de riesgo epidemiológico en Guerrero y el resto del país no modifica sus criterios conforme a espacios y sectores donde debe aplicarse mano dura, la fase roja se reflejará en los números de la iniciativa privada y la crisis económica no tendrá revés, tras un año de cierres de negocios, desempleo y nulos apoyos financieros e incentivos de los tres órdenes de gobierno que se suman al recelo de la banca hacia las empresas.




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