/ domingo 17 de febrero de 2019

Operación suicidio

La economía regional dependiente del turismo está asfixiada desde hace más de una década, pero se resiste a morir a base de meros suspiros. La agonía de la principal actividad productiva de Acapulco es real y las bocanadas de oxígeno resultan insuficientes ante las crecientes necesidades de empleo, de mejores salarios y de tener un destino altamente competitivo para atraer nuevas corrientes de visitantes.

No es exagerado advertir que el hilo del que pende este puerto -muy delgado, por cierto- se está reventando.

Cuando nos referimos al turismo como motor económico de Acapulco y Guerrero se trata de una locución literal. El grueso de los ingresos de este puerto, Ixtapa-Zihuatanejo y Taxco de Alarcón se obtienen mediante la prestación de servicios a visitantes de hospedaje, de alimentos, bares, transporte y comercio. Otros municipios con vocación turística, principalmente de las costas del estado, dependen económicamente también de esas vías.

Por mera obviedad, ese razonamiento no debería ser ajeno en la elaboración de las políticas económicas de nuestras autoridades.

Es por eso que resulta inaudita la postura del gobierno de Acapulco de estrangular la actividad turística bajo argumentos que resultan descabellados. Hagamos un poco de historia. La vida nocturna fue uno de los cimientos del crecimiento de Acapulco como destino turístico y es, hasta hoy, uno de nuestros principales atractivos hacia los visitantes. Quizá con una oferta más mermada, las discotecas y bares son parte del itinerario de los vacacionistas. Es, pues, el entorno festivo seductor de Acapulco.

Desde diciembre pasado, el Ayuntamiento, a través de la Dirección de Reglamentos y Espectáculos, anunció restricciones al horario de funcionamiento de bares y discotecas ubicados en la Costera Miguel Alemán para contener, según justificó, la imparable violencia. La inseguridad en la magnitud que padecemos hoy día, detonada en 2005, no surgió por la venta de bebidas alcohólicas o la actividad noctámbula de este destino. Los homicidios dolosos registrados a un ritmo dramático son consecuencia de la disputa territorial entre grupos del crimen organizado.

Esta medida de recorrer los horarios a la venta de bebidas embriagantes se extendió también a tiendas de conveniencia, de autoservicio y misceláneas, con un límite a las 10 de la noche y la posibilidad de extenderse hasta dos horas más con previo pago por esa “concesión”, al igual que en el caso de los centros nocturnos.

Siendo realistas, esto no mermará la actuación de la delincuencia ni evitará más muertes. Por el contrario, los negocios afectados estarían obligados a reducir su personal o, en casos extremos, a bajar sus cortinas, mandando a las filas del desempleo a decenas de jóvenes, en su mayoría, que laboran en esos establecimientos como meseros, garroteros, barman, gerentes o músicos. Y la delincuencia es la alternativa inmediata ante la falta de ofertas laborales formales.

En esos términos, la ley de ingresos de este año busca exterminar la actividad empresarial dedicada a los giros rojos, más allá de concretar una supuesta política social para revertir la inseguridad.

Se concluye, bajo esa premisa, que la estrategia del gobierno municipal para incentivar la economía local vía el turismo es errática. Por tanto, los responsables deben enmendar con premura colosal yerro si pretendemos mostrar una imagen renovada y pujante de Acapulco en este Tianguis Turístico 2019, el último para este balneario de esta década, antes del suicidio confeso.

La economía regional dependiente del turismo está asfixiada desde hace más de una década, pero se resiste a morir a base de meros suspiros. La agonía de la principal actividad productiva de Acapulco es real y las bocanadas de oxígeno resultan insuficientes ante las crecientes necesidades de empleo, de mejores salarios y de tener un destino altamente competitivo para atraer nuevas corrientes de visitantes.

No es exagerado advertir que el hilo del que pende este puerto -muy delgado, por cierto- se está reventando.

Cuando nos referimos al turismo como motor económico de Acapulco y Guerrero se trata de una locución literal. El grueso de los ingresos de este puerto, Ixtapa-Zihuatanejo y Taxco de Alarcón se obtienen mediante la prestación de servicios a visitantes de hospedaje, de alimentos, bares, transporte y comercio. Otros municipios con vocación turística, principalmente de las costas del estado, dependen económicamente también de esas vías.

Por mera obviedad, ese razonamiento no debería ser ajeno en la elaboración de las políticas económicas de nuestras autoridades.

Es por eso que resulta inaudita la postura del gobierno de Acapulco de estrangular la actividad turística bajo argumentos que resultan descabellados. Hagamos un poco de historia. La vida nocturna fue uno de los cimientos del crecimiento de Acapulco como destino turístico y es, hasta hoy, uno de nuestros principales atractivos hacia los visitantes. Quizá con una oferta más mermada, las discotecas y bares son parte del itinerario de los vacacionistas. Es, pues, el entorno festivo seductor de Acapulco.

Desde diciembre pasado, el Ayuntamiento, a través de la Dirección de Reglamentos y Espectáculos, anunció restricciones al horario de funcionamiento de bares y discotecas ubicados en la Costera Miguel Alemán para contener, según justificó, la imparable violencia. La inseguridad en la magnitud que padecemos hoy día, detonada en 2005, no surgió por la venta de bebidas alcohólicas o la actividad noctámbula de este destino. Los homicidios dolosos registrados a un ritmo dramático son consecuencia de la disputa territorial entre grupos del crimen organizado.

Esta medida de recorrer los horarios a la venta de bebidas embriagantes se extendió también a tiendas de conveniencia, de autoservicio y misceláneas, con un límite a las 10 de la noche y la posibilidad de extenderse hasta dos horas más con previo pago por esa “concesión”, al igual que en el caso de los centros nocturnos.

Siendo realistas, esto no mermará la actuación de la delincuencia ni evitará más muertes. Por el contrario, los negocios afectados estarían obligados a reducir su personal o, en casos extremos, a bajar sus cortinas, mandando a las filas del desempleo a decenas de jóvenes, en su mayoría, que laboran en esos establecimientos como meseros, garroteros, barman, gerentes o músicos. Y la delincuencia es la alternativa inmediata ante la falta de ofertas laborales formales.

En esos términos, la ley de ingresos de este año busca exterminar la actividad empresarial dedicada a los giros rojos, más allá de concretar una supuesta política social para revertir la inseguridad.

Se concluye, bajo esa premisa, que la estrategia del gobierno municipal para incentivar la economía local vía el turismo es errática. Por tanto, los responsables deben enmendar con premura colosal yerro si pretendemos mostrar una imagen renovada y pujante de Acapulco en este Tianguis Turístico 2019, el último para este balneario de esta década, antes del suicidio confeso.