/ sábado 21 de agosto de 2021

El país del nunca jamás

El negacionismo es, junto al reduccionismo, política base de este gobierno federal para disfrazar realidades contrarias a un discurso oficial empeñado en el optimismo ilusorio.

La apreciación presidencial sobre la violencia en el país, por ejemplo, está amparada en "otros datos" nunca exhibidos, pero discordantes con la información de su propia Secretaría de Seguridad Pública que muestra una tendencia creciente en los índices delictivos, principalmente los atribuidos al crimen organizado.

Ante el incumplimiento de metas en materia económica en los últimos tres años, el presidente Andrés Manuel López Obrador también insiste en que el país está mejor que nunca gracias a sus programas sociales, los ahorros derivados de medidas de austeridad y contra la corrupción, y la redistribución de recursos públicos.

La pandemia del Covid-19 iniciada hace 18 meses y su crisis consecuente ha motivado una postura similar que en los temas referidos, pese al alto número de contagios, hospitalizaciones y decesos durante las tres olas de esta emergencia sanitaria.

Basta recordar cuando, en marzo de 2020, la máxima autoridad del país se mostraba displicente frente a esta pesadilla sanitaria que se extendía irrefrenable desde Asia hacia todo Occidente, y promovía incluso abrazarse sin temor.

Desde ese momento, lo verdaderamente grave fue que la Secretaría de Salud perdió toda la rectoría sobre la estrategia preventiva ante el nuevo Coronavirus para ceñirse al criterio político del presidente que obvia todas las recomendaciones científicas de expertos y las minimiza.

Hasta la fecha, como muestra de ello, López Obrador se rehúsa a usar el cubrebocas, medida establecida por la Organización Mundial de la Salud como fundamental para reducir el riesgo de contagio. Ni se diga de la llamada sana distancia que no se practica en actos públicos del gobierno federal.

Oficialmente, en Palacio Nacional no se reconoce a la pandemia como tal, con todo y el hecho de que el presidente fue víctima del virus y algunos miembros de su familia han perdido la vida.

En la agenda del primer mandatario a lo largo de esta crisis sanitaria y económica han prevalecido asuntos ajenos al cuidado de la salud y la economía de los mexicanos como la rifa del avión presidencial, las pasadas elecciones, el interés por disolver al Instituto Nacional Electoral y al Tribunal Federal en la materia, la malograda consulta para enjuiciar a ex presidentes y la presión a su partido para impulsar la consulta de revocación de mandato en el Congreso de la Unión.

El presidente debe que estar dedicado 24 horas del día a enfrentar con mayor pericia la emergencia sanitaria y la seguridad pública que causan la muerte de cientos de personas a diario. Eso es prioritario, no los delirios de persecución política contra este gobierno que son la razón fundamental de la que parte la reforma electoral planteada.

Nos encaminamos a un fin de año igual de catastrófico que el anterior en materia social y financiera porque en el imaginario presidencial vivimos en un idilio donde debemos tomar riesgos, incluso mortales, porque así lo dictan "Los caminos de la vida".


El negacionismo es, junto al reduccionismo, política base de este gobierno federal para disfrazar realidades contrarias a un discurso oficial empeñado en el optimismo ilusorio.

La apreciación presidencial sobre la violencia en el país, por ejemplo, está amparada en "otros datos" nunca exhibidos, pero discordantes con la información de su propia Secretaría de Seguridad Pública que muestra una tendencia creciente en los índices delictivos, principalmente los atribuidos al crimen organizado.

Ante el incumplimiento de metas en materia económica en los últimos tres años, el presidente Andrés Manuel López Obrador también insiste en que el país está mejor que nunca gracias a sus programas sociales, los ahorros derivados de medidas de austeridad y contra la corrupción, y la redistribución de recursos públicos.

La pandemia del Covid-19 iniciada hace 18 meses y su crisis consecuente ha motivado una postura similar que en los temas referidos, pese al alto número de contagios, hospitalizaciones y decesos durante las tres olas de esta emergencia sanitaria.

Basta recordar cuando, en marzo de 2020, la máxima autoridad del país se mostraba displicente frente a esta pesadilla sanitaria que se extendía irrefrenable desde Asia hacia todo Occidente, y promovía incluso abrazarse sin temor.

Desde ese momento, lo verdaderamente grave fue que la Secretaría de Salud perdió toda la rectoría sobre la estrategia preventiva ante el nuevo Coronavirus para ceñirse al criterio político del presidente que obvia todas las recomendaciones científicas de expertos y las minimiza.

Hasta la fecha, como muestra de ello, López Obrador se rehúsa a usar el cubrebocas, medida establecida por la Organización Mundial de la Salud como fundamental para reducir el riesgo de contagio. Ni se diga de la llamada sana distancia que no se practica en actos públicos del gobierno federal.

Oficialmente, en Palacio Nacional no se reconoce a la pandemia como tal, con todo y el hecho de que el presidente fue víctima del virus y algunos miembros de su familia han perdido la vida.

En la agenda del primer mandatario a lo largo de esta crisis sanitaria y económica han prevalecido asuntos ajenos al cuidado de la salud y la economía de los mexicanos como la rifa del avión presidencial, las pasadas elecciones, el interés por disolver al Instituto Nacional Electoral y al Tribunal Federal en la materia, la malograda consulta para enjuiciar a ex presidentes y la presión a su partido para impulsar la consulta de revocación de mandato en el Congreso de la Unión.

El presidente debe que estar dedicado 24 horas del día a enfrentar con mayor pericia la emergencia sanitaria y la seguridad pública que causan la muerte de cientos de personas a diario. Eso es prioritario, no los delirios de persecución política contra este gobierno que son la razón fundamental de la que parte la reforma electoral planteada.

Nos encaminamos a un fin de año igual de catastrófico que el anterior en materia social y financiera porque en el imaginario presidencial vivimos en un idilio donde debemos tomar riesgos, incluso mortales, porque así lo dictan "Los caminos de la vida".