Las horas grises de mi vida triste. Con estas palabras podemos resumir el calibre de los tiempos que estamos viviendo. La noche es negra, es cierto pero, cuando le añadimos borrasca, relámpagos y truenos, el espectro nocturno se torna patético, como en Acapulco: -y muchos otras latitudes de México-, da miedo salir de noche. Parece, que no hemos salido de las cavernas.
A Héctor Astudillo Flores le ha tocado en Guerrero lidiar a una fiera de proporciones dantescas. El daño a terceros que junta todos los agravantes carece de límites. La saña y el dolo en un mismo episodio.
Descuartizar es carnicería: la más cruel e inhumana. Uno está desnudo e inerme ante la fatalidad del crimen. Cómo entender que un individuo llegue a tales grados de brutalidad.
Un hombre moribundo, una vida que se extingue, un huérfano que llora, una viuda que padece, son elementos -¡qué bárbaro!-, de la cotidianidad.
Cuando veo la pedacera de un cuerpo que fue hombre regada en el pavimento de las colonias urbanas, es cuando comienzo a dudar de la existencia de Dios.
El Estado es la ley. Las instituciones se doblan ante lo tupido de la inseguridad. Estos son los tiempos difíciles. Los de la salvaje cacería humana que persiste pese a todos los cuerpos uniformados que se supone vigilan la conducta pública de la sociedad.
¡Quién desea estar en los zapatos del gobernador de Guerrero! Es temeraria la exclamación. Sin embargo, para fortificar su actitud, informarle que somos una comunidad que entiende su esfuerzo. Que apreciamos el empeño de no descuidar el doloroso aspecto de la violencia que nos flagela, extiendo en estas fechas decembrinas mi comprensión social con algunas afirmaciones auténticas: no es fácil la tarea. Los disparos no son de salva. La guerra civil del narco, asuela. Hay migración, desplazamiento, gritos y manotazos.
Sin embargo. De una u otra manera habremos de sobrevivir a tan horrenda temporada. Está escrito desde el evangelio: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Así sea. PD: «No hay mal que dure cien años»: Refrán.