/ lunes 14 de noviembre de 2022

El Machete Costeño | Un niño de razón, feo y talentoso

A Ignacio Manuel Altamirano, en el 188 aniversario de su natalicio

Mientras en la República mexicana soplaban vientos de renovación y en las costas surianas se pactaba para emprender una nueva lucha en defensa de los intereses de la Patria, en una humilde casa del barrio de Santiago en la heroica Tixtla,nacía uno de los hombres más ilustres que ha dado nuestro Estado: don Ignacio Manuel Altamirano Basilio. Sobre su fecha de nacimiento los historiadores aún no están completamente de acuerdo, aunque la mayoría coincide en el 13 de noviembre de 1834. A pesar de todo, con los estudios realizados por sus biógrafos, se acepta de manera oficial la del 13 de noviembre y aquí podemos agregar lo que se afirma, que él decía: “en 13 nací, en 13 me casé y en 13 he de morir”.

Pero para hablar de Ignacio Manuel Altamirano hay que empezar desde su infancia, llena de anécdotas: en ese tiempo todavía quedaban vestigios de la dominación española,pues había ciertos vicios que aún no se corregían, como el de la población dividida en castas. En una escuela de Tixtla, la de Don Cayetano de la Vega. Había el grupo de los “niños de razón”, hijos de españoles, criollos y mestizos ricos, a quienes se les enseñaba a leer y a escribir, las cuatro operaciones fundamentales, algunos giros gramaticales y, desde luego, a rezar; y el otro grupo, en de los indígenas, que sólo tenían derecho a aprender a persignarse, a rezar y prepararse para la Primera Comunión. Según don Moisés Ochoa, en ese grupo se encontraba, a la edad de siete años, el niño Ignacio Manuel. Don Ángel Pola, en una recopilación de cartas inéditas del maestro, cuenta que, en aquel entonces, el padre de Altamirano fue nombrado nuevamente alcalde y hubo fiesta en su casa, a la que llegó a felicitarlo —entre otros— el profesor de la escuela; al despedirse éste, elindio Francisco le dice: “le recomiendo a mi hijo Ignacio, que está en su escuela”. —¿Su hijo? ¡Mañana lo paso con los de razón!” Respondió Don Cayetano. Apenas tomó asiento en el lugar de los privilegiados, se levantó una protesta general, unánime, violenta, tremenda entre todos los de razón: —Tú, ¿qué vienes a hacer aquí? —le decía el de al lado, dándole un fuerte codazo.—¿Qué quieres aquí? —le decía otro. —¿Qué? Si ya soy de razón, —Respondió Ignacio, algo compungido. Don Cayetano se dio cuenta de la protesta y levantándose imperativo y severo, dijo: “Este niño es ya de razón”. Y todo volvió a la normalidad.

A la edad de catorce años y habiendo competido con treinta aspirantes mejor preparados,obtuvo una beca para ingresar al Instituto Literario de Toluca, que por el Decreto 112 (1849), obligaba a cada municipalidad —Tixtla correspondía a Toluca— a enviar un alumno, “pagando de sus fondos 16 pesos mensuales (...) de entre los jóvenes más pobres, que sean a lo más de doce años de edad (…) No obstante de tener 14 años, hijo y padre partieron a Toluca. El rector del instituto no quería aceptarlo, no por la edad sino en lo concerniente al aspecto económico. Finalmente fue aceptado gracias a una carta de protesta enviada por el Ayuntamiento de Tixtla. Una vez dentro, volvió a ser el mejor, y ya no era el joven tímido,introvertido y receloso, sino un estudioso del inglés, lengua que dominó. Fue seleccionado en primer lugar, al fin de cursos. Por causas que se desconocen,la municipalidad de Tixtla no pagó su colegiatura durante el año de 1851; la deuda era de 567 pesos, desorbitante para él. Sin decaer y con valor para afrontar los retos, consiguió dar clases de francés en escuelas particulares,fue maestro de primeras letras en pequeños poblados, formó parte de una compañía teatral y escribió la obra “Morelos en Cuautla”, siguió colaborando en el periódico estudiantil “Los Papachos” que él mismo había fundado, y en 1854 ingresó al Colegio Letrán, en la Ciudad de México, a estudiar jurisprudencia;pero a los pocos meses lo abandonó para unirse al General Juan Álvarez, a luchar por los postulados del Plan de Ayutla, para derrocar en forma definitiva a Santa Anna. Al triunfo de esta guerra, el general Álvarez fue nombrado presidente de la República y una vez apaciguado el país, y con el apoyo de éste, ingresó nuevamente al Colegio de Letrán. Pero, a punto de titularse, se enroló nuevamente en las tropas del General Vicente Jiménez, que combatía por Juárez y la Reforma, en contra del Imperio.

