/ jueves 13 de abril de 2023

El Machete Costeño | Hazañas de Galeana en el Sitio de Cuautla 

En la conmemoración de 261 aniversario del natalicio del general Hermenegildo Galeana

La mañana del 18 de febrero (de 1812), el sol encontró temprano todos los lugares estratégicos de la apacible Cuautla ocupados por los insurgentes. A los soldados de Galeana les fue encomendado el Convento de San Diego; a los de don Leonardo Bravo, el de Santo Domingo; y la Hacienda de Buena Vista, a las tropas de Mariano Matamoros. Desde la torre de San Diego, la lente del “catalejo” del caudillo recorría las posiciones de los realistas: El Calvario, ocupado ya por Calleja; los Llanos de Santa Inés y de Guadalupe, hollados por millares de botas españolas. Escudriñándolo todo, “Morelos se apoyaba en el hombro de don Hermenegildo, rodeado de los Bravo, que seguían con atención los movimientos del enemigo”. Y cada uno en su puesto, los soldados de la insurgencia guardaban silencio en espera de órdenes.

Del grueso de las tropas enemigas, de pronto se desprendió una columna como de 500 hombres. Era Calleja, que custodiado por ese contingente se disponía a iniciar un recorrido en torno a la ciudad. Estaba a tiro de cañón. Por su parte Morelos, acicateado por la acción provocativa de Calleja, se convertía de inmediato en un manojo de impaciencia. Y sin soportar más la desafiante marcha del arrogante español, Morelos bajó de la torre oponiéndose a la enérgica protesta de Galeana, pidió su caballo y ordenó a su escolta que lo siguieran: un grupo de hombres comandados por Mariano Escoto, Andrés y Vicente Espino, José Antonio Galeana, Pablo Galeana y Perfecto García. Cruzó las trincheras y salió al llano internándose en el campo enemigo. Galeana, preocupado y nervioso, ordenó enérgico a uno de sus hombres: “suba usted a la bóveda y coloque varios vigías que observen con atención los movimientos del General. Al menor peligro me avisa de inmediato”.

Como un león enjaulado, Galeana daba vueltas y más vueltas. Su caballo cerca. Sus deseos de montarlo más cerca aún. El tiempo transcurría y la angustia crecía. De pronto se oyó la artillería de Calleja y un disparo de cañón. Parte de la escolta de Morelos se vino a tierra y el Caudillo se encontró rodeado de enemigos. Espantados, los vigías de la iglesia gritaron: “¡que se llevan a nuestro general!” De la arboleda surgían soldados realistas gritando: “¡a cogerlo vivo, ya es nuestro!” Mientras el Caudillo se revolvía como fiera acorralada. Simultáneamente a los gritos y la confusión provocada por la fusilería enemiga, Tata Gildo montó raudo sobre su caballo. Los soldados de Galeana, encarnizados, blandían en el aire sus terribles machetes antes de asestar el certero tajo... “Así ahuyentaron con su furiosa embestida a los que cercaban al general Morelos”. Cuando rescatadores y rescatado llegaron al perímetro seguro de la ciudad, un júbilo desbordante los recibió: como un guerrero que acaba de ganar la más cruenta batalla, así fue vitoreado don Hermenegildo Galeana por las tropas insurgentes a quien admiraban y respetaban por su arrojo y su valor.

Entretanto Calleja, que sonreía satisfecho por el predicamento en que había metido al cura Morelos, saboreaba la convicción de que lo de Cuautla no sería un combate sino más bien un paseo antes de ocupar la ciudad, a la que consideraba un “poblacho” y la burla y el sarcasmo afloraban a su rostro cuando pensaba en los deseos de Morelos: “su candidez para pretender enfrentar allí al glorioso ejército español”…

Galeana se enfrenta a duelo con un capitán español:

La mañana del día 19, el sol encontró un ejército que atacaba con furia de cañones y fusilería a la expectante Cuautla. Como afluentes que avanzan inundándolo todo, cuatro columnas cayeron sobre la ciudad: los batallones de Granada, Guanajuato y Patriotas de San Luis, comandados por Juan Nepomuceno Oviedo y el Conde de Casa Rul, que llegaban solemnes y fieros al compás de redobles de guerra y quienes después de una “salva de honor”, iniciaron un fuego despiadado contra Cuautla. Pero en la silenciosa ciudad, en las trincheras, en las troneras, en los parapetos aguardaba un baluarte sosteniendo la respiración: preparada el arma, “listo el pedernal para la chispa”, cargado el cañón. Apenas habían iniciado las primeras descargas de la fusilería española, Tata Gildo, acicateado por el escándalo de las balas enemigas, como queriendo sobreponer los ímpetus de su sangre y de su garganta, gritó la orden esperada: ¡fuegooo!

Convento de Santo Domingo./ Foto: @Ramon Sierra

Era una ofensiva despiadada, una furia de gigantes: los mejores soldados del mundo contra los más valientes del sur; los mejores estrategas en el arte de la guerra, contra los más valientes del sur. La sangre fluía ya incontenible por cauces de metralla. Los fusiles vomitaban su fuego defensivo, los cañones su fuego destructor. Galeana, más nervioso que su caballo, revisó fortificaciones, reafirmaba estrategias, arengó a sus hombres. En eso, veloces jinetes realistas atravesaron el campo, alcanzaron trincheras, saltaron los primeros parapetos, audaces, seguros. Pero el jefe de ellos, el capitán de artillería Pedro Sagarra, seguro de sí mismo iba más adelante afrontando los riesgos y escudriñando rostros, como buscando a alguien: “llegó en su carrera vertiginosa a las últimas defensas y su cabalgadura trepó con agilidad las fortificaciones más altas, y desde allí, desafiando temerariamente el peligro de las balas, haciendo caracolear frenéticamente su caballo, lanzó con voz terrible retadoras palabras a los mexicanos, y al ver a Galeana entre el tumulto, le gritó: ¡a ti, villano, a ti te buscaba!

Rápido como el relámpago que precede al trueno, “Tata Gildo gritó la orden imperiosa de: ¡cese el fuego!” Y callaron los fusiles y el silencio cundió entre los defensores de San Diego. Galeana respondió a la provocación, y como un diestro jinete que era, subió raudo a la fortificación. Cuando estuvieron frente a frente, los jinetes de un salto se apearon de sus corceles y avanzaron el uno al otro, como en un duelo de valientes. El silencio se adueñó de los soldados de ambos bandos en actitud de asombro. “Galeana arrojó al suelo su sombrero; sus dorados cabellos refulgían con los rayos del sol; su chaqueta de cuero, abierta, dejó ver la pistola dentro del ceñidor rojo y el machete envainado en el costado; avanzó cautelosamente hacia su rival cuyo uniforme rojo y oro lo atrajo cual nueva provocación”. Los dos a un tiempo desenvainan y el sonido de los metales rompe el silencio expectante y cortan el aire en repetidas ocasiones buscando con destreza el cuerpo del adversario. “Ante un formidable golpe del coronel Hermenegildo, el sable del capitán realista salta hasta muy lejos, y entonces Sagarra, rápido como el pensamiento, toma su pistola, apunta y dispara. Como un eco instantáneo responde Galeana y Sagarra cae mortalmente herido... Los españoles, ahora no esperan ni un segundo y reanudan el ataque: pero Tata Gildo se precipitó sobre el moribundo, evitando la racha de plomo realista, y tomándolo entre sus brazos, descendió con él hasta las defensas mexicanas. ‘¡Era un valiente!’ –dijo al recostarlo, y ordenó se trajera un sacerdote para que le impartiera los auxilios divinos”.

Galeana premia la actuación del “Niño Artillero”:

A cada ataque español sucedía un enérgico rechazo; las balas de los fusiles insurgentes poco a poco lograban su cometido; las filas enemigas iban diezmando; los valientes jefes españoles que atacaron primero también sucumbieron a la puntería de los defensores: el Conde de Casa Rul cayó herido de muerte, y el comandante Juan Nepomuceno Oviedo moría bajo los disparos insurgentes; y los mejores soldados del mundo, comandados por Félix María Calleja —los batallones de Granaderos de La Corona, Guanajuato y Patriotas de San Luis—, también iban disminuyendo en número por los disparos de los cañones de a cuatro, de las pequeñas balas del “Niño” y de la fusilería que tronaba de los parapetos, baluartes y trincheras. En un punto culminante del combate, los mejores soldados del mundo rompieron, por fin, las defensas de San Diego encomendadas a Galeana: “salvan los fosos, desmoronan los primeros parapetos y atacando con lanzas van a entrar a la brecha seguidos por los dragones de reserva, en alto los grandes sables, a los gritos de: ¡viva el rey!, al mismo tiempo que dentro del pánico aúllan: ¡han matado a Galeana!”

El desconcierto cundió entre los soldados de Tata Gildo, Las huestes de Calleja hacieron rodar a los artilleros del callejón El Encanto y avanzan por las trincheras de San Diego ya descubiertas. De pronto un joven salta la trinchera y prende la mecha de un cañón que había quedado listo. La pieza de artillería vomitó su metralla y llenó el callejón de muerte y confusión. Un gran número de soldados con uniforme azul cielo, de los provinciales de Guanajuato, yacían muertos bajo la humareda del disparo terrible. Los demás soldados atacantes que lograron salvarse, huyeron despavoridos, “el propio caballo de Calleja, encabritado, tuvo que alejarse del lugar hábilmente manejado por su jinete que evitó la caída huyendo a gran velocidad”. De pronto apareció Galeana saltando sobre los escombros y grita incitando a sus soldados: “En el nombre de Dios, ¡viva la América!”. Llegó hasta el “niño artillero” y lo condujo en alto hasta Morelos: “—Este es el soldado que ha disparado el cañón que nos salvó la vida, mi general. —¿Cómo te llamas? —Narciso García Mendoza, mi general. —¿Qué comisión desempeñabas cuando viste que era necesario disparar el cañón? —Confieso que había abandonado mi comisión, general, por andar buscando a mi madre que me dijeron que estaba herida. Pido perdón por esta falta, general. —Yo nada tengo que perdonarte, porque ya eres un héroe y los héroes no tienen necesidad de pedir perdón...”

Galeana reanuda el agua que los españoles quitaron a Cuautla:

Calleja insistía en su asedio a la ciudad y cortó el agua a los sitiados. A principios de abril, los españoles terraplenaron la zanja que iba desde la toma de agua hasta Cuautla. Los pozos se agotaron, los niños pegaban su lengua al lodo con el afán de refrescarse, las mujeres que se atrevían a ir por agua hasta el río eran acribilladas por los realistas. Morelos, comprendiendo la gravedad de la situación por la falta del vital líquido, tomó la determinación de encargar a Hermenegildo una estrategia a seguir: “levantar un muro y un torreón en la toma de agua para defenderla y asegurar de un modo permanente su entrada en Cuautla”. La noche fue propicia para que los soldados de Galeana iniciaran una “operación hormiga”: Silenciosamente llegaron hasta la zanja terraplenada y comenzaron a cavar, mientras otros colocaban sacos de tierra para construir un torreón. Los soldados españoles, al descubrir la operación, efectuaron un nutrido fuego sobre las siluetas insurgentes, que no obstante la lluvia de balas, continuaban levantando la trinchera. Galeana recorría de un lado a otro supervisando la obra y alentando a sus hombres. Al fin fue coronado el esfuerzo: el agua corrió cristalina hacia la ciudad y un torreón bien construido resistía la embestida de los ataques realistas: una columna del Batallón de Lovera se acercó gritando ¡al torreón! ¡al torreón! Galeana ordenó aguantar un poco para que se acercaran más y sus hombres afinaran la puntería. Entonces ordenó: ¡fuego! La columna realista sufrió pérdidas visibles, pero volvió al ataque; algunos soldados del Batallón de Lovera lograron saltar el muro. Sin embargo, en la oscuridad de la noche, relampaguearon los machetes costeños sembrando desconcierto y muerte entre los realistas que, asustados, emprendieron la huida.

Al día siguiente Calleja escribía al virrey: “Excmo. Sr. La importancia de privar del agua al enemigo en que veía la próxima toma de Quautla, me inclinó á un segundo ataque (…) á la una de la mañana con valor y repitieron tres veces la carga, pero los obstáculos que con más de TRES MIL HOMBRES había acumulado el enemigo en pocas horas lo intrincado del Bosque que une á la toma con el Pueblo, y la mucha gente que apostó en él obligó á retirar á nuestras Tropas en el mejor orden (...) No cesa este enemigo ni de día ni de noche, su gente aclimatada resiste el calor, y su fanatismo suple al alimento que no hay duda en que le tiene muy escaso. Dios guarde a V.E. muchos años. Abril 5 de 1812. á las once de la noche. Excmo. Sr. Félix María Calleja (rúbrica).”

El agua se había recuperado gracias a las estrategias y al valor del coronel Hermenegildo Galeana y sus soldados. El general español no podía creer en el arrojo y la valentía de los costeños llevados por Galeana desde Costa Grande a pelear por la Independencia de México en cada una de las campañas emprendidas por Morelos; para él eran “fieras a las que alimentaban su coraje con aguardiente y pólvora”, no podía concebir que la entrega del costeño lo hicieran “afrontar en los combates las bocas de los cañones o coger con sus manos el frío acero de las bayonetas”.

Convento de Santo Domingo./ Foto: @Ramon Sierra

Morelos ordena el rompimiento del sitio con Galeana la vanguardia:

Otra vez Tata Gildo, ordenado por Morelos, ocupando el puesto clave: ponerse a la vanguardia con sus hombres para romper el sitio. Recaía en él la “responsabilidad de abrir paso al maltrecho ejército con la mejor infantería y 300 lanceros”. Tomamos el testimonio de un soldado insurgente de Cuautla que participó en el sitio, llamado Vinicio Montero (Respetando la ortografía del documento original): “2 de mayo, a las dos de la mañana. La reunión de las tropas se efectuó en la plaza del convento de San Diego con el mayor sigilo se puso en movimiento la columna poco después de las doce de la noche, el viernes 1º de mayo. Encabezaba la vanguardia el brigadier don Hermenegildo Galeana, llevando como experto al capitán don José María Aguayo; el centro iba mandado por el propio General Morelos y por fin, la retaguardia, por el general Bravo y el teniente coronel don Víctor del mismo apellido, cuya extrema guerrilla iba con el capitán Anzures. La columna siguió por la calle llamada entonces del Encanto (...) aprovechó la margen derecha del río cubierta de vegetación hasta llegar a donde estaban apostados los primeros centinelas, que fueron callados al dar el quien vive por los cuchillos del negro Carranza y el audaz Capitán Aguayo; continuó sigilosa y al llegar a uno de los fosos que unía la orilla del río con el Calvario, encontraron a la guardia de sesenta infantes que lo defendía y una partida de cincuenta dragones de San Carlos: mientras la vanguardia combatía, los indios que llevaban ex profeso un puente, lo tendieron y la columna pasó arrolladora, revolviéndose con los soldados españoles que paulatinamente se fueron replegando a sus puestos. Entretanto los fugitivos se dividían en tres grupos, tomando el de la derecha o sea el de don Hermenegildo Galeana, hacia Huesca.,,”

Carlos María de Bustamante anotó al respecto: “El general Morelos que, al saltar la zanja, actualmente llamada del Cenicero, sufrió una caída con todo y caballo, fracturándose dos costillas, siguió hacia Ocuituco, combatiendo rudamente con la caballería española de don pedro Menezo y de los capitanes Anastasio Bustamante, Armijo, Lamadrid y otros jefes españoles (...) Como incidente notorio, Morelos perdió en Ocuituco el cañoncito ‘Niño’, y siempre hablaba de esta pérdida como una cosa importante.

Finalmente, insertamos la parte final sobre el Sitio de Cuautla, del archivo histórico de J. E., Hernández y Dávalos (documeto 68) “Este ha sido el resultado del sitio de Quautla, estas las acciones que el intruso gobierno pinta como brillantes para mantener la ilusión con que sostiene su detestable partido. ¡Miserables preocupados! Abrid los ojos y conoceréis que os engaña el déspota. En esta ocasión os ha dicho que su exército siempre vencedor se cubrió de gloria, habiendo triunfado solamente de las viejas, de los muchachos, y de unos pocos indios, asegura que murieron más de 4000 americanos, no habiendo llegado a 3000 los del exército del Sr. Morelos que entraron en acción, de los cuales murieron muy pocos…”

La mañana del 18 de febrero (de 1812), el sol encontró temprano todos los lugares estratégicos de la apacible Cuautla ocupados por los insurgentes. A los soldados de Galeana les fue encomendado el Convento de San Diego; a los de don Leonardo Bravo, el de Santo Domingo; y la Hacienda de Buena Vista, a las tropas de Mariano Matamoros. Desde la torre de San Diego, la lente del “catalejo” del caudillo recorría las posiciones de los realistas: El Calvario, ocupado ya por Calleja; los Llanos de Santa Inés y de Guadalupe, hollados por millares de botas españolas. Escudriñándolo todo, “Morelos se apoyaba en el hombro de don Hermenegildo, rodeado de los Bravo, que seguían con atención los movimientos del enemigo”. Y cada uno en su puesto, los soldados de la insurgencia guardaban silencio en espera de órdenes.

Del grueso de las tropas enemigas, de pronto se desprendió una columna como de 500 hombres. Era Calleja, que custodiado por ese contingente se disponía a iniciar un recorrido en torno a la ciudad. Estaba a tiro de cañón. Por su parte Morelos, acicateado por la acción provocativa de Calleja, se convertía de inmediato en un manojo de impaciencia. Y sin soportar más la desafiante marcha del arrogante español, Morelos bajó de la torre oponiéndose a la enérgica protesta de Galeana, pidió su caballo y ordenó a su escolta que lo siguieran: un grupo de hombres comandados por Mariano Escoto, Andrés y Vicente Espino, José Antonio Galeana, Pablo Galeana y Perfecto García. Cruzó las trincheras y salió al llano internándose en el campo enemigo. Galeana, preocupado y nervioso, ordenó enérgico a uno de sus hombres: “suba usted a la bóveda y coloque varios vigías que observen con atención los movimientos del General. Al menor peligro me avisa de inmediato”.

Como un león enjaulado, Galeana daba vueltas y más vueltas. Su caballo cerca. Sus deseos de montarlo más cerca aún. El tiempo transcurría y la angustia crecía. De pronto se oyó la artillería de Calleja y un disparo de cañón. Parte de la escolta de Morelos se vino a tierra y el Caudillo se encontró rodeado de enemigos. Espantados, los vigías de la iglesia gritaron: “¡que se llevan a nuestro general!” De la arboleda surgían soldados realistas gritando: “¡a cogerlo vivo, ya es nuestro!” Mientras el Caudillo se revolvía como fiera acorralada. Simultáneamente a los gritos y la confusión provocada por la fusilería enemiga, Tata Gildo montó raudo sobre su caballo. Los soldados de Galeana, encarnizados, blandían en el aire sus terribles machetes antes de asestar el certero tajo... “Así ahuyentaron con su furiosa embestida a los que cercaban al general Morelos”. Cuando rescatadores y rescatado llegaron al perímetro seguro de la ciudad, un júbilo desbordante los recibió: como un guerrero que acaba de ganar la más cruenta batalla, así fue vitoreado don Hermenegildo Galeana por las tropas insurgentes a quien admiraban y respetaban por su arrojo y su valor.

Entretanto Calleja, que sonreía satisfecho por el predicamento en que había metido al cura Morelos, saboreaba la convicción de que lo de Cuautla no sería un combate sino más bien un paseo antes de ocupar la ciudad, a la que consideraba un “poblacho” y la burla y el sarcasmo afloraban a su rostro cuando pensaba en los deseos de Morelos: “su candidez para pretender enfrentar allí al glorioso ejército español”…

Galeana se enfrenta a duelo con un capitán español:

La mañana del día 19, el sol encontró un ejército que atacaba con furia de cañones y fusilería a la expectante Cuautla. Como afluentes que avanzan inundándolo todo, cuatro columnas cayeron sobre la ciudad: los batallones de Granada, Guanajuato y Patriotas de San Luis, comandados por Juan Nepomuceno Oviedo y el Conde de Casa Rul, que llegaban solemnes y fieros al compás de redobles de guerra y quienes después de una “salva de honor”, iniciaron un fuego despiadado contra Cuautla. Pero en la silenciosa ciudad, en las trincheras, en las troneras, en los parapetos aguardaba un baluarte sosteniendo la respiración: preparada el arma, “listo el pedernal para la chispa”, cargado el cañón. Apenas habían iniciado las primeras descargas de la fusilería española, Tata Gildo, acicateado por el escándalo de las balas enemigas, como queriendo sobreponer los ímpetus de su sangre y de su garganta, gritó la orden esperada: ¡fuegooo!

Convento de Santo Domingo./ Foto: @Ramon Sierra

Era una ofensiva despiadada, una furia de gigantes: los mejores soldados del mundo contra los más valientes del sur; los mejores estrategas en el arte de la guerra, contra los más valientes del sur. La sangre fluía ya incontenible por cauces de metralla. Los fusiles vomitaban su fuego defensivo, los cañones su fuego destructor. Galeana, más nervioso que su caballo, revisó fortificaciones, reafirmaba estrategias, arengó a sus hombres. En eso, veloces jinetes realistas atravesaron el campo, alcanzaron trincheras, saltaron los primeros parapetos, audaces, seguros. Pero el jefe de ellos, el capitán de artillería Pedro Sagarra, seguro de sí mismo iba más adelante afrontando los riesgos y escudriñando rostros, como buscando a alguien: “llegó en su carrera vertiginosa a las últimas defensas y su cabalgadura trepó con agilidad las fortificaciones más altas, y desde allí, desafiando temerariamente el peligro de las balas, haciendo caracolear frenéticamente su caballo, lanzó con voz terrible retadoras palabras a los mexicanos, y al ver a Galeana entre el tumulto, le gritó: ¡a ti, villano, a ti te buscaba!

Rápido como el relámpago que precede al trueno, “Tata Gildo gritó la orden imperiosa de: ¡cese el fuego!” Y callaron los fusiles y el silencio cundió entre los defensores de San Diego. Galeana respondió a la provocación, y como un diestro jinete que era, subió raudo a la fortificación. Cuando estuvieron frente a frente, los jinetes de un salto se apearon de sus corceles y avanzaron el uno al otro, como en un duelo de valientes. El silencio se adueñó de los soldados de ambos bandos en actitud de asombro. “Galeana arrojó al suelo su sombrero; sus dorados cabellos refulgían con los rayos del sol; su chaqueta de cuero, abierta, dejó ver la pistola dentro del ceñidor rojo y el machete envainado en el costado; avanzó cautelosamente hacia su rival cuyo uniforme rojo y oro lo atrajo cual nueva provocación”. Los dos a un tiempo desenvainan y el sonido de los metales rompe el silencio expectante y cortan el aire en repetidas ocasiones buscando con destreza el cuerpo del adversario. “Ante un formidable golpe del coronel Hermenegildo, el sable del capitán realista salta hasta muy lejos, y entonces Sagarra, rápido como el pensamiento, toma su pistola, apunta y dispara. Como un eco instantáneo responde Galeana y Sagarra cae mortalmente herido... Los españoles, ahora no esperan ni un segundo y reanudan el ataque: pero Tata Gildo se precipitó sobre el moribundo, evitando la racha de plomo realista, y tomándolo entre sus brazos, descendió con él hasta las defensas mexicanas. ‘¡Era un valiente!