La clase nacional política pone su roca de arena en la injusticia social. Un ministro de la Corte gana siete millones de pesos anuales sólo de sueldo. Le dan viáticos, coche, chofer, vacaciones, seguro especial, jubilación garantizada íntegra, consumo en restaurantes, una cauda insultante de prerrogativas.
Los bancos le prestan únicamente a los ricos. No crece la economía si los particulares no obtienen créditos para emprender sus negocios. La clase política se despacha con la cuchara grande: el Congreso de la Unión, Senado y Cámara de Diputados absorben de nuestros impuestos más de once mil millones de pesos anuales. En el mundo ningún país gasta esta barbaridad en su fachada democrática legislativa.
Ya superamos la barrera del cincuenta por ciento en la economía informal. Es mayor el comercio ambulante que cualquier actividad lucrativa establecida. El SAT empequeñece ante la aglomeración de establecimientos furtivos que evaden el fisco. Esto es producto de rentas inmobiliarias carísimas, además de que al ponerte y quitarte en la calle diariamente le dificultas a Hacienda ficharte.
Los bajos salarios que reciben los trabajadores en empleos fijos minan la competencia entre trabajadores de los Estados Unidos y Canadá. En pleno proceso de renegociación del Tratado de Libre Comercio, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, planteó la necesidad de mejorar el sueldo que perciben los mexicanos. Somos el país de la región del Norte con los salarios más bajos y es esa condición uno de los imanes que atrae la inversión extranjera, pero también mina a los trabajadores de Estados Unidos y Canadá.
No pensemos que los gringos tengan prisa porque el mexicano gane mejor. A ellos no les conviene un sueldo de 80 pesos diarios porque esto impide a 80 millones de mexicanos comprar productos elaborados en EU y Canadá. Allá consumen aguacate, cerveza, mango, melón, camarones y atún de México. En México es una minoría la que compra manufacturas importadas porque cien millones de mexicanos no tienen excedentes económicos para hacer competitiva la oferta y la demanda. He aquí el móvil.
La clase nacional política pone su roca de arena en la injusticia social. Un ministro de la Corte gana siete millones de pesos anuales sólo de sueldo. Le dan viáticos, coche, chofer, vacaciones, seguro especial, jubilación garantizada íntegra, consumo en restaurantes, una cauda insultante de prerrogativas.
Este es el escenario que ve el joven pobre, desempleado, varado en la penuria sin horizonte, condenado a una orfandad vitalicia y ayuno de posibilidades de mejorar y... Lo inmediato y fácil es la delincuencia.
Adherirse a una banda de secuestradores, ladrones, extorsionadores, narcomenudistas, criminales que le pintan un paraíso momentáneo de placeres y transitoria abundancia.
He aquí el hallazgo de los adolescentes de la colonia Jardín que pusieron en jaque a Acapulco. Son las víctimas de la exclusión, del olvido, del reparto de los bienes sociales y económicos. Buscan entrar al estricto, cerrado mundo económico de los que pueden y derrochan y sólo participando en el delito lo consiguen.
Por ello candidatos tontos y mentalmente paralíticos dicen que la violencia sistemática que asuela a nuestras ciudades no es asunto de policías y ladrones, sino de una estructura de desigualdad que no permite a las nuevas generaciones instalarse en la proliferación de bienes de consumo de la economía que los priva de un estatus que sólo la violencia les otorga.
PD: “Ábrete Sésamo”. Las Mil y Una Noches.