/ martes 11 de abril de 2023

El Machete Costeño | El brigadier Hermenegildo Galeana

En el 261 aniversario de su natalicio

En su primera campaña durante la Guerra de Independencia en tierras el Sur, el general José María Morelos y Pavón convocó a una junta de guerra a todos los jefes del pequeño ejército insurgente. Desde La Sabana, Pie de La Cuesta, El Veladero y otros puntos fortificados que estaban sitiando el castillo de San Diego en Acapulco, llegaban: Hermenegildo Galeana, sus primos José Antonio y Juan José, Ignacio Ayala, Rafael Valdovinos, Julián y Miguel Ávila, entre otros. La pluma de Ignacio Manuel Altamirano, recogió la crónica de tan importante acontecimiento; y Morelos habló: “Con el grupo de amigos con que atravesé el río de Las Balsas, armado con fusiles y cañones quitados al enemigo, derrotamos a Fuentes, a Calatayud y a Paris; comenzaron por despreciarnos y han terminado por temernos. Por la Gaceta del Gobierno de México, del cinco de abril, me he enterado que el iniciador de nuestro movimiento de independencia, don Miguel Hidalgo, así como los otros jefes Allende, Abasolo, Aldama y Jiménez, junto con más de 200 hombres han sido aprehendidos en Acatita de Baján. Está por demás decir a ustedes la trascendencia que esta noticia tan dolorosa tiene para nuestro movimiento de insurrección; y la necesidad evidente que nos impone de modificar y apresurar nuestros planes. Ante la dificultad de conquistar la fortaleza de San Diego, creo que debemos salir del Veladero y dirigirnos a la Intendencia de México, pero sin abandonar lo que hemos conquistado... ¿Qué debemos hacer? Me gustaría escuchar las opiniones de mis oficiales”.

Un breve silencio se apoderó de la reunión. De pronto, don Hermenegildo Galeana se puso de pie y con una decisión y seguridad que le serían características, habló: “Mi opinión, señor general, es que todo puede lograrse. No hay necesidad de perder ninguna de las ventajas que hemos logrado hasta aquí. Tenemos gente para todo. El grueso de nuestras tropas puede quedarse en nuestros campamentos sitiando a Acapulco y apoyando a la costa, en comunicación siempre con Zacatula y ofreciéndonos una retirada segura que no necesitamos pero que es prudente conservar. Una parte pequeña de estas tropas basta para emprender la nueva campaña; los pueblos vendrán a formar otro ejército como el que se formó en la costa. Los señores Bravo nos ayudarán, con la gente de Chichihualco, Chilpancingo, Amojileca y, a lo sumo, en tres días podrán reunir un buen ejército bien montado y equipado”.

Esta intervención de Galeana, descrita por don Ignacio Manuel Altamirano, demostró no sólo al Generalísimo sino a todos los oficiales que en don Hermenegildo tendrían, de ahora en adelante, a un estratega y a un hombre que sabía tomar decisiones en los momentos difíciles de la lucha. Al siguiente día de aquella histórica reunión, Morelos dispuso abandonar El Veladero y partir hacia Chilpancingo. Un pequeño ejército, los valientes soldados del Regimiento de Guadalupe con su jefe Galeana a la vanguardia, era despedido con ovaciones por sus compañeros que se quedaban resguardando el campamento. A cuarenta kilómetros, aproximadamente, pernoctaron en la hacienda de La Brea, hoy La Providencia. Aquí, Morelos ordenó don Hermenegildo Galeana continuar hasta Chichihualco, particularmente a la hacienda de la familia Bravo, don Leonardo y sus hijos. Después de ponerlos al tanto de las batallas ganadas en la costa, de sus fracasos en el intento por tomar el Castillo de San Diego y del entusiasmo que mostraban las tropas del general Morelos, Galeana no solo fue auxiliado con víveres para la tropa insurgente, sino que fue dotado de armas y parque que los Bravo tenían destinados a la causa.

