/ viernes 26 de junio de 2020

Punto de vista

La muerte es el último viaje, el más largo y el mejor.

Tom Wolfe. Escritor (1930-2018). Autor de: “La hoguera de las vanidades”.

Escribir sobre un amigo, cuando ha tomado de manera fortuita, ese extraño camino que es la muerte, duele. Cuando el amigo es más joven, duele aún más. Hay un sentimiento antinatural en el hecho de que los jóvenes mueran antes que sus mayores. Los padres no deberían de sobrevivir a los hijos, los maestros no deberíamos sobrevivir a nuestros alumnos.

Fito fue mi alumno, en la preparatoria. En el mes de enero, del año de 1982, empecé mi servicio social en el Colegio La Salle de Acapulco, comisionado en ese tiempo por la Secretaría de Salubridad y Asistencia, sin goce de sueldo. Mi propuesta era crear un SERVIMED La Salle, como existe en la Ciudad de México (un alumnado superior al millar, de niños y jóvenes, lo ameritaba).

El hermano Elio escuchó mi propuesta, me dijo que sí, solicité mi ingreso, que logré sin problema, gracias en ese tiempo a don Rubén Robles Catalán. La sorpresa es que aparte de hacerme cargo del “consultorio” (el cuál era mi maletín y la sala de la dirección), me integraron como maestro de tiempo completo. Ahí estaba en el aula, junto con todos sus compañeros, con los cuales seguimos en contacto hasta la fecha, el buen Fito. Una sonrisa tímida, una actitud afable. Un buen alumno y compañero. Recuerdo bien que, en una fiesta, seguramente de recolección de fondos para la graduación, se encontraba recargado sobre la pared, solo, observando al resto de sus compañeros que bailaban, había algunas muchachas sentadas, me aproximé y se dio el siguiente diálogo.

― ¿No te gusta bailar?

―Si profe, pero no quisieron, se ponen sus moños ―contestó. Yo estaba recién casado, mi esposa era una mujer hermosa, que llegó a ser modelo profesional, y teníamos una gran comunicación. Estaba a mi lado y escuchó todo, nos pusimos de acuerdo con un guiño y decidida, lo sacó a bailar. La pista les quedó chica. Quiero decir que yo había olvidado esta anécdota. Pero hace unos siete u ocho años en una reunión de la generación 80-83 de la Preparatoria, donde tuvieron la gentileza de invitarme, él me la recordó. Él nunca lo olvidó. Fito fue de esos seres humanos, que van por el mundo dejando huella, las expresiones que se repiten en las redes son: amigo, bohemio, forjador de sueños, cito un par de frases que yo también le llegue a escuchar: Los espacios están hechos para reflejar lo que somos, muestran nuestra posición filosófica ante el mundo.

El día que triunfe el amor en el mundo, ese día triunfará también la humanidad.

Descansa en paz, querido Fito, y vive por siempre, en tu familia, en tu legado, en el corazón de los que te queremos, has conquistado la inmortalidad.

Un abrazo para la familia Santiago, con mucho cariño.

La muerte es el último viaje, el más largo y el mejor.

Tom Wolfe. Escritor (1930-2018). Autor de: “La hoguera de las vanidades”.

Escribir sobre un amigo, cuando ha tomado de manera fortuita, ese extraño camino que es la muerte, duele. Cuando el amigo es más joven, duele aún más. Hay un sentimiento antinatural en el hecho de que los jóvenes mueran antes que sus mayores. Los padres no deberían de sobrevivir a los hijos, los maestros no deberíamos sobrevivir a nuestros alumnos.

Fito fue mi alumno, en la preparatoria. En el mes de enero, del año de 1982, empecé mi servicio social en el Colegio La Salle de Acapulco, comisionado en ese tiempo por la Secretaría de Salubridad y Asistencia, sin goce de sueldo. Mi propuesta era crear un SERVIMED La Salle, como existe en la Ciudad de México (un alumnado superior al millar, de niños y jóvenes, lo ameritaba).

El hermano Elio escuchó mi propuesta, me dijo que sí, solicité mi ingreso, que logré sin problema, gracias en ese tiempo a don Rubén Robles Catalán. La sorpresa es que aparte de hacerme cargo del “consultorio” (el cuál era mi maletín y la sala de la dirección), me integraron como maestro de tiempo completo. Ahí estaba en el aula, junto con todos sus compañeros, con los cuales seguimos en contacto hasta la fecha, el buen Fito. Una sonrisa tímida, una actitud afable. Un buen alumno y compañero. Recuerdo bien que, en una fiesta, seguramente de recolección de fondos para la graduación, se encontraba recargado sobre la pared, solo, observando al resto de sus compañeros que bailaban, había algunas muchachas sentadas, me aproximé y se dio el siguiente diálogo.

― ¿No te gusta bailar?

―Si profe, pero no quisieron, se ponen sus moños ―contestó. Yo estaba recién casado, mi esposa era una mujer hermosa, que llegó a ser modelo profesional, y teníamos una gran comunicación. Estaba a mi lado y escuchó todo, nos pusimos de acuerdo con un guiño y decidida, lo sacó a bailar. La pista les quedó chica. Quiero decir que yo había olvidado esta anécdota. Pero hace unos siete u ocho años en una reunión de la generación 80-83 de la Preparatoria, donde tuvieron la gentileza de invitarme, él me la recordó. Él nunca lo olvidó. Fito fue de esos seres humanos, que van por el mundo dejando huella, las expresiones que se repiten en las redes son: amigo, bohemio, forjador de sueños, cito un par de frases que yo también le llegue a escuchar: Los espacios están hechos para reflejar lo que somos, muestran nuestra posición filosófica ante el mundo.

El día que triunfe el amor en el mundo, ese día triunfará también la humanidad.

Descansa en paz, querido Fito, y vive por siempre, en tu familia, en tu legado, en el corazón de los que te queremos, has conquistado la inmortalidad.

Un abrazo para la familia Santiago, con mucho cariño.

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