/ jueves 6 de junio de 2024

Realpolitik | El recuento de los votos

Como parte de los resultados electorales, algunos partidos demandaron el recuento de los votos en una idea que se ha establecido después de la elección presidencial del 2006, cuando Andrés Manuel López Obrador exigió que se abrieran las casillas porque según él los votos le favorecían, su exigencia no se resolvió en ese momento pero se reformó la ley para estipular en qué momento se pudiera hacer un recuento de votos.

De hecho, los votos se cuentan tres veces en tres diferentes momentos, la primera con los funcionarios de casillas cuyos resultados se asientan en las actas, de estas se entregan copias, a los representantes de partidos, una al Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) y otra al Consejo Distrital correspondiente, que se “canta” durante la sesión, y los resultados deben coincidir con las que tienen los representantes de los partidos políticos registrados. De no haber coincidencias o que se detecten alteraciones que generen dudas o no venga el acta de cómputo, se abre el paquete para contar o recontar los votos.

Con la reforma electoral al artículo 311 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE) se incluyeron nuevos motivos para hacer el recuento como que el número de votos nulos sea mayor a la diferencia entre candidaturas entre el primero y el segundo lugar, y/o que todos los votos hayan sido depositados a favor de un mismo partido.

No obstante, durante largo tiempo un mito desarrollado por los políticos perdedores es que en un recuento van a aparecer sólo votos a favor de ellos, pero no es así; aparecen votos que se anulan y votos a favor tanto para ellos como para el ganador; de tal manera que la tendencia se mantiene. No hay cambios significativos que permita al segundo subir a primer lugar.

Estos actos de negación de los resultados electorales cuando no les favorecen, es un recurso que los candidatos no pueden despojarse desde hace muchos años. Pero que además es un sentimiento que lo transfieren a sus seguidores con la narrativa del fraude.

Como señalan Natalia Aruguete y Ernesto Calvo en su libro “Nosotros contra ellos: Cómo trabajan las redes para confirmar nuestras creencias y rechazar las de los otros”, los votantes de quien ganó la elección perciben que la democracia es el mejor tipo de régimen político, que las elecciones son confiables y el fraude electoral es bajo; mientras que quienes sufragaron le dan un menor puntaje a la democracia, al sistema electoral y a la limpieza del proceso de elección. Dicho de otra manera: A nadie le gusta perder.

El problema aquí es que los resultados de los procesos se miran de manera selectiva, en algunos casos los partidos que ganaron la presidencial están regateando el triunfo de los partidos que ganaron gubernaturas, o alcaldías.

En México se han realizado once reformas electorales en los últimos cuarenta años, cada una de ellas trata el principal problema generado en la elección anterior, todos los problemas son de desconfianza por el discurso de los malos perdedores, que no aceptan su derrota.

Como parte de los resultados electorales, algunos partidos demandaron el recuento de los votos en una idea que se ha establecido después de la elección presidencial del 2006, cuando Andrés Manuel López Obrador exigió que se abrieran las casillas porque según él los votos le favorecían, su exigencia no se resolvió en ese momento pero se reformó la ley para estipular en qué momento se pudiera hacer un recuento de votos.

De hecho, los votos se cuentan tres veces en tres diferentes momentos, la primera con los funcionarios de casillas cuyos resultados se asientan en las actas, de estas se entregan copias, a los representantes de partidos, una al Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) y otra al Consejo Distrital correspondiente, que se “canta” durante la sesión, y los resultados deben coincidir con las que tienen los representantes de los partidos políticos registrados. De no haber coincidencias o que se detecten alteraciones que generen dudas o no venga el acta de cómputo, se abre el paquete para contar o recontar los votos.

Con la reforma electoral al artículo 311 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE) se incluyeron nuevos motivos para hacer el recuento como que el número de votos nulos sea mayor a la diferencia entre candidaturas entre el primero y el segundo lugar, y/o que todos los votos hayan sido depositados a favor de un mismo partido.

No obstante, durante largo tiempo un mito desarrollado por los políticos perdedores es que en un recuento van a aparecer sólo votos a favor de ellos, pero no es así; aparecen votos que se anulan y votos a favor tanto para ellos como para el ganador; de tal manera que la tendencia se mantiene. No hay cambios significativos que permita al segundo subir a primer lugar.

Estos actos de negación de los resultados electorales cuando no les favorecen, es un recurso que los candidatos no pueden despojarse desde hace muchos años. Pero que además es un sentimiento que lo transfieren a sus seguidores con la narrativa del fraude.

Como señalan Natalia Aruguete y Ernesto Calvo en su libro “Nosotros contra ellos: Cómo trabajan las redes para confirmar nuestras creencias y rechazar las de los otros”, los votantes de quien ganó la elección perciben que la democracia es el mejor tipo de régimen político, que las elecciones son confiables y el fraude electoral es bajo; mientras que quienes sufragaron le dan un menor puntaje a la democracia, al sistema electoral y a la limpieza del proceso de elección. Dicho de otra manera: A nadie le gusta perder.

El problema aquí es que los resultados de los procesos se miran de manera selectiva, en algunos casos los partidos que ganaron la presidencial están regateando el triunfo de los partidos que ganaron gubernaturas, o alcaldías.

En México se han realizado once reformas electorales en los últimos cuarenta años, cada una de ellas trata el principal problema generado en la elección anterior, todos los problemas son de desconfianza por el discurso de los malos perdedores, que no aceptan su derrota.