Los cansados soldados, exhaustos por el viaje, después de atravesar serranías, valles y barrancas desde La Brea hasta Chichihualco, se dispusieron a tomar un merecido descanso bajo los árboles, unos; limpiando sus armas, otros; y el resto disfrutando de las refrescantes aguas del río aledaño a la hacienda. De pronto, el tronido de una descarga de fusilería interrumpió la paz del día: eran 600 soldados del regimiento “Fijo de México” y “Lanceros de Veracruz” al mando del comandante español Lorenzo Garrote, quienes a todo galope irrumpían en los parajes causando muerte y confusión. Pero al estruendo de la descarga, siguió el poderoso grito de Galeana sobreponiéndose al descontrol. Simultáneas las órdenes y el despertar de los sentidos de los bravos costeños del Regimiento de Guadalupe que se bañaban en el río: mitad hombres, mitad pez, nadaron vertiginosamente hacia la orilla; mitad hombres, mitad anfibios, corrieron precipitadamente hacia fusiles y machetes y, desnudos, como faunos de la guerra, arremetieron contra los centauros españoles. Certeros los disparos, mortales los tajos, estrepitosa la caída de los corceles. Controladas la confusión y la sorpresa, a caballo llegaban don Leonardo Bravo y otros jinetes causando bajas a las tropas de Garrote. Dice Alvear Acevedo que “el choque de los jinetes de don Hermenegildo fue terrible: en un abrir y cerrar de ojos, Galeana se vio rodeado de enemigos, aislado de los suyos, abrumado por el número, pero manejando con maravillosa presteza su briosa cabalgadura, como un nuevo Dios de la guerra que trazaba en el aire círculos relampagueantes con su machete sembraba la muerte en torno suyo. Entre el fragor de la fusilería sobresalían los gritos de ¡Galeana! ¡Galeana!, mientras esos bravos costeños saltaban sobre los jinetes realistas y los derribaban con ímpetus de terrible ferocidad. Garrote, perdidas todas sus expectativas de ataque sorpresivo y en inminente peligro de ser capturado con sus hombres, ordenó la retirada, dejando tras de sí un número considerable de soldados muertos y otro tanto hechos prisioneros y casi 300 fusiles”.

El estandarte de Morelos./ Foto: @Ramón Sierra

Esta batalla lograda por don Hermenegildo y sus aguerridos costeños, que pelearon desnudos, permitió a Morelos la consolidación de su incipiente ejército, pues muchos prisioneros se pasaron a las filas insurgentes y los que no, enviados prisioneros a la iglesia de Tecpan; y permitió, además, el reconocimiento en la figura de Galeana de un buen estratega y aguerrido combatiente. El derrotero de la libertad condujo a las huestes del Caudillo a Chilpancingo y de ahí a Tixtla. Ya en el hermoso valle tixtleco, los ojos astutos de Morelos escudriñaban el Fortín, la llanura, la ciudad... Y su cerebro de estratega distribuía, preparaba y ordenaba al primero de sus hombres: “Señor Galeana, dentro de una hora ese fortín debe ser nuestro. Utilice el menos tiempo posible, porque inmediatamente después nos apoderaremos de la plaza. El regimiento de Guadalupe bastará para eso. Y como usted ya sabe, deberá economizar parque, tanto, que será necesario no disparar sino a quemarropa… En esa época (1811), Tixtla contaba con 4,000 habitantes. Sus máximas autoridades: el subdelegado y comandante militar don Joaquín de Guevara; el coronel realista don Nicolás de Cosío, y el cura Manuel Mayol, (que odiaba la causa insurgente) se preparaban para recibir a Morelos. Guevara concentró pertrechos, municiones y ocho piezas de artillería; estas últimas colocadas en el fortín del Calvario. Guevara y Cosío pusieron en alerta las tropas españolas: “Los Colorados” del Regimiento Fijo de México, los soldados del Regimiento Lanceros de Veracruz; las compañías de milicianos de Tixtla, Chilapa, Zumpango y Tlapa, así como 400 indígenas que se unieron a los 1,100 milicianos, es decir, 1500 hombres para enfrentar a Morelos, con la ventaja de estar fortificados en una plaza y tener seguridad en los disparos de fusil. Esperarían a los insurgentes para recibirlos a quemarropa. Los tambores tocaban diana…