Con ocasión de ser diputado —liberal, por supuesto—padecía la antipatía de los diputados conservadores y se comentaba la situación del país en el vestíbulo del recinto parlamentario; un conservador, que se vanagloriaba de ser licenciado titulado quiso burlarse de Altamirano, que en ese momento llegaba, al que por su autoridad académica le daban el tratamiento de licenciado. El conservador, levantando la voz para hacerse escuchar de los demás, le dijo: “buenos días, licenciado sin título”. Todo mundo volteó a ver al aludido; éste, sin perder la prestancia, se levantó el sombrero de copa,inclinó la cabeza y en el mismo tono de voz, procurando también ser oído,contestó el saludo: “buenos días, título sin licenciado”. Joven aún, expuso una oración lírica en el Colegio de la Vizcaínas; seguramente con su verbo, como buen orador que era, cautivó a la señorita Margarita Pérez Gavilán, alumna de ese colegio. Al verla, Ignacio quedó prendado de su belleza y se inició el noviazgo. A ella se debe la inspiración de la canción “Mi tierra natal” de Altamirano, que acompañado de su guitarra le solía cantar. “Pero ¿qué piensas,mujer? —le decían sus amigas del Colegio a Margarita— ¿al amar a este indio tan feo? Es muy inteligente —les contestaba—y con eso me basta; buscad vosotras niños guapos que yo prefiero a este feo talentoso.” Más tarde, se casaron.

En 1861, a los 26 años de edad, es elegido diputado al Congreso General por el Distrito de Chilapa. Fue considerado como el mejor orador de México del siglo pasado; en su famoso discurso contra la amnistía, pronunciado ante la Cámara, argumentaba que perdonar al Partido Conservador “jamás ha producido buenos resultados;sería impolítico perdonarlo más”. Dice Moisés Ochoa Campos que en un punto del discurso aludió a Don Manuel Payno, declarando abiertamente que “no veía razones para oponerse a que lo ahorcasen”. Ante ese ataque, alguien le insinuó a Payno la conveniencia de retirarse y Don Manuel, con tranquilidad, respondió:“¡Bah, deje usted! ¡Lo que pasa es que este indito habla de hambre!” Cuando Ignacio Manuel terminó su discurso, la multitud que lo aclamaba lo llevó en brazos por los corredores del Palacio Nacional, por la antigua plaza de armas hasta dejarlo a las puertas de su casa. Cuando quedó a solas con su esposa Margarita,ésta le dijo: “Está bien, Nacho, has logrado una victoria gloriosa. Te han aclamado, te han traído en peso y sólo les faltó coronarte de laurel. Pero has de saber, hijo, que ya no nos queda tlaco y que como no te han pagado la quincena, ni hay esperanzas de que te la paguen, mañana no tendremos con qué amanecer”. Al escuchar esto, —dice Ochoa— Ignacio recordó la frase hiriente dePayno: “pues oye Margarita, Payno tenía razón”.

