Como si se tratara de un cazador, el viejo bolero Justino Domínguez, con mirada aguda, acecha a su selecta clientela en la plaza Juan Álvarez, para ofrecer sus servicios de lustrador de calzado y ganarse unos pesos.
Instalado en un punto estratégico del zócalo porteño, bajo la sombra de una enorme Ceiba, con su cajón y su lista de herramientas, ofrece sus servicios a los transeúntes, tal y como lo ha hecho desde hace 35 años.
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En entrevista, recuerda que el oficio de bolero lo aprendió de su padre don Benigno, ya fallecido, quien a los 10 años de edad, le compartió los secretos de la forma adecuada en que se debe lustrar el calzado y devolverle la vida.
Cualquiera puede ser bolero, pero pocos son los que utilizan una vieja técnica, que se transmite de generación en generación, que es el secreto para que el calzado luzca como nuevo y no quede opaco, dice Justino, sin dejar de escudriñar el perímetro.
Tengo 35 años trabajando en el zócalo y en todo ese tiempo, nadie ha quedado inconforme con mi trabajo, aquí llegan, políticos, funcionarios, abogados, y personas comunes a lustrarse el calzado, porque saben que los dejo como nuevos, se ufana orgulloso.
A pregunta si de aquí ha sacado adelante a su familia, Justino Domínguez, dijo que de aquí saca para el sustento diario y también dijo que uno de sus hermanos, sacó del oficio de bolero, quien tenía su propia clientela en el pasaje del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), sobre Cuauhtémoc.
Con un rostro de nostalgia, recordó que en sus inicios recorrió calles y cantinas, con su cajón cargando y por boleada cobraba tres pesos, hoy la tarifa es de 35 pesos, pero aseguró que el cliente tiene la seguridad de que sus zapatos quedarán como nuevos "y si no les gusta, que no regresen, pero regresan porque queda como nuevo su calzado".