/ viernes 28 de diciembre de 2018

Pena de muerte

Siempre he sido un defensor irrestricto de la vida, he sido un creyente del ser humano, de su posibilidad de redención social, de que el derecho fundamental es el derecho a la vida, pero ¿Qué hay si pudieras viajar en el tiempo y matar a un asesino serial o a un genocida? ¿Estaría esto justificado? ¿Aplicaría la tesis del mal menor en la búsqueda de un bien mayor?

Tenemos que decir que la historia humana, y de hecho desde la prehistoria, se ha caracterizado por una lucha entre el bien y el mal. Los que hacen el mal se dedican a engañar, mentir, chantajear, calumniar, sojuzgar, robar y matar, violando de esta manera los derechos primordiales del ser humano.

Una de las maneras de actuar ante esta circunstancia es la no-violencia, es una de las opciones que existen, entre otras, de que personas y gobiernos nos enfrentemos al dominio del mal para vencerlo.

Hay realmente dos maneras de practicar la no-violencia, según las circunstancias: Existen dos tipos de tolerancia con respecto a las acciones malas de personas o grupos. La primera, es la falsa tolerancia, que permite que se practique el mal pudiendo impedirlo sin provocar un mal mayor. Esta falsa tolerancia nos hace cómplices del mal por nuestra pasividad y omisión. La resistencia no-violenta y activa rechaza la falsa tolerancia, y trata de resistir y combatir el mal de manera no violenta con el fin de erradicarlo.

Sin embargo, existe otro tipo de tolerancia, recta, hacia el mal, a saber, la que permite conscientemente que se lleve a cabo o que persista un mal menor, porque el intento de reprimirlo por la fuerza pública provocaría un mal mayor. Se trata del principio del mal menor, bien entendido.

Mal se entendería este principio si se afirmara que es lícito cometer un mal menor para obtener un bien mayor, como lo dice Santo Tomás (De Veritate, q. 5, art. 4). Lo mismo afirmó mi tocayo Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, a quien conocemos por su nombre de pontífice: Paulo VI, a saber, que en ciertas circunstancias “es lícito […] tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande”, quedando en pie, por supuesto, que “no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien” (Humanae Vitae, n. 14).

Por lo tanto, en ciertas circunstancias siguiendo la recta aplicación del principio del mal menor, el Estado no resiste el mal activamente, ni lo penaliza, sino permite un mal menor, sin aprobarlo, con el fin de evitar o eliminar un mal mayor.

Es un hecho de que, en los Estados Unidos de América, la incidencia de homicidios ha ido a la baja. ¿A qué se debe esto? Existen varias teorías, una de ellas de Steven D. Levitt, el autor de Freakonomics, es atractiva por lo irreverente, el descenso de las tasas de criminalidad en los noventas, es debido a que el aborto se hizo legal en los setentas, evitando de esa manera el nacimiento de un número importante de hijos no deseados, que, si hubieran nacido, habrían engrosado las filas de los criminales. En contraparte John D. Mueller, que es un economista estadounidense que lleva décadas estudiando los costes económicos y sociales del aborto, primero en Estados Unidos y luego recabando datos de más de setenta países, nos señala lo contrario, él encontró un noventa por ciento, de correlación inversa entre paternidad y homicidio. O sea, que el hecho de tener un hijo es clave para no cometer un delito sangre. Al poder abortar a sus hijos y, de este modo, eludir la paternidad, cientos de miles de norteamericanos se vieron “liberados” de esa importantísima traba que constituía el tener hijos a su cargo. De este modo, la legalización del aborto habría sido determinante en el alza de las tasas de criminalidad de los años setenta y ochenta.

En realidad, es probable que ambos investigadores, traten de justificar a través de las estadísticas sus posturas ideológicas, sin un claro sustento científico.

Solamente puedo decirles, que hoy, después de haberme enterado que dos de mis amigos, René y Mercedes de Yta, que tienen su vivienda a tres casas de donde yo habito, fueron atacados salvajemente, provocando la muerte de René y que pusieron a Mercedes en el quirófano, debatiéndose entre la vida y la muerte, lamenté que la madre de esas bestias homicidas y cobardes, que asesinaron salvajemente a un hombre de 84 años y a una mujer de más de 70, no los hubiera abortado.

Estoy de acuerdo con Víctor Hugo, que la pena de muerte es un signo peculiar de la barbarie, pero ¿saben qué? Me estoy convirtiendo en bárbaro.

Siempre he sido un defensor irrestricto de la vida, he sido un creyente del ser humano, de su posibilidad de redención social, de que el derecho fundamental es el derecho a la vida, pero ¿Qué hay si pudieras viajar en el tiempo y matar a un asesino serial o a un genocida? ¿Estaría esto justificado? ¿Aplicaría la tesis del mal menor en la búsqueda de un bien mayor?

