La épica narra. El testimonio da fe de hechos siempre genuinos. La novela sueña y hace soñar. Es el relato de un libro. El esfuerzo de cada jornada. Extasiado con las páginas en blanco, ha logrado Octavio Navarrete una alegoría literaria: sí, esa representación artística con sentido neuro - simbólico. Incluyamos también la imaginación, poderosa arma, exclusiva de las plumas con talento.
La Noche de los Lagartos suma horas y horas-hombre al pie del teclado. Cavilaciones, sopor, empeño, mediodía sin árboles de sombra en el camino y una voz profunda siempre reanimando al escritor cuando la catalepsia aparecer desea.
La rudeza de la vida hace el capítulo siguiente: el hambre. Las tripas y su socavón en miniatura llevado por todos en el estómago desquician forma, achatan visión y cancelan el entendimiento. Preguntita: ¿A dónde acude el literato luego de dos años de borradores y copias cuando se le terminan las vituallas personales?
Corre presuroso a un estanco oficial, a la Secretaría de Cultura o a espejismos semejantes a solicitar limosna por piedad. No. Esta alternativa no existe. Las divas. Monigotes, indignos sujetos, ruines acémilas encargados del despacho utilizan el presupuesto en gastos contrarios al fomento a la cultura. Detrás de Mauricio Leyva Castrejón, anduvo la poetisa América del Río más de dos años tratando de conseguir subsidio para la edición de su más reciente libro. “Sí, cómo no… Ahorita… Mañana… Haz estos trámites… Búscame el lunes… Pronto, pronto”: son feraces en excusas, burócratas estólidos, paladines de la demora. Y Mauri Leyva Castrejón es sólo un ejemplo multiplicado por mil. Un eslabón de la interminable cadena. Todos son iguales.
Cómo editó Octavio Navarrete La Noche de los Lagartos. Es un enigma. Fue al Monte Pío y dejó en prenda las arras de su matrimonio. Vendió la bicicleta, el caballo, unas aves de corral. Pidió prestado al compadre marrullero. Le debe a un tendero. No pasa por la bodega de materiales porque le cobran el favor de haberle rescatado la boleta de empeño.
Esta realidad triste, de fatiga emocional la vivió Miguel de Cervantes con Don Quijote. Emmanuel Kant nunca editó sus obras: lo perseguía la pobreza como la DEA al Chapo. Desde Los Muros de Agua de Las Islas Marías José Revueltas no pudo mandar imprimir su excepcional novela.
PERO, hablo de Acapulco, Coyuca, hoy no hace diez siglos. Son tan nefastos los Secretarios de Cultura de todas partes: Sí, da grima ver a Mauricio Leyva sobándole el ego a doña Alejandra Frausto -gente de AMLO-, para obtener mayores dineros destinados a sus escandalosas francachelas.
PD: “Amo el dinero en efectivo”: Imelda Marcos.