En 1882, siendo diputado al Congreso de la Unión, promovió la instrucción primaria gratuita,laica y obligatoria. En 1885, presentó un proyecto para crear una Escuela Normal de Profesores de Enseñanza Primaria con carácter nacional. Fundó el periódico “La Voz del Pueblo”; la revista “El Renacimiento” y el diario político “La República” y desarrolló, en forma magistral, un periodismo literario. Pero donde más destacó fue como escritor, cultivó la novela, la poesía, el cuento, el relato, la crítica, la historia, el ensayo y la crónica.Definir su obra literaria, es encontrarse con un material extenso provisto de una calidad inusitada para la época en que se realizó: la segunda mitad del siglo XIX, en que nuestro México se defendía de invasiones extranjeras; tiempos en que cada mexicano peleaba contra su propio hermano: unos convertidos en conservadores y otros en liberales; unos que vendían el territorio y otros que luchaban por conservarlo; es decir, tiempos en los que no había tiempo para hacer literatura… Y menos poesía. Por ello, Ignacio Manuel se cuece aparte.Sólo en lo que a literatura se refiere, lo encasillamos como ensayista,cronista, biógrafo, historiador (con estilo literario, por cierto), crítico,cuentista, novelista y poeta, entre otros; algunas de sus obras: La Literatura Nacional (1849), Obras literarias completas (1859), Clemencia (1868), Crónicas de la Semana (1869), Julia (1870), La Navidad en las montañas (1871), Rimas(1871), Antonia (1872), Beatriz (1873), Cuentos de Invierno (1880), Atenea(1880), Semana Santa en mi pueblo (1880), Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1884), Obras completas (1886), El Zarco (obra póstuma)…

Altamirano se preocupó porque la literatura mexicana tuviera un carácter verdaderamente nacional, utilizarla como un elemento activo para la integración cultural de un país devastado por muchas guerras, dos intervenciones extranjeras y un imperio que quiso imponer Francia a través de Maximiliano. Así, las novelas “Clemencia”, “El Zarco”, los “Cuentos de Invierno”y “La Navidad en las Montañas”, entre otras, rescatan los valores nacionales.La crítica consideró a Clemencia como la primera novela moderna mexicana; en ella, Altamirano proporciona al lector un sentimiento nacionalista, a través de los personajes y los escenarios como un marco de referencia donde se da a conocer la historia real del México de entonces. En El Zarco, los propósitos son los mismos; cambian los argumentos y los protagonistas, que traen aparejados al amor y a la tragedia como temas centrales. En “La navidad en las montañas” recrea recuerdos emotivos de un pueblo serrano, el bosque, el olor del incienso y las alegres costumbres de navidad, entre otros. En un 24 de diciembre, la novela recrea otro rescate de la tradición, la benevolencia y la sencillez de la gente.

En cuanto a su obra poética está su libro “Rimas”. En una edición de 1903 de la Universidad Autónoma de Nuevo León, se muestra muchos de sus poemas que él llamó “humildes flores de mi corazón juvenil, sin belleza y sin perfume”, (México, febrero 20 de 1871). También incluye un relato, que describe los ambientes costeños donde nacieron algunos de sus poemas: en “A orillas del mar”, dice que el aspecto de los barrios “es en extremo pintoresco,con sus cabañas de hojas de palmeras, de mangles, de caobas y de cocoteros (…) Apenas hay un barrio de estos que no tenga cerca un río y, precisamente, por aprovechar sus aguas se han situado casi todos en las márgenes de los que,descendiendo de la Sierra, corren por el plantío de la costa á desembocar en el mar. El Atoyac (río) solo, tiene en sus orillas cerca de veinte. No hay en toda la costa del Sur más ciudad que Acapulco, y es así; pues, aunque algunos pueblecillos han sido bautizados con el título de ciudad por el Gobierno de Guerrero, como Tecpan, en memoria del ilustre patriota D. Hermenegildo Galeana,nativo de allí, y algunos otros por diversos motivos, la verdad es que no son más que barrios con una población un poco mayor que las demás (…) en estas poblaciones reinan las costumbres sencillas de la vida del campo (…) Las mujeres van vestidas con su pintorescotraje, compuesto de unas enaguas largas de lienzo y de brillantes colores, con su ancho ceñidor de burato, su camisa regularmente de lienzo muy fino y su chal de merino negro con largos flecos en las puntas, llevan adornado el cuello con sartas de perlas o de coral, y sujetos los cabellos con el ‘cachirulo’ de oro…”

