/ sábado 31 de diciembre de 2022

El Machete Costeño | La noche de San Silvestre

 Última del año

Aquella noche que salió a pescar, Silvestre no llevaba en la cabeza las buenas voluntades de sus días cotidianos; lo obsesionaba la idea de adueñarse del lucero que por las madrugadas iluminaba la laguna, sobre todo, en aquellas en que no había luna, o en las que sí había sólo que menguante; apenas una delgada guadaña, pero sin luz; en cambio, la del lucero era tal que untaba de plata el agua que escurría del remo cada vez que lo sacaba para volverlo a hundir, mientras la canoa avanzaba, lenta, por los contornos de la isla de Pájaros, donde iba tendiendo el chinchorro…

A Silvestre se le conocía como un hombre bueno, participaba en casi todas las festividades religiosas de la iglesia del pueblo, pertenecía a algunas congregaciones y comulgaba los domingos y fiestas de guardar; por Navidad,entonaba los cantos impartidos por la tradición: “Ya viene el Cordero, venga en hora buena, para darle al mundo, Cordero,una Noche Buena…” “Quién es esa que viene llenando de perfumes el plácido ambiente, más hermosa que el sol en oriente, más graciosa que Esther y Judith? Es la reina del cielo, es la madre del Señor que domina los mares, por quien Venus, Iris y Antares, en el orbe derraman su luz…” Y también informaba a los Reyes Magos del comportamiento que cada muchachillo había tenido a lo largo del año, por aquello de los regalos; pero casi siempre, como de costumbre, no le hacían caso, pues a los que se portaban bien no les traían nada; —es que ahora losReyes andan pobres. —Decía.

Pero lo importante de la vida de Silvestre, era su oficio de pescador; tenía la particularidad de ser dueño de todos los conocimientos del arte de la pesca,pero también del estero: —la laguna del Plan es mía. —Aseguraba con frecuencia. Conocía todos los recovecos,los sitios donde abundaba la mojarra, el cuatete, el camarón… Los manglares donde salían los lagartos, las tortugas… Lo saludaban las aves y observaba y cuidaba sus nidos. Sabía en qué época del año llegaban las cigüeñas, el pato canadiense… A su familia, aunque muy pobre, no le faltaba qué comer; aparte de que tenían sus puerquitos y sus gallinas ponedoras,Silvestre proveía diariamente de pescado, parte que se consumía en casa y parte que se vendía en el mercado del pueblo.

Todo iba bien, hasta ese día que amaneció con la idea absurda de robarse al lucero. Y la costumbre de la Nochebuena y del Año Nuevo hubiera continuado su rumbo normal si a Silvestre no le pasa esa ocurrencia por lacabeza; es decir, el ensayo de sus pastoras con sus cánticos de nacimiento en nacimiento, la preparación de las empanadas de leche y las hojuelas con melao,un manjar navideño para su mujer y sus hijos y aquel quehacer doméstico llevado con alegría en el preparado de la masa, los huevos batidos con azúcar, la medida precisa de la harina, la levadura, la manteca, el cocimiento en el horno de barro del patio de la casa… Y la oración de su hija mayor, a escondidas, por enésima ocasión, la noche del treinta y uno: “San Silvestre, último santo del año, cásame con Casimiro, me lo traes a mi sin daño, pero dándome su corazón para que llegue hasta mí lleno de fuego y amor; que sus brazos se cansen de estrechar mi cuerpo, que mis labios lo quemen con mis besos de pasión, que su mente sea para que me recuerde con amor… tengo que dominarte Casimiro, te ordeno que ninguna persona te guste porque solamente te gustaré yo… San Silvestre, último santo del año, dame su corazón, su mente, sus sueños;que en Año Nuevo Casimiro no conozca otro dueño que mi amor, que sueñe cada noche conmigo y en mis brazos encuentre el abrigo de un amor protector… Por San Silvestre, último santo del año, que venga a mi sin daño pero dándome el corazón de Casimiro, que me lo conceda San Silvestre. Amén.”

Pero la obsesión que Silvestre traía entre ceja y ceja ya le había resuelto la decisión: esta noche, esta madrugada… Preparó su atarraya, más larga y con menos plomos… y con el cayuco anclado en medio de la laguna,esperó. De pronto, por el oriente,apareció cuan bello era. La perspectiva horizontal, oblicua y navideña hacían verlo más resplandeciente. Silvestre le dio varias vueltas al antebrazo con el cordel de la atarraya y con calma, pero con destreza acomodó los pliegues en su hombro, con cada mano agarró fuertemente los dos mazos de red y lastres, respiró profundo y tomó impulso con los brazos hacia atrás… y justo,cuando el resplandor aparecía entre los penachos de las palmeras de la orilla,con las fuerzas de su alma lanzó la red al cielo…

En el toro de palapa de la playa, donde solía descansar en sus jornadas de pesca, había fiesta y luz,mucha luz; su perro ladraba sin cesar y las aves y los animales de agua y tierra alteraron su vigilia y a él no le cabía en el pecho la sensación de su osadía…

Cuentan, que casi al amanecer, de pronto se oscureció la enramada y que sin vida encontraron a Silvestre, porque de celos se desbordó el estero, entró al toro de palapa y rescató al lucero…

La mañana del día primero, el sol reluciente del Año Nuevo, iluminó las flores aún frescas de la humilde tumba de Silvestre.

