/ miércoles 14 de julio de 2021

El oficio de relojero, un arte que no se olvida

En su pequeña mesa instalada en una banqueta de Ciudad Renacimiento, don Gerardo, relojero profesional desde 1970, dijo que las nuevas tecnologías están desplazando a los distintos modelos de reloj

En una pequeña mesa instalada en la banqueta en Ciudad Renacimiento, trabaja como relojero el capitalino Gerardo Mario García, en donde propios y extraños, se subyugan con la destreza como manipula sus pequeñas herramientas y la lupa monocular, para reparar todo tipo de marcas de reloj.

Sin dejar de trabajar, acepta hablar de su pasión: la relojería y con orgullo recuerda que fue en 1970, cuando se hizo relojero profesional y prestaba sus servicios a las grandes tiendas comerciales de la época, en la Ciudad de México, en donde también contrajo matrimonio y se hizo de su primer taller.

“Las cosas fueron bien, no me faltaba el trabajo y un día me pidieron que viajará al puerto de Acapulco, con el propósito de hacer las reparaciones de los artículos que se dañaron durante su traslado a la tienda comercial, los cuales deberían quedar funcionando a la perfección”, dijo.

Era el 2005, cuando pise el puerto, trabaje sin dilación y como les gustó mi trabajo, me pidieron que me quedará un tiempo más y acepte, con el compromiso de que me iban a regresar a la Ciudad de México, cuando terminara, pero nadie fue por mí y seguí ejerciendo mi labor en Acapulco.

Nuevamente me volví casar y tuve otro taller, de donde saqué para comprarme una vivienda, buena ropa y algunos otros lujos, porque el trabajo llegaba y ganaba bien, pero un día terminé mi relación con mi mujer y le tuve que dar todo lo que había ganado en años, quedándome prácticamente en la calle.

Pero no se rindió y volvió a levantarse, con renovados ánimos, tan fue así que volvió a unir su vida a la de una joven, con quien por desgracia termino dejándolo en la quiebra total, golpe del que ya no pudo reponerse hasta la fecha, pero no se rinde y sigue haciendo lo que más le gusta y le apasiona.

A 50 años de ejercer esta noble profesión, no ha perdido su habilidad, que le fue transmitida por su padre, quien siempre tuvo en mente que el quehacer de un relojero es fruto del empeño personal, tenacidad y estudio autodidacta y empírica, en su caso le fue transmitida de persona a persona.

A la fecha, a pesar de que trabaja en la calle y en una pequeña mesa de madera, cerca del polideportivo “Jorge Campos Navarrete” de Ciudad Renacimiento, lo buscan para que les repare sus relojes, a bajo costo.

Admite que van quedando pocos relojeros, debido a que las nuevas tecnologías están desplazando a los distintos modelos de reloj, que también, con el paso de los años han sufrido cambios, aunque es el mismo mecanismo.

Gerardo Mario García por eso dice que ser relojero es un oficio que ha sobrevivido al paso de los años; pero la velocidad con que la tecnología ha irrumpido en el mundo y la variedad de relojes “desechables” parece haber condenado a muerte a esta labor.

Pero su tarea va más allá de cambiar las pilas o correas de los relojes; de ellos depende el que estos aparatos vuelvan a tener vida. Esa es la labor de quien realiza la reparación de estos artículos, en el que resalta el trabajo preciso y dedicado de los relojeros para que ese tic-tac siga midiendo los segundos, los minutos y las horas.

Al igual que muchos de los relojeros que aún existen, ha trabajado por 50 años y cuenta que tuvo su apogeo entre las décadas de los 70 y 90, cuando los relojes eran importantes piezas de joyería, de marcas exclusivas que se lucían como estatus de prosperidad.

En una pequeña mesa instalada en la banqueta en Ciudad Renacimiento, trabaja como relojero el capitalino Gerardo Mario García, en donde propios y extraños, se subyugan con la destreza como manipula sus pequeñas herramientas y la lupa monocular, para reparar todo tipo de marcas de reloj.

Sin dejar de trabajar, acepta hablar de su pasión: la relojería y con orgullo recuerda que fue en 1970, cuando se hizo relojero profesional y prestaba sus servicios a las grandes tiendas comerciales de la época, en la Ciudad de México, en donde también contrajo matrimonio y se hizo de su primer taller.

“Las cosas fueron bien, no me faltaba el trabajo y un día me pidieron que viajará al puerto de Acapulco, con el propósito de hacer las reparaciones de los artículos que se dañaron durante su traslado a la tienda comercial, los cuales deberían quedar funcionando a la perfección”, dijo.

Era el 2005, cuando pise el puerto, trabaje sin dilación y como les gustó mi trabajo, me pidieron que me quedará un tiempo más y acepte, con el compromiso de que me iban a regresar a la Ciudad de México, cuando terminara, pero nadie fue por mí y seguí ejerciendo mi labor en Acapulco.

Nuevamente me volví casar y tuve otro taller, de donde saqué para comprarme una vivienda, buena ropa y algunos otros lujos, porque el trabajo llegaba y ganaba bien, pero un día terminé mi relación con mi mujer y le tuve que dar todo lo que había ganado en años, quedándome prácticamente en la calle.

Pero no se rindió y volvió a levantarse, con renovados ánimos, tan fue así que volvió a unir su vida a la de una joven, con quien por desgracia termino dejándolo en la quiebra total, golpe del que ya no pudo reponerse hasta la fecha, pero no se rinde y sigue haciendo lo que más le gusta y le apasiona.

A 50 años de ejercer esta noble profesión, no ha perdido su habilidad, que le fue transmitida por su padre, quien siempre tuvo en mente que el quehacer de un relojero es fruto del empeño personal, tenacidad y estudio autodidacta y empírica, en su caso le fue transmitida de persona a persona.

A la fecha, a pesar de que trabaja en la calle y en una pequeña mesa de madera, cerca del polideportivo “Jorge Campos Navarrete” de Ciudad Renacimiento, lo buscan para que les repare sus relojes, a bajo costo.

Admite que van quedando pocos relojeros, debido a que las nuevas tecnologías están desplazando a los distintos modelos de reloj, que también, con el paso de los años han sufrido cambios, aunque es el mismo mecanismo.

Gerardo Mario García por eso dice que ser relojero es un oficio que ha sobrevivido al paso de los años; pero la velocidad con que la tecnología ha irrumpido en el mundo y la variedad de relojes “desechables” parece haber condenado a muerte a esta labor.

Pero su tarea va más allá de cambiar las pilas o correas de los relojes; de ellos depende el que estos aparatos vuelvan a tener vida. Esa es la labor de quien realiza la reparación de estos artículos, en el que resalta el trabajo preciso y dedicado de los relojeros para que ese tic-tac siga midiendo los segundos, los minutos y las horas.

Al igual que muchos de los relojeros que aún existen, ha trabajado por 50 años y cuenta que tuvo su apogeo entre las décadas de los 70 y 90, cuando los relojes eran importantes piezas de joyería, de marcas exclusivas que se lucían como estatus de prosperidad.

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