En su estancia por la Costa Grande se extasió de la feraz naturaleza y la abundancia de ríos y arroyos. Al río Atoyac le dedica dos poemas (1864). El primero, en donde describe flora y fauna de su ribera en su recorrido hacia el mar,: “Abrase el sol de julio las playas arenosas / que azota con sus tumbos embravecido el mar; / y opongan en su lucha las aguas orgullosas / al encendido rayo su ronco rebramar…” Un ejemplo del segundo (en una creciente del río): “Nace en la Sierra entre empinados riscos / humilde manantial, lamiendo apenas / las doradas arenas, / y acariciando el tronco de la encina / y los pies de los pinos cimbradores / por un tapiz de flores / desciende y á la costa se encamina…”

Podemos decir que la poesía de Altamirano no sólo es descriptiva del paisaje y de las costumbres del México de entonces, sino que vamás allá; es decir, se adentra en la psicología de sus protagonistas y en ellas vierte sus sentimientos. Finalmente, un fragmento del poema “La Caída de la tarde”, con el subtítulo “Á orillas del Tecpan”; creíamos que al haber leído sus dos poemas dedicados al río Atoyac, también al río Tecpan dedicara otra descripción; pero no. Aquí lo utiliza como medio para introducirse en la nostalgia de un amor: “Mirar como traspone las montañas / el sol, cansado al fin de la carrera, / de este día sentado en la ribera, / escuchando su ronco murmurar. / O ver las aves que con tardo vuelo / van a las ramas a buscar descanso, / o mis ojos clavar en el remanso / que oscurece las sombras al pasar(…) / Y esa pálida estrella vespertina / que un momento en el cielo resplandece, / y que declina pronto y desaparece, / semeja así nuestro pasado bien, / !He ahí lo que me queda, recordarte, / de esta fatal ausencia en el hastío, / y pensar que en los bordes de este río / tal vez tú lloras por miamor también.”

Los estudios realizados por Manuel Sol, Rafael Olea Franco y Luzelena Gutiérrez de Velasco, con respecto a la obra literaria de Ignacio Manuel, hablan de una poesía “sensualista y excesivamente sentimental en su juventud; contemplativa y paisajista en su madurez”; y consideran que “la lectura de los clásicos está presente en los poemas del tixtleco”; Manuel Sol se aboca a rastrear las ideas poéticas de Altamirano y señala los diferentes estadios de su poesía... “Se trata, finalmente, —dice— de un hombre que asumió entrañablemente la escritura de la patria para hacerla y darle cauce.”

Mientras en la República mexicana soplaban vientos de renovación y en las costas surianas se pactaba para emprender una nueva lucha en defensa de los intereses de la Patria, en una humilde casa del barrio de Santiago en la heroica Tixtla,nacía uno de los hombres más ilustres que ha dado nuestro Estado: don Ignacio Manuel Altamirano Basilio. Sobre su fecha de nacimiento los historiadores aún no están completamente de acuerdo, aunque la mayoría coincide en el 13 de noviembre de 1834. A pesar de todo, con los estudios realizados por sus biógrafos, se acepta de manera oficial la del 13 de noviembre y aquí podemos agregar lo que se afirma, que él decía: “en 13 nací, en 13 me casé y en 13 he de morir”.

Pero para hablar de Ignacio Manuel Altamirano hay que empezar desde su infancia, llena de anécdotas: en ese tiempo todavía quedaban vestigios de la dominación española,pues había ciertos vicios que aún no se corregían, como el de la población dividida en castas. En una escuela de Tixtla, la de Don Cayetano de la Vega. Había el grupo de los “niños de razón”, hijos de españoles, criollos y mestizos ricos, a quienes se les enseñaba a leer y a escribir, las cuatro operaciones fundamentales, algunos giros gramaticales y, desde luego, a rezar; y el otro grupo, en de los indígenas, que sólo tenían derecho a aprender a persignarse, a rezar y prepararse para la Primera Comunión. Según don Moisés Ochoa, en ese grupo se encontraba, a la edad de siete años, el niño Ignacio Manuel. Don Ángel Pola, en una recopilación de cartas inéditas del maestro, cuenta que, en aquel entonces, el padre de Altamirano fue nombrado nuevamente alcalde y hubo fiesta en su casa, a la que llegó a felicitarlo —entre otros— el profesor de la escuela; al despedirse éste, elindio Francisco le dice: “le recomiendo a mi hijo Ignacio, que está en su escuela”. —¿Su hijo? ¡Mañana lo paso con los de razón!” Respondió Don Cayetano. Apenas tomó asiento en el lugar de los privilegiados, se levantó una protesta general, unánime, violenta, tremenda entre todos los de razón: —Tú, ¿qué vienes a hacer aquí? —le decía el de al lado, dándole un fuerte codazo.—¿Qué quieres aquí? —le decía otro. —¿Qué? Si ya soy de razón, —Respondió Ignacio, algo compungido. Don Cayetano se dio cuenta de la protesta y levantándose imperativo y severo, dijo: “Este niño es ya de razón”. Y todo volvió a la normalidad.