Por el lado de la insurgencia, los preparativos se establecían con premura, pero con tacto; con la inteligencia y con el corazón. Galeana dividía a los Guadalupes en cuatro columnas de asalto y puso al frente de ellas a sus primos José Antonio y Juan José y a su sobrino Pablo. Él quedaría al frente de la primera columna abanderada con el lábaro blanco y azul de los independientes. Don Víctor y don Miguel Bravo, al frente de la caballería que atacaría a los centauros españoles. Los batallones de don Leonardo y don Nicolás Bravo se unían al grupo de Morelos para atacar a Los Colorados y a los milicianos de Cosío y Garrote, que ya se encontraba en Tixtla después de la derrota que sufrieron en Chichihualco. Galeana, atendiendo a sus cinco sentidos y a la responsabilidad que acababa de conferirle el Caudillo, daba las últimas instrucciones a sus valientes costeños, y en ellas infundía el impaciente y contagioso entusiasmo que lo caracterizaba.

Morelos envió al sacerdote José Antonio Talavera como parlamentario para que la plaza se rindiera. Cosío y Garrote contestaron el mensaje: se negaron a establecer diálogo con rebeldes; para los soldados del Rey “era ridículo escuchar intimidaciones de rendición de una chusma, porque ellos eran superiores en armamento y experiencia...” Ante esto, Morelos dio las últimas instrucciones. Desde su corcel alzó el brazo y dio una señal a don Hermenegildo. Rápidamente una bandera negra se desplegó a su lado. Los tambores, con paso de ataque, anunciaron que la suerte estaba echada: 600 insurgentes se enfrentarían a 1500 realistas. De repente una gritería proveniente de gargantas mexicanas invadió el valle, a la vez que por el mismo se desbordaban las cuatro columnas de caballería comandadas por Hermenegildo Galeana. La embestida fue furiosa, los jinetes Guadalupes avanzaban a galope tendido sobre el fortín, tratando de esquivar los obstáculos. El humo de las descargas españolas envolvía a los jinetes de la insurgencia que caían derribados por las balas. Dice don Ubaldo Vargas, que los atacantes, en su alocada carrera, hacían relampaguear sus anchos machetes con cegadores destellos al reflejarse en ellos los rayos del sol. Pero Galeana avanzaba. Sus diezmadas columnas alcanzaron el fortín. Esquivando la muerte llegaba don Hermenegildo justo al centro de su objetivo, blandiendo con furia el enorme machete costeño, seguido de sus Guadalupes y las huestes de Bravo.

Dice Altamirano que “de los parapetos de piedra y adobe de la pequeña fortaleza caía una lluvia de metralla y balas sobre los hombres de Galeana, diezmados a cada paso, pero sin retroceder un palmo, conducidos por aquel guerrero rubio que parecía un nuevo Aquiles, invulnerable y furioso... De pronto, pareció envolver al fortín un cinturón de fuego, y al estallido de una descarga general, sucedió un silencio de muerte... ¡El fortín estaba tomado! Descendió la bandera española y se enarboló la bandera azul y blanco de los insurgentes. Al verla, la columna de Morelos prorrumpió en gritos de entusiasmo: ¡Viva Galeana! ¡Viva Morelos! Cuando el general y sus soldados llegaban al fortín, Galeana, cubierto de sangre y de pólvora, salió de los parapetos, se adelantó al Caudillo y le entregó la bandera española: —Señor, —le dijo descubriéndose— aquí tiene usted la bandera del enemigo; ahí dentro están los prisioneros, Cosío y Garrote huyeron...” Doscientos fusiles, ocho cañones y seiscientos prisioneros fue el fruto de la victoria. Morelos ordenó atender a los heridos y comer. Eran las 12 del día 26 de mayo de 1811. Por la mañana, Morelos había llamado a los Galeana y a los Bravo para decirles que “a las doce (era) preciso que la plaza esté en nuestro poder”. Los historiadores dicen que dijo: “A las doce comeremos en Tixtla”.

