/ sábado 11 de septiembre de 2021

Acapulco, sólido

La resiliencia pasó de un término tendencia para representar al espíritu capaz de sobreponerse a las adversidades a una palabra tan rebuscada que perdió sentido.

Acapulco, sin embargo, sí encarna la esencia resiliente . Dotado de naturaleza majestuosa que lo distingue en el mundo, también recibió una fortaleza que le imprime un carácter indómito frente a situaciones caóticas y desgracias.

Sin remitirnos a un pasado recóndito, basta evocar aquella mañana del 9 octubre de 1997 cuando el huracán Paulina nos despertó con una escena de desastre funesta que se pensaba insuperable por los daños cuantiosos y el número indeterminado de víctimas. Tres meses después, contra todo pronóstico, Acapulco estaba de pie y preparado para el periodo vacacional de ese diciembre.

En 2005, ajeno a causas naturales sino de la sinrazón, el puerto se convertía en epicentro de una de las disputas más crudas y sanguinarias entre bandas del crimen organizado que tendieron un manto de zozobra en la sociedad e inhibieron la actividad turística hasta ahuyentar por completo a segmentos arraigados como el _springbreak_ o los cruceros.

Con los efectos de la violencia vigentes aún, pero no privativos de nuestra región, Acapulco comenzó a recuperar la confianza de los visitantes internacionales y fortaleció el turismo doméstico para sobreponerse a más de cinco años de crisis derivada de las constantes incursiones del crimen organizado.

Cuando la mejoría parecía viento en popa, 2013 atizó los recuerdos aciagos de Paulina con dos tormentas que se conjuntaron y dejaron una estela de desastre en el puerto, principalmente en la zona Diamante. Manuel e Ingrid trajeron devastación y meses difíciles ante la incomunicación, la falta total de agua potable y los trabajos de reconstrucción que se advertían complicados por la magnitud de las afectaciones extendidas a otros municipios del estado que también requerían del presupuesto federal del desaparecido Fondo Nacional de Desastres Naturales, el Fonden.

Acapulco demostró una vez más, pese al desgaste por las adversidades referidas, que su fuerza es imbatible y su pueblo es valientemente capaz de afrontar cualquier contratiempo.

Hace más de un año, la pandemia del Covid-19 trastocó el modo de vida de este y todos los rincones del mundo. Esta crisis es distinta porque sigue amenazando la salud humana y mantiene en vilo a la economía por las restricciones que imponen los protocolos sanitarios para prevenir contagios e impedir que estos se disparen.

El cierre de playas y el vacío humano en las calles prefiguraban un escenario apocalíptico. Era la temida decadencia del Acapulco turístico causada por un virus.

La supervivencia del acapulqueño, sin embargo, es admirable. Al igual que el puerto, resistió este embate y sigue luchando para no decaer. Sabida esa fortaleza, era de esperarse que el sismo de 7.1 grados del pasado 7 de octubre solo moviera fibras sensibles por los efectos de fenómenos naturales en nuestra ciudad, sin doblegarnos.

Es destacable que, pese a la intensidad feroz del terremoto y su larga duración, la infraestructura urbana y turística siga casi intacta. Hay daños, inevitables, pero fueron mínimos si consideramos los aspectos referidos.

Indudablemente, si bien el crecimiento urbano de Acapulco ha sido desordenado, la construcción de hoteles, edificios, viviendas y desarrollos habitacionales han cumplido las normas de calidad y seguridad. De otro modo, estaríamos recogiendo escombros y caminando entre ruinas.

Esta sacudida solo refrenda el carácter perseverante y guerrero de un puerto que está listo para dejar atrás la larga noche del martes pasado y cerrar este 2021 con trabajo arduo y ofreciendo la cálida hospitalidad que nos caracteriza.

Seguimos de pie.

La resiliencia pasó de un término tendencia para representar al espíritu capaz de sobreponerse a las adversidades a una palabra tan rebuscada que perdió sentido.

Acapulco, sin embargo, sí encarna la esencia resiliente . Dotado de naturaleza majestuosa que lo distingue en el mundo, también recibió una fortaleza que le imprime un carácter indómito frente a situaciones caóticas y desgracias.

Sin remitirnos a un pasado recóndito, basta evocar aquella mañana del 9 octubre de 1997 cuando el huracán Paulina nos despertó con una escena de desastre funesta que se pensaba insuperable por los daños cuantiosos y el número indeterminado de víctimas. Tres meses después, contra todo pronóstico, Acapulco estaba de pie y preparado para el periodo vacacional de ese diciembre.

En 2005, ajeno a causas naturales sino de la sinrazón, el puerto se convertía en epicentro de una de las disputas más crudas y sanguinarias entre bandas del crimen organizado que tendieron un manto de zozobra en la sociedad e inhibieron la actividad turística hasta ahuyentar por completo a segmentos arraigados como el _springbreak_ o los cruceros.

Con los efectos de la violencia vigentes aún, pero no privativos de nuestra región, Acapulco comenzó a recuperar la confianza de los visitantes internacionales y fortaleció el turismo doméstico para sobreponerse a más de cinco años de crisis derivada de las constantes incursiones del crimen organizado.

Cuando la mejoría parecía viento en popa, 2013 atizó los recuerdos aciagos de Paulina con dos tormentas que se conjuntaron y dejaron una estela de desastre en el puerto, principalmente en la zona Diamante. Manuel e Ingrid trajeron devastación y meses difíciles ante la incomunicación, la falta total de agua potable y los trabajos de reconstrucción que se advertían complicados por la magnitud de las afectaciones extendidas a otros municipios del estado que también requerían del presupuesto federal del desaparecido Fondo Nacional de Desastres Naturales, el Fonden.

Acapulco demostró una vez más, pese al desgaste por las adversidades referidas, que su fuerza es imbatible y su pueblo es valientemente capaz de afrontar cualquier contratiempo.

Hace más de un año, la pandemia del Covid-19 trastocó el modo de vida de este y todos los rincones del mundo. Esta crisis es distinta porque sigue amenazando la salud humana y mantiene en vilo a la economía por las restricciones que imponen los protocolos sanitarios para prevenir contagios e impedir que estos se disparen.

El cierre de playas y el vacío humano en las calles prefiguraban un escenario apocalíptico. Era la temida decadencia del Acapulco turístico causada por un virus.

La supervivencia del acapulqueño, sin embargo, es admirable. Al igual que el puerto, resistió este embate y sigue luchando para no decaer. Sabida esa fortaleza, era de esperarse que el sismo de 7.1 grados del pasado 7 de octubre solo moviera fibras sensibles por los efectos de fenómenos naturales en nuestra ciudad, sin doblegarnos.

Es destacable que, pese a la intensidad feroz del terremoto y su larga duración, la infraestructura urbana y turística siga casi intacta. Hay daños, inevitables, pero fueron mínimos si consideramos los aspectos referidos.

Indudablemente, si bien el crecimiento urbano de Acapulco ha sido desordenado, la construcción de hoteles, edificios, viviendas y desarrollos habitacionales han cumplido las normas de calidad y seguridad. De otro modo, estaríamos recogiendo escombros y caminando entre ruinas.

Esta sacudida solo refrenda el carácter perseverante y guerrero de un puerto que está listo para dejar atrás la larga noche del martes pasado y cerrar este 2021 con trabajo arduo y ofreciendo la cálida hospitalidad que nos caracteriza.

Seguimos de pie.