/ sábado 19 de junio de 2021

Amnesia clasista

Al paso de las últimas décadas, la economía mexicana y sus drásticos altibajos han impactado en la composición de los estratos sociales hasta pulverizar el punto medio.

Pertenecer a la clase media significaba, hasta finales de los 80 y todavía principios de los 90, un privilegio. Hoy, ser clasemediero implica dificultades económicas y sociales que quizá hace tres décadas eran impensables.

En su último censo sobre ingresos y gastos en los hogares mexicanos, el INEGI identifica al 59.13 por ciento de la población total como clase baja, y a un 39.16 como clase media. La clase alta, añade el estudio, está integrada por apenas un 1.71 por ciento de la población.

Un clasemediero en la década de los 80, con todo y la errática conducción económica de los presidentes en turno, tenía mayor poder adquisitivo y facilidades para adquirir una vivienda de dos niveles. Liquidar en la actualidad un crédito de Infonavit, ya ni se diga de un hipotecario con la banca, puede prolongarse más allá de los años de vida del beneficiario de clase media.

De acuerdo con los parámetros del INEGI, una familia clasemediera, en la actualidad, es la que cuenta con una computadora en casa; gasta 4 mil 400 pesos trimestrales en bebidas y alimentos fuera del hogar (bares, restaurantes, cafeterías); tiene hijos inscritos en escuela pública y, en lo laboral, al menos un miembro de la familia devenga un salario en el sector formal. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico agrega que un hogar de clase media en México con cuatro miembros, para considerarse así, debe tener ingresos de 20 mil pesos mensuales para gastos en general y el ocio.

Es natural y loable que una inmensa mayoría de las cabezas de esas familias se haya preparado académicamente para acceder a empleos bien remunerados y ofrecer calidad de vida a los suyos. Es lo que se reconoce comúnmente como la cultura del esfuerzo. Sin embargo, esa tenacidad, disciplina, pasión y vocación son sinónimo de egoísmo y de una ambición sin escrúpulos, a juicio del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien catalogó incluso a ese grupo de la población como aspiracionista.

El embate presidencial contra la clase media devino de la derrota de su partido, Morena, en la mitad de las alcaldías de la Ciudad de México que era considerada su bastión político.

A decir de López Obrador, los clasemedieros con licenciatura, maestría y doctorado resultan muy difíciles de convencer de que la Cuarta Transformación es la panacea a los males que aquejan a México y eso es causa suficiente para obsequiarles parte de su iracundia permanente hacia los conservadores, intelectuales, neoliberales, opositores.

En términos estrictamente coloquiales, un aspiracionista no equivale a una persona desalmada o individualista como lo conceptualizó la máxima autoridad nacional; una aspiración es válida porque tiene que ver con “el deseo de un empleo, dignidad u otra cosa”, según la Real Academia de la Lengua Española.

Dicho esto, alguien que incurre en un marcado aspiracionismo es el propio autor del concepto. Tres intentos seguidos para conseguir la Presidencia de la República son evidencia irrefutable de ello.

Las palabras del presidente contra la clase media están cargadas de pesar político por el revés hacia su movimiento, pero olvida que ese sector fue factor numérico decisivo para su triunfo en la elección de 2018.

Y aunque Morena ganó varias gubernaturas y alcaldías en el país, el desencanto manifiesto de la CDMX con la 4T advierte un efecto dominó que, en tres años, puede alcanzar otras entidades del país y minar la amplia aceptación que aún conserva López Obrador gracias a sus programas sociales para la clase baja.

Al paso de las últimas décadas, la economía mexicana y sus drásticos altibajos han impactado en la composición de los estratos sociales hasta pulverizar el punto medio.

Pertenecer a la clase media significaba, hasta finales de los 80 y todavía principios de los 90, un privilegio. Hoy, ser clasemediero implica dificultades económicas y sociales que quizá hace tres décadas eran impensables.

En su último censo sobre ingresos y gastos en los hogares mexicanos, el INEGI identifica al 59.13 por ciento de la población total como clase baja, y a un 39.16 como clase media. La clase alta, añade el estudio, está integrada por apenas un 1.71 por ciento de la población.

Un clasemediero en la década de los 80, con todo y la errática conducción económica de los presidentes en turno, tenía mayor poder adquisitivo y facilidades para adquirir una vivienda de dos niveles. Liquidar en la actualidad un crédito de Infonavit, ya ni se diga de un hipotecario con la banca, puede prolongarse más allá de los años de vida del beneficiario de clase media.

De acuerdo con los parámetros del INEGI, una familia clasemediera, en la actualidad, es la que cuenta con una computadora en casa; gasta 4 mil 400 pesos trimestrales en bebidas y alimentos fuera del hogar (bares, restaurantes, cafeterías); tiene hijos inscritos en escuela pública y, en lo laboral, al menos un miembro de la familia devenga un salario en el sector formal. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico agrega que un hogar de clase media en México con cuatro miembros, para considerarse así, debe tener ingresos de 20 mil pesos mensuales para gastos en general y el ocio.

Es natural y loable que una inmensa mayoría de las cabezas de esas familias se haya preparado académicamente para acceder a empleos bien remunerados y ofrecer calidad de vida a los suyos. Es lo que se reconoce comúnmente como la cultura del esfuerzo. Sin embargo, esa tenacidad, disciplina, pasión y vocación son sinónimo de egoísmo y de una ambición sin escrúpulos, a juicio del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien catalogó incluso a ese grupo de la población como aspiracionista.

El embate presidencial contra la clase media devino de la derrota de su partido, Morena, en la mitad de las alcaldías de la Ciudad de México que era considerada su bastión político.

A decir de López Obrador, los clasemedieros con licenciatura, maestría y doctorado resultan muy difíciles de convencer de que la Cuarta Transformación es la panacea a los males que aquejan a México y eso es causa suficiente para obsequiarles parte de su iracundia permanente hacia los conservadores, intelectuales, neoliberales, opositores.

En términos estrictamente coloquiales, un aspiracionista no equivale a una persona desalmada o individualista como lo conceptualizó la máxima autoridad nacional; una aspiración es válida porque tiene que ver con “el deseo de un empleo, dignidad u otra cosa”, según la Real Academia de la Lengua Española.

Dicho esto, alguien que incurre en un marcado aspiracionismo es el propio autor del concepto. Tres intentos seguidos para conseguir la Presidencia de la República son evidencia irrefutable de ello.

Las palabras del presidente contra la clase media están cargadas de pesar político por el revés hacia su movimiento, pero olvida que ese sector fue factor numérico decisivo para su triunfo en la elección de 2018.

Y aunque Morena ganó varias gubernaturas y alcaldías en el país, el desencanto manifiesto de la CDMX con la 4T advierte un efecto dominó que, en tres años, puede alcanzar otras entidades del país y minar la amplia aceptación que aún conserva López Obrador gracias a sus programas sociales para la clase baja.