Morelos, aprovechando una pequeña tregua, se dirigió a Chilpancingo. Dejó una pequeña guarnición bajo las órdenes de Galeana. En Chilpancingo se celebraban las fiestas de la Virgen de la Asunción y el día 15 de agosto los soldados de Morelos participaban de las fiestas. Inclusive Galeana, en Tixtla, concedió permiso a algunos soldados de su pequeña guarnición para asistir a las fiestas religiosas. Llegó a oídos del comandante realista Fuentes que Tixtla estaba débilmente custodiada y consideró pertinente reconquistarla. En operación rápida, atacó fuertemente a Galeana y sus hombres que hicieron prodigios de valor para repeler el ataque. Los costeños peleaban multiplicándose. Galeana comprendió que no podrían resistir mucho tiempo y envió un mensaje al general Morelos a Chilpancingo, pidiendo refuerzos. Morelos llegó al día siguiente con 700 hombres atacando por la retaguardia. Los soldados de Fuentes ya no querían combatir sino salvarse. La huida fue hacia Chilapa y hasta allá los persiguió la caballería de Galeana. El pánico se apoderó de la población; los hacendados trataron de huir con las pertenencias que podían cargar. Galeana rodeó la ciudad e impidió la huida. Chilapa cayó en poder de don Hermenegildo y a la llegada de Morelos ya había como trofeos de guerra 400 fusiles, 4 cañones y casi 400 prisioneros. De estos últimos, muchos pasaron a engrosar las filas insurgentes y otros enviados a las cárceles de Zacatula y Tecpan. (CONTINUARÁ).

En su primera campaña durante la Guerra de Independencia en tierras el Sur, el general José María Morelos y Pavón convocó a una junta de guerra a todos los jefes del pequeño ejército insurgente. Desde La Sabana, Pie de La Cuesta, El Veladero y otros puntos fortificados que estaban sitiando el castillo de San Diego en Acapulco, llegaban: Hermenegildo Galeana, sus primos José Antonio y Juan José, Ignacio Ayala, Rafael Valdovinos, Julián y Miguel Ávila, entre otros. La pluma de Ignacio Manuel Altamirano, recogió la crónica de tan importante acontecimiento; y Morelos habló: “Con el grupo de amigos con que atravesé el río de Las Balsas, armado con fusiles y cañones quitados al enemigo, derrotamos a Fuentes, a Calatayud y a Paris; comenzaron por despreciarnos y han terminado por temernos. Por la Gaceta del Gobierno de México, del cinco de abril, me he enterado que el iniciador de nuestro movimiento de independencia, don Miguel Hidalgo, así como los otros jefes Allende, Abasolo, Aldama y Jiménez, junto con más de 200 hombres han sido aprehendidos en Acatita de Baján. Está por demás decir a ustedes la trascendencia que esta noticia tan dolorosa tiene para nuestro movimiento de insurrección; y la necesidad evidente que nos impone de modificar y apresurar nuestros planes. Ante la dificultad de conquistar la fortaleza de San Diego, creo que debemos salir del Veladero y dirigirnos a la Intendencia de México, pero sin abandonar lo que hemos conquistado... ¿Qué debemos hacer? Me gustaría escuchar las opiniones de mis oficiales”.