A la edad de catorce años y habiendo competido con treinta aspirantes mejor preparados,obtuvo una beca para ingresar al Instituto Literario de Toluca, que por el Decreto 112 (1849), obligaba a cada municipalidad —Tixtla correspondía a Toluca— a enviar un alumno, “pagando de sus fondos 16 pesos mensuales (...) de entre los jóvenes más pobres, que sean a lo más de doce años de edad (…) No obstante de tener 14 años, hijo y padre partieron a Toluca. El rector del instituto no quería aceptarlo, no por la edad sino en lo concerniente al aspecto económico. Finalmente fue aceptado gracias a una carta de protesta enviada por el Ayuntamiento de Tixtla. Una vez dentro, volvió a ser el mejor, y ya no era el joven tímido,introvertido y receloso, sino un estudioso del inglés, lengua que dominó. Fue seleccionado en primer lugar, al fin de cursos. Por causas que se desconocen,la municipalidad de Tixtla no pagó su colegiatura durante el año de 1851; la deuda era de 567 pesos, desorbitante para él. Sin decaer y con valor para afrontar los retos, consiguió dar clases de francés en escuelas particulares,fue maestro de primeras letras en pequeños poblados, formó parte de una compañía teatral y escribió la obra “Morelos en Cuautla”, siguió colaborando en el periódico estudiantil “Los Papachos” que él mismo había fundado, y en 1854 ingresó al Colegio Letrán, en la Ciudad de México, a estudiar jurisprudencia;pero a los pocos meses lo abandonó para unirse al General Juan Álvarez, a luchar por los postulados del Plan de Ayutla, para derrocar en forma definitiva a Santa Anna. Al triunfo de esta guerra, el general Álvarez fue nombrado presidente de la República y una vez apaciguado el país, y con el apoyo de éste, ingresó nuevamente al Colegio de Letrán. Pero, a punto de titularse, se enroló nuevamente en las tropas del General Vicente Jiménez, que combatía por Juárez y la Reforma, en contra del Imperio.

Con ocasión de ser diputado —liberal, por supuesto—padecía la antipatía de los diputados conservadores y se comentaba la situación del país en el vestíbulo del recinto parlamentario; un conservador, que se vanagloriaba de ser licenciado titulado quiso burlarse de Altamirano, que en ese momento llegaba, al que por su autoridad académica le daban el tratamiento de licenciado. El conservador, levantando la voz para hacerse escuchar de los demás, le dijo: “buenos días, licenciado sin título”. Todo mundo volteó a ver al aludido; éste, sin perder la prestancia, se levantó el sombrero de copa,inclinó la cabeza y en el mismo tono de voz, procurando también ser oído,contestó el saludo: “buenos días, título sin licenciado”. Joven aún, expuso una oración lírica en el Colegio de la Vizcaínas; seguramente con su verbo, como buen orador que era, cautivó a la señorita Margarita Pérez Gavilán, alumna de ese colegio. Al verla, Ignacio quedó prendado de su belleza y se inició el noviazgo. A ella se debe la inspiración de la canción “Mi tierra natal” de Altamirano, que acompañado de su guitarra le solía cantar. “Pero ¿qué piensas,mujer? —le decían sus amigas del Colegio a Margarita— ¿al amar a este indio tan feo? Es muy inteligente —les contestaba—y con eso me basta; buscad vosotras niños guapos que yo prefiero a este feo talentoso.” Más tarde, se casaron.