Tenemos que decir que la historia humana, y de hecho desde la prehistoria, se ha caracterizado por una lucha entre el bien y el mal. Los que hacen el mal se dedican a engañar, mentir, chantajear, calumniar, sojuzgar, robar y matar, violando de esta manera los derechos primordiales del ser humano.

Una de las maneras de actuar ante esta circunstancia es la no-violencia, es una de las opciones que existen, entre otras, de que personas y gobiernos nos enfrentemos al dominio del mal para vencerlo.

Hay realmente dos maneras de practicar la no-violencia, según las circunstancias: Existen dos tipos de tolerancia con respecto a las acciones malas de personas o grupos. La primera, es la falsa tolerancia, que permite que se practique el mal pudiendo impedirlo sin provocar un mal mayor. Esta falsa tolerancia nos hace cómplices del mal por nuestra pasividad y omisión. La resistencia no-violenta y activa rechaza la falsa tolerancia, y trata de resistir y combatir el mal de manera no violenta con el fin de erradicarlo.

Sin embargo, existe otro tipo de tolerancia, recta, hacia el mal, a saber, la que permite conscientemente que se lleve a cabo o que persista un mal menor, porque el intento de reprimirlo por la fuerza pública provocaría un mal mayor. Se trata del principio del mal menor, bien entendido.

Mal se entendería este principio si se afirmara que es lícito cometer un mal menor para obtener un bien mayor, como lo dice Santo Tomás (De Veritate, q. 5, art. 4). Lo mismo afirmó mi tocayo Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, a quien conocemos por su nombre de pontífice: Paulo VI, a saber, que en ciertas circunstancias “es lícito […] tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande”, quedando en pie, por supuesto, que “no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien” (Humanae Vitae, n. 14).

Por lo tanto, en ciertas circunstancias siguiendo la recta aplicación del principio del mal menor, el Estado no resiste el mal activamente, ni lo penaliza, sino permite un mal menor, sin aprobarlo, con el fin de evitar o eliminar un mal mayor.

Es un hecho de que, en los Estados Unidos de América, la incidencia de homicidios ha ido a la baja. ¿A qué se debe esto? Existen varias teorías, una de ellas de Steven D. Levitt, el autor de Freakonomics, es atractiva por lo irreverente, el descenso de las tasas de criminalidad en los noventas, es debido a que el aborto se hizo legal en los setentas, evitando de esa manera el nacimiento de un número importante de hijos no deseados, que, si hubieran nacido, habrían engrosado las filas de los criminales. En contraparte John D. Mueller, que es un economista estadounidense que lleva décadas estudiando los costes económicos y sociales del aborto, primero en Estados Unidos y luego recabando datos de más de setenta países, nos señala lo contrario, él encontró un noventa por ciento, de correlación inversa entre paternidad y homicidio. O sea, que el hecho de tener un hijo es clave para no cometer un delito sangre. Al poder abortar a sus hijos y, de este modo, eludir la paternidad, cientos de miles de norteamericanos se vieron “liberados” de esa importantísima traba que constituía el tener hijos a su cargo. De este modo, la legalización del aborto habría sido determinante en el alza de las tasas de criminalidad de los años setenta y ochenta.

En realidad, es probable que ambos investigadores, traten de justificar a través de las estadísticas sus posturas ideológicas, sin un claro sustento científico.

Solamente puedo decirles, que hoy, después de haberme enterado que dos de mis amigos, René y Mercedes de Yta, que tienen su vivienda a tres casas de donde yo habito, fueron atacados salvajemente, provocando la muerte de René y que pusieron a Mercedes en el quirófano, debatiéndose entre la vida y la muerte, lamenté que la madre de esas bestias homicidas y cobardes, que asesinaron salvajemente a un hombre de 84 años y a una mujer de más de 70, no los hubiera abortado.

Estoy de acuerdo con Víctor Hugo, que la pena de muerte es un signo peculiar de la barbarie, pero ¿saben qué? Me estoy convirtiendo en bárbaro.

ÚLTIMASCOLUMNAS
miércoles 08 de julio de 2020

El análisis

Enrique Caballero Peraza

miércoles 27 de marzo de 2019

Punto de vista

El verte fue conocerte, y al hacerlo, poco a poco, sin saberlo y sin sentirlo, comencé a amarte.

Enrique Caballero Peraza

viernes 28 de diciembre de 2018

Pena de muerte

Estoy de acuerdo en que las sociedades decreten abolir la pena de muerte; pero que empiecen por abolirla los asesinos. Jean Baptiste Alphonse Karr.

Enrique Caballero Peraza

domingo 11 de diciembre de 2016

Punto de vista

Viajar en el tiempo. Primera parte.

Enrique Caballero Peraza

jueves 24 de noviembre de 2016

Punto de vista

Enrique Caballero Peraza