Un breve silencio se apoderó de la reunión. De pronto, don Hermenegildo Galeana se puso de pie y con una decisión y seguridad que le serían características, habló: “Mi opinión, señor general, es que todo puede lograrse. No hay necesidad de perder ninguna de las ventajas que hemos logrado hasta aquí. Tenemos gente para todo. El grueso de nuestras tropas puede quedarse en nuestros campamentos sitiando a Acapulco y apoyando a la costa, en comunicación siempre con Zacatula y ofreciéndonos una retirada segura que no necesitamos pero que es prudente conservar. Una parte pequeña de estas tropas basta para emprender la nueva campaña; los pueblos vendrán a formar otro ejército como el que se formó en la costa. Los señores Bravo nos ayudarán, con la gente de Chichihualco, Chilpancingo, Amojileca y, a lo sumo, en tres días podrán reunir un buen ejército bien montado y equipado”.

Esta intervención de Galeana, descrita por don Ignacio Manuel Altamirano, demostró no sólo al Generalísimo sino a todos los oficiales que en don Hermenegildo tendrían, de ahora en adelante, a un estratega y a un hombre que sabía tomar decisiones en los momentos difíciles de la lucha. Al siguiente día de aquella histórica reunión, Morelos dispuso abandonar El Veladero y partir hacia Chilpancingo. Un pequeño ejército, los valientes soldados del Regimiento de Guadalupe con su jefe Galeana a la vanguardia, era despedido con ovaciones por sus compañeros que se quedaban resguardando el campamento. A cuarenta kilómetros, aproximadamente, pernoctaron en la hacienda de La Brea, hoy La Providencia. Aquí, Morelos ordenó don Hermenegildo Galeana continuar hasta Chichihualco, particularmente a la hacienda de la familia Bravo, don Leonardo y sus hijos. Después de ponerlos al tanto de las batallas ganadas en la costa, de sus fracasos en el intento por tomar el Castillo de San Diego y del entusiasmo que mostraban las tropas del general Morelos, Galeana no solo fue auxiliado con víveres para la tropa insurgente, sino que fue dotado de armas y parque que los Bravo tenían destinados a la causa.

Los cansados soldados, exhaustos por el viaje, después de atravesar serranías, valles y barrancas desde La Brea hasta Chichihualco, se dispusieron a tomar un merecido descanso bajo los árboles, unos; limpiando sus armas, otros; y el resto disfrutando de las refrescantes aguas del río aledaño a la hacienda. De pronto, el tronido de una descarga de fusilería interrumpió la paz del día: eran 600 soldados del regimiento “Fijo de México” y “Lanceros de Veracruz” al mando del comandante español Lorenzo Garrote, quienes a todo galope irrumpían en los parajes causando muerte y confusión. Pero al estruendo de la descarga, siguió el poderoso grito de Galeana sobreponiéndose al descontrol. Simultáneas las órdenes y el despertar de los sentidos de los bravos costeños del Regimiento de Guadalupe que se bañaban en el río: mitad hombres, mitad pez, nadaron vertiginosamente hacia la orilla; mitad hombres, mitad anfibios, corrieron precipitadamente hacia fusiles y machetes y, desnudos, como faunos de la guerra, arremetieron contra los centauros españoles. Certeros los disparos, mortales los tajos, estrepitosa la caída de los corceles. Controladas la confusión y la sorpresa, a caballo llegaban don Leonardo Bravo y otros jinetes causando bajas a las tropas de Garrote. Dice Alvear Acevedo que “el choque de los jinetes de don Hermenegildo fue terrible: en un abrir y cerrar de ojos, Galeana se vio rodeado de enemigos, aislado de los suyos, abrumado por el número, pero manejando con maravillosa presteza su briosa cabalgadura, como un nuevo Dios de la guerra que trazaba en el aire círculos relampagueantes con su machete sembraba la muerte en torno suyo. Entre el fragor de la fusilería sobresalían los gritos de ¡Galeana! ¡Galeana!, mientras esos bravos costeños saltaban sobre los jinetes realistas y los derribaban con ímpetus de terrible ferocidad. Garrote, perdidas todas sus expectativas de ataque sorpresivo y en inminente peligro de ser capturado con sus hombres, ordenó la retirada, dejando tras de sí un número considerable de soldados muertos y otro tanto hechos prisioneros y casi 300 fusiles”.