Aquella noche que salió a pescar, Silvestre no llevaba en la cabeza las buenas voluntades de sus días cotidianos; lo obsesionaba la idea de adueñarse del lucero que por las madrugadas iluminaba la laguna, sobre todo, en aquellas en que no había luna, o en las que sí había sólo que menguante; apenas una delgada guadaña, pero sin luz; en cambio, la del lucero era tal que untaba de plata el agua que escurría del remo cada vez que lo sacaba para volverlo a hundir, mientras la canoa avanzaba, lenta, por los contornos de la isla de Pájaros, donde iba tendiendo el chinchorro…

A Silvestre se le conocía como un hombre bueno, participaba en casi todas las festividades religiosas de la iglesia del pueblo, pertenecía a algunas congregaciones y comulgaba los domingos y fiestas de guardar; por Navidad,entonaba los cantos impartidos por la tradición: “Ya viene el Cordero, venga en hora buena, para darle al mundo, Cordero,una Noche Buena…” “Quién es esa que viene llenando de perfumes el plácido ambiente, más hermosa que el sol en oriente, más graciosa que Esther y Judith? Es la reina del cielo, es la madre del Señor que domina los mares, por quien Venus, Iris y Antares, en el orbe derraman su luz…” Y también informaba a los Reyes Magos del comportamiento que cada muchachillo había tenido a lo largo del año, por aquello de los regalos; pero casi siempre, como de costumbre, no le hacían caso, pues a los que se portaban bien no les traían nada; —es que ahora losReyes andan pobres. —Decía.

Pero lo importante de la vida de Silvestre, era su oficio de pescador; tenía la particularidad de ser dueño de todos los conocimientos del arte de la pesca,pero también del estero: —la laguna del Plan es mía. —Aseguraba con frecuencia. Conocía todos los recovecos,los sitios donde abundaba la mojarra, el cuatete, el camarón… Los manglares donde salían los lagartos, las tortugas… Lo saludaban las aves y observaba y cuidaba sus nidos. Sabía en qué época del año llegaban las cigüeñas, el pato canadiense… A su familia, aunque muy pobre, no le faltaba qué comer; aparte de que tenían sus puerquitos y sus gallinas ponedoras,Silvestre proveía diariamente de pescado, parte que se consumía en casa y parte que se vendía en el mercado del pueblo.

Todo iba bien, hasta ese día que amaneció con la idea absurda de robarse al lucero. Y la costumbre de la Nochebuena y del Año Nuevo hubiera continuado su rumbo normal si a Silvestre no le pasa esa ocurrencia por lacabeza; es decir, el ensayo de sus pastoras con sus cánticos de nacimiento en nacimiento, la preparación de las empanadas de leche y las hojuelas con melao,un manjar navideño para su mujer y sus hijos y aquel quehacer doméstico llevado con alegría en el preparado de la masa, los huevos batidos con azúcar, la medida precisa de la harina, la levadura, la manteca, el cocimiento en el horno de barro del patio de la casa… Y la oración de su hija mayor, a escondidas, por enésima ocasión, la noche del treinta y uno: “San Silvestre, último santo del año, cásame con Casimiro, me lo traes a mi sin daño, pero dándome su corazón para que llegue hasta mí lleno de fuego y amor; que sus brazos se cansen de estrechar mi cuerpo, que mis labios lo quemen con mis besos de pasión, que su mente sea para que me recuerde con amor… tengo que dominarte Casimiro, te ordeno que ninguna persona te guste porque solamente te gustaré yo… San Silvestre, último santo del año, dame su corazón, su mente, sus sueños;que en Año Nuevo Casimiro no conozca otro dueño que mi amor, que sueñe cada noche conmigo y en mis brazos encuentre el abrigo de un amor protector… Por San Silvestre, último santo del año, que venga a mi sin daño pero dándome el corazón de Casimiro, que me lo conceda San Silvestre. Amén.”

Pero la obsesión que Silvestre traía entre ceja y ceja ya le había resuelto la decisión: esta noche, esta madrugada… Preparó su atarraya, más larga y con menos plomos… y con el cayuco anclado en medio de la laguna,esperó. De pronto, por el oriente,apareció cuan bello era. La perspectiva horizontal, oblicua y navideña hacían verlo más resplandeciente. Silvestre le dio varias vueltas al antebrazo con el cordel de la atarraya y con calma, pero con destreza acomodó los pliegues en su hombro, con cada mano agarró fuertemente los dos mazos de red y lastres, respiró profundo y tomó impulso con los brazos hacia atrás… y justo,cuando el resplandor aparecía entre los penachos de las palmeras de la orilla,con las fuerzas de su alma lanzó la red al cielo…

En el toro de palapa de la playa, donde solía descansar en sus jornadas de pesca, había fiesta y luz,mucha luz; su perro ladraba sin cesar y las aves y los animales de agua y tierra alteraron su vigilia y a él no le cabía en el pecho la sensación de su osadía…

Cuentan, que casi al amanecer, de pronto se oscureció la enramada y que sin vida encontraron a Silvestre, porque de celos se desbordó el estero, entró al toro de palapa y rescató al lucero…

La mañana del día primero, el sol reluciente del Año Nuevo, iluminó las flores aún frescas de la humilde tumba de Silvestre.

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