En 1861, a los 26 años de edad, es elegido diputado al Congreso General por el Distrito de Chilapa. Fue considerado como el mejor orador de México del siglo pasado; en su famoso discurso contra la amnistía, pronunciado ante la Cámara, argumentaba que perdonar al Partido Conservador “jamás ha producido buenos resultados;sería impolítico perdonarlo más”. Dice Moisés Ochoa Campos que en un punto del discurso aludió a Don Manuel Payno, declarando abiertamente que “no veía razones para oponerse a que lo ahorcasen”. Ante ese ataque, alguien le insinuó a Payno la conveniencia de retirarse y Don Manuel, con tranquilidad, respondió:“¡Bah, deje usted! ¡Lo que pasa es que este indito habla de hambre!” Cuando Ignacio Manuel terminó su discurso, la multitud que lo aclamaba lo llevó en brazos por los corredores del Palacio Nacional, por la antigua plaza de armas hasta dejarlo a las puertas de su casa. Cuando quedó a solas con su esposa Margarita,ésta le dijo: “Está bien, Nacho, has logrado una victoria gloriosa. Te han aclamado, te han traído en peso y sólo les faltó coronarte de laurel. Pero has de saber, hijo, que ya no nos queda tlaco y que como no te han pagado la quincena, ni hay esperanzas de que te la paguen, mañana no tendremos con qué amanecer”. Al escuchar esto, —dice Ochoa— Ignacio recordó la frase hiriente dePayno: “pues oye Margarita, Payno tenía razón”.

En 1882, siendo diputado al Congreso de la Unión, promovió la instrucción primaria gratuita,laica y obligatoria. En 1885, presentó un proyecto para crear una Escuela Normal de Profesores de Enseñanza Primaria con carácter nacional. Fundó el periódico “La Voz del Pueblo”; la revista “El Renacimiento” y el diario político “La República” y desarrolló, en forma magistral, un periodismo literario. Pero donde más destacó fue como escritor, cultivó la novela, la poesía, el cuento, el relato, la crítica, la historia, el ensayo y la crónica.Definir su obra literaria, es encontrarse con un material extenso provisto de una calidad inusitada para la época en que se realizó: la segunda mitad del siglo XIX, en que nuestro México se defendía de invasiones extranjeras; tiempos en que cada mexicano peleaba contra su propio hermano: unos convertidos en conservadores y otros en liberales; unos que vendían el territorio y otros que luchaban por conservarlo; es decir, tiempos en los que no había tiempo para hacer literatura… Y menos poesía. Por ello, Ignacio Manuel se cuece aparte.Sólo en lo que a literatura se refiere, lo encasillamos como ensayista,cronista, biógrafo, historiador (con estilo literario, por cierto), crítico,cuentista, novelista y poeta, entre otros; algunas de sus obras: La Literatura Nacional (1849), Obras literarias completas (1859), Clemencia (1868), Crónicas de la Semana (1869), Julia (1870), La Navidad en las montañas (1871), Rimas(1871), Antonia (1872), Beatriz (1873), Cuentos de Invierno (1880), Atenea(1880), Semana Santa en mi pueblo (1880), Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1884), Obras completas (1886), El Zarco (obra póstuma)…

Altamirano se preocupó porque la literatura mexicana tuviera un carácter verdaderamente nacional, utilizarla como un elemento activo para la integración cultural de un país devastado por muchas guerras, dos intervenciones extranjeras y un imperio que quiso imponer Francia a través de Maximiliano. Así, las novelas “Clemencia”, “El Zarco”, los “Cuentos de Invierno”y “La Navidad en las Montañas”, entre otras, rescatan los valores nacionales.La crítica consideró a Clemencia como la primera novela moderna mexicana; en ella, Altamirano proporciona al lector un sentimiento nacionalista, a través de los personajes y los escenarios como un marco de referencia donde se da a conocer la historia real del México de entonces. En El Zarco, los propósitos son los mismos; cambian los argumentos y los protagonistas, que traen aparejados al amor y a la tragedia como temas centrales. En “La navidad en las montañas” recrea recuerdos emotivos de un pueblo serrano, el bosque, el olor del incienso y las alegres costumbres de navidad, entre otros. En un 24 de diciembre, la novela recrea otro rescate de la tradición, la benevolencia y la sencillez de la gente.