El estandarte de Morelos./ Foto: @Ramón Sierra

Esta batalla lograda por don Hermenegildo y sus aguerridos costeños, que pelearon desnudos, permitió a Morelos la consolidación de su incipiente ejército, pues muchos prisioneros se pasaron a las filas insurgentes y los que no, enviados prisioneros a la iglesia de Tecpan; y permitió, además, el reconocimiento en la figura de Galeana de un buen estratega y aguerrido combatiente. El derrotero de la libertad condujo a las huestes del Caudillo a Chilpancingo y de ahí a Tixtla. Ya en el hermoso valle tixtleco, los ojos astutos de Morelos escudriñaban el Fortín, la llanura, la ciudad... Y su cerebro de estratega distribuía, preparaba y ordenaba al primero de sus hombres: “Señor Galeana, dentro de una hora ese fortín debe ser nuestro. Utilice el menos tiempo posible, porque inmediatamente después nos apoderaremos de la plaza. El regimiento de Guadalupe bastará para eso. Y como usted ya sabe, deberá economizar parque, tanto, que será necesario no disparar sino a quemarropa… En esa época (1811), Tixtla contaba con 4,000 habitantes. Sus máximas autoridades: el subdelegado y comandante militar don Joaquín de Guevara; el coronel realista don Nicolás de Cosío, y el cura Manuel Mayol, (que odiaba la causa insurgente) se preparaban para recibir a Morelos. Guevara concentró pertrechos, municiones y ocho piezas de artillería; estas últimas colocadas en el fortín del Calvario. Guevara y Cosío pusieron en alerta las tropas españolas: “Los Colorados” del Regimiento Fijo de México, los soldados del Regimiento Lanceros de Veracruz; las compañías de milicianos de Tixtla, Chilapa, Zumpango y Tlapa, así como 400 indígenas que se unieron a los 1,100 milicianos, es decir, 1500 hombres para enfrentar a Morelos, con la ventaja de estar fortificados en una plaza y tener seguridad en los disparos de fusil. Esperarían a los insurgentes para recibirlos a quemarropa. Los tambores tocaban diana…

Por el lado de la insurgencia, los preparativos se establecían con premura, pero con tacto; con la inteligencia y con el corazón. Galeana dividía a los Guadalupes en cuatro columnas de asalto y puso al frente de ellas a sus primos José Antonio y Juan José y a su sobrino Pablo. Él quedaría al frente de la primera columna abanderada con el lábaro blanco y azul de los independientes. Don Víctor y don Miguel Bravo, al frente de la caballería que atacaría a los centauros españoles. Los batallones de don Leonardo y don Nicolás Bravo se unían al grupo de Morelos para atacar a Los Colorados y a los milicianos de Cosío y Garrote, que ya se encontraba en Tixtla después de la derrota que sufrieron en Chichihualco. Galeana, atendiendo a sus cinco sentidos y a la responsabilidad que acababa de conferirle el Caudillo, daba las últimas instrucciones a sus valientes costeños, y en ellas infundía el impaciente y contagioso entusiasmo que lo caracterizaba.

Morelos envió al sacerdote José Antonio Talavera como parlamentario para que la plaza se rindiera. Cosío y Garrote contestaron el mensaje: se negaron a establecer diálogo con rebeldes; para los soldados del Rey “era ridículo escuchar intimidaciones de rendición de una chusma, porque ellos eran superiores en armamento y experiencia...” Ante esto, Morelos dio las últimas instrucciones. Desde su corcel alzó el brazo y dio una señal a don Hermenegildo. Rápidamente una bandera negra se desplegó a su lado. Los tambores, con paso de ataque, anunciaron que la suerte estaba echada: 600 insurgentes se enfrentarían a 1500 realistas. De repente una gritería proveniente de gargantas mexicanas invadió el valle, a la vez que por el mismo se desbordaban las cuatro columnas de caballería comandadas por Hermenegildo Galeana. La embestida fue furiosa, los jinetes Guadalupes avanzaban a galope tendido sobre el fortín, tratando de esquivar los obstáculos. El humo de las descargas españolas envolvía a los jinetes de la insurgencia que caían derribados por las balas. Dice don Ubaldo Vargas, que los atacantes, en su alocada carrera, hacían relampaguear sus anchos machetes con cegadores destellos al reflejarse en ellos los rayos del sol. Pero Galeana avanzaba. Sus diezmadas columnas alcanzaron el fortín. Esquivando la muerte llegaba don Hermenegildo justo al centro de su objetivo, blandiendo con furia el enorme machete costeño, seguido de sus Guadalupes y las huestes de Bravo.

Dice Altamirano que “de los parapetos de piedra y adobe de la pequeña fortaleza caía una lluvia de metralla y balas sobre los hombres de Galeana, diezmados a cada paso, pero sin retroceder un palmo, conducidos por aquel guerrero rubio que parecía un nuevo Aquiles, invulnerable y furioso... De pronto, pareció envolver al fortín un cinturón de fuego, y al estallido de una descarga general, sucedió un silencio de muerte... ¡El fortín estaba tomado! Descendió la bandera española y se enarboló la bandera azul y blanco de los insurgentes. Al verla, la columna de Morelos prorrumpió en gritos de entusiasmo: ¡Viva Galeana! ¡Viva Morelos! Cuando el general y sus soldados llegaban al fortín, Galeana, cubierto de sangre y de pólvora, salió de los parapetos, se adelantó al Caudillo y le entregó la bandera española: —Señor, —le dijo descubriéndose— aquí tiene usted la bandera del enemigo; ahí dentro están los prisioneros, Cosío y Garrote huyeron...” Doscientos fusiles, ocho cañones y seiscientos prisioneros fue el fruto de la victoria. Morelos ordenó atender a los heridos y comer. Eran las 12 del día 26 de mayo de 1811. Por la mañana, Morelos había llamado a los Galeana y a los Bravo para decirles que “a las doce (era) preciso que la plaza esté en nuestro poder”. Los historiadores dicen que dijo: “A las doce comeremos en Tixtla”.

Morelos, aprovechando una pequeña tregua, se dirigió a Chilpancingo. Dejó una pequeña guarnición bajo las órdenes de Galeana. En Chilpancingo se celebraban las fiestas de la Virgen de la Asunción y el día 15 de agosto los soldados de Morelos participaban de las fiestas. Inclusive Galeana, en Tixtla, concedió permiso a algunos soldados de su pequeña guarnición para asistir a las fiestas religiosas. Llegó a oídos del comandante realista Fuentes que Tixtla estaba débilmente custodiada y consideró pertinente reconquistarla. En operación rápida, atacó fuertemente a Galeana y sus hombres que hicieron prodigios de valor para repeler el ataque. Los costeños peleaban multiplicándose. Galeana comprendió que no podrían resistir mucho tiempo y envió un mensaje al general Morelos a Chilpancingo, pidiendo refuerzos. Morelos llegó al día siguiente con 700 hombres atacando por la retaguardia. Los soldados de Fuentes ya no querían combatir sino salvarse. La huida fue hacia Chilapa y hasta allá los persiguió la caballería de Galeana. El pánico se apoderó de la población; los hacendados trataron de huir con las pertenencias que podían cargar. Galeana rodeó la ciudad e impidió la huida. Chilapa cayó en poder de don Hermenegildo y a la llegada de Morelos ya había como trofeos de guerra 400 fusiles, 4 cañones y casi 400 prisioneros. De estos últimos, muchos pasaron a engrosar las filas insurgentes y otros enviados a las cárceles de Zacatula y Tecpan. (CONTINUARÁ).

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