El característico tableteo de fusiles AK-47 conocidos como “Cuerno de Chivo” rompió la tranquilidad de los comensales del exclusivo restaurante italiano Villa Demos, en aparente represalia porque se negó una mesa a la primera dama del país en los años 70´s. Raspones, uno que otro herido en su orgullo propio y varios ¡Oh, my God!, fue el saldo.
Era el sexenio del presidente José López Portillo y gobernaba Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, la época en la que ocurrió este episodio que en su momento se atribuyó a marihuanos, -en aquel entonces no se usaba la palabra narco-, aunque las evidencias apuntaban todo lo contrario.
Para poder entender este incidente que se perpetró al mero estilo gansteril, allá por los años 70´s, según versiones de quienes vivieron este capítulo o se documentaron en la prensa escrita, un día viernes llegaron tres sujetos al exclusivo “Trattorie”, ubicado en el fraccionamiento Condesa, -si, el mismo lugar en donde seguido echan bala-
Lea también: El Presidente, pionero de los grandes hoteles en Acapulco
Eran personas con corte militar, usaban guayaberas blancas y rabonas, notorios también eran los bultos a la altura de la cintura, que evidentemente se trataban de armas automáticas; uno de ellos, al parecer el de mayor rango, se dirigió al mandil, así se le dice al capitán de meseros en Italia, le pide una mesa para esa noche.
Con su mejor sonrisa el anfitrión con sutiliza les pregunta: ¿Cuál les parece bien? El hombre, de rostro adusto y sin expresión alguna, le señala con la mano la mesa que está en un sitio estratégico del establecimiento, que tiene una etiqueta de reservada para los barones italianos Sandray Ricky Di Portanova.
¿Qué, quiénes son los barones? Bueno, se trata de una pareja de multimillonarios dedicados a la filantropía, sin hijos, que decidieron tener su residencia en el puerto de Acapulco, en el exclusivo Fraccionamiento El Guitarrón, donde tenían su Villa Arabesque, que frecuentaban durante el invierno y que era un auténtico palacio, disponía de diez habitaciones y 22 baño.
El capitán de meseros sin vacilar respondió con un rotundo ¡Imposible!, rápidamente repone, les podría dar otra mesa, pero está nunca. Sin proponérselo y queriendo presumir a los tres individuos con aspecto castrense: les dice pausadamente, “Es-la-mesa-de-los- ba-ro-nes- Di-Por-ta-no-va y tienen invitados a cenar esta noche”, refiere altivo.
Pero el que iba al mando le revira con tono enérgico, pero pausado: “¡La mesa, mister, es para la esposa del presidente de México!”. Oh, la,la, haberlo dicho antes. ¿Nos va a dar la mesa?, replica el jefe del trío de sujetos de guayabera.
El mandil, con sorpresa y entusiasmo fingido, les dice: No, pero les señala otra parte del negocio, diciendo: ¡Será un honor para Villa Demos recibir a nuestra querida prima donna!. Los tres hombres con corte militar no le creen y entienden que les miente como su paisano Pinocho. No le quitan la mirada y es visible su molestia.
El empleado exclama ¡Voila! Esta mesa, caballeros, es la mejor del lugar y la tenemos reservada permanentemente para la familia presidencial. De inmediato captan que les vuelve a mentir el italiano. Lo ven con enojo, pero esto no lo desanima y repone ya algo nervioso. Es muy reservada, ajena al bullicio y alejada de las miradas indiscretas. ¡Es perfecta!
La cara se les frunce al trío y el capitán de meseros exclama ¿No les parece? ¿Ustedes que opinan? ¿Perdón, cuántas personas? y con su libreta se dispone a tomar nota, pero ya hartos el que va al mando le espeta cerca del rostro: “La primera dama odia los reservados y no soporta el aislamiento en sitios de reunión, capisci”.
Al hombre se le va el alma del cuerpo y se imagina desterrado y ya en un barco rumbo a Italia, por lo que piensa y piensa, hasta que como si se hubiera ganado la loteria les dice: "Si ustedes me lo permiten, llamaré a Sandrita y la pondré al tanto de la situación y estoy seguro que ella misma ofrecerá su mesa a tan distinguida y querida dama".
¡Ni madres!, dice el militar encabronado. La primera dama no puede estar sujeta a un sí o un no de una pinche vieja extranjera, por muchos títulos de nobleza que presuma. ¡A la chingada, vamonos! Sale con paso largo seguido de sus dos acompañantes, mientras que al mandil respira agitado y por fin le vuelve el alma al cuerpo.
El gerente, quien en todo momento vio a distancia la escena, se le une a su capitán de meseros... "Ufffff, de la que nos salvamos. ¡Estos cabrones se creen los dueños del mundo, ojalá que no nos manden a cerrar el restaurante!", dice tambien un tanto nervioso.
La calma vuelve al exclusivo restaurante. A medida que transcurren las horas llegan turistas norteamericanos, canadienses y uno que otra familia local, que disfrutan platillos con lo mejor de la casa, incluido, por supuesto, el espagueti. El capitán de meseros ya se le nota tranquilo.
Transcurrían alrededor de las 10:00 de la noche, cuando tres civiles armados de potentes armas ingresan y sin más empiezan a disparar. La estrepitosa artillería ahoga el bullicio de los comensales, que solo atinan a tirarse al piso y otros a gritar de pánico, mientras que la metralla destroza el bar.
Por un momento la sinfonía de balazos se les suma al cristal de las botellas quebrándose, son vinos de marcas costosas que se funden con el whisky y otras bebidas que se sirven en la lujosa cantina, cuyo líquido escurre y se integra a la sangre de algunos clientes que fueron alcanzados por las esquirlas.
Los hombres se les nota que son profesionales, sin apuntar son certeros y nunca se inmutan cuando se escucha el ulular de las sirenas de las patrullas que se acercan veloces a dar auxilio a los clientes que yacen tirados en el piso conteniendo la respiración y encomendandose a todos los santos, habidos y por haber.
Los segundos del tiroteo se vuelve toda una eternidad para los comensales y empleados, que suplican que pare ya la balacera. Como si fuera escuchada su plegaria, los hombres dejan de disparar sus rifles de asalto cuando llegan los policías y el que parece que va al mando, ordena la retirada, lo hacen con tanto cuidado, pero uno pisa sin querer la mano de una viejecita de Minneapolis, le murmura un tímido "Sorry", en tanto que la anciana se revuelca de dolor y no era para menos, era corpulento el civil armado.
Los uniformados los dejan salir y empieza a manejarse la versión que se trató de mariguanos. Según un boletín de la Procuraduría de Justicia del estado, se manejó que hubo varios lesionados, la mayoría alcanzados por las balas que rebotaron, pero los más lastimados fueron los que presentaban heridas en los glúteos.
Todavía se escuchaban los "Oh, my God", de algunos turistas extranjeros que no daban crédito a lo que acaban de vivir, pero finalmente daban gracias de salir con vida de ese tiroteo que todavía se discute si fue producto de una orden del alto mando del Estado Mayor Presidencial o si se trató en realidad de un acto de mariguanos. ¡Usted tiene la última palabra!