En cuanto a su obra poética está su libro “Rimas”. En una edición de 1903 de la Universidad Autónoma de Nuevo León, se muestra muchos de sus poemas que él llamó “humildes flores de mi corazón juvenil, sin belleza y sin perfume”, (México, febrero 20 de 1871). También incluye un relato, que describe los ambientes costeños donde nacieron algunos de sus poemas: en “A orillas del mar”, dice que el aspecto de los barrios “es en extremo pintoresco,con sus cabañas de hojas de palmeras, de mangles, de caobas y de cocoteros (…) Apenas hay un barrio de estos que no tenga cerca un río y, precisamente, por aprovechar sus aguas se han situado casi todos en las márgenes de los que,descendiendo de la Sierra, corren por el plantío de la costa á desembocar en el mar. El Atoyac (río) solo, tiene en sus orillas cerca de veinte. No hay en toda la costa del Sur más ciudad que Acapulco, y es así; pues, aunque algunos pueblecillos han sido bautizados con el título de ciudad por el Gobierno de Guerrero, como Tecpan, en memoria del ilustre patriota D. Hermenegildo Galeana,nativo de allí, y algunos otros por diversos motivos, la verdad es que no son más que barrios con una población un poco mayor que las demás (…) en estas poblaciones reinan las costumbres sencillas de la vida del campo (…) Las mujeres van vestidas con su pintorescotraje, compuesto de unas enaguas largas de lienzo y de brillantes colores, con su ancho ceñidor de burato, su camisa regularmente de lienzo muy fino y su chal de merino negro con largos flecos en las puntas, llevan adornado el cuello con sartas de perlas o de coral, y sujetos los cabellos con el ‘cachirulo’ de oro…”

En su estancia por la Costa Grande se extasió de la feraz naturaleza y la abundancia de ríos y arroyos. Al río Atoyac le dedica dos poemas (1864). El primero, en donde describe flora y fauna de su ribera en su recorrido hacia el mar,: “Abrase el sol de julio las playas arenosas / que azota con sus tumbos embravecido el mar; / y opongan en su lucha las aguas orgullosas / al encendido rayo su ronco rebramar…” Un ejemplo del segundo (en una creciente del río): “Nace en la Sierra entre empinados riscos / humilde manantial, lamiendo apenas / las doradas arenas, / y acariciando el tronco de la encina / y los pies de los pinos cimbradores / por un tapiz de flores / desciende y á la costa se encamina…”

Podemos decir que la poesía de Altamirano no sólo es descriptiva del paisaje y de las costumbres del México de entonces, sino que vamás allá; es decir, se adentra en la psicología de sus protagonistas y en ellas vierte sus sentimientos. Finalmente, un fragmento del poema “La Caída de la tarde”, con el subtítulo “Á orillas del Tecpan”; creíamos que al haber leído sus dos poemas dedicados al río Atoyac, también al río Tecpan dedicara otra descripción; pero no. Aquí lo utiliza como medio para introducirse en la nostalgia de un amor: “Mirar como traspone las montañas / el sol, cansado al fin de la carrera, / de este día sentado en la ribera, / escuchando su ronco murmurar. / O ver las aves que con tardo vuelo / van a las ramas a buscar descanso, / o mis ojos clavar en el remanso / que oscurece las sombras al pasar(…) / Y esa pálida estrella vespertina / que un momento en el cielo resplandece, / y que declina pronto y desaparece, / semeja así nuestro pasado bien, / !He ahí lo que me queda, recordarte, / de esta fatal ausencia en el hastío, / y pensar que en los bordes de este río / tal vez tú lloras por miamor también.”

Los estudios realizados por Manuel Sol, Rafael Olea Franco y Luzelena Gutiérrez de Velasco, con respecto a la obra literaria de Ignacio Manuel, hablan de una poesía “sensualista y excesivamente sentimental en su juventud; contemplativa y paisajista en su madurez”; y consideran que “la lectura de los clásicos está presente en los poemas del tixtleco”; Manuel Sol se aboca a rastrear las ideas poéticas de Altamirano y señala los diferentes estadios de su poesía... “Se trata, finalmente, —dice— de un hombre que asumió entrañablemente la escritura de la patria para hacerla y darle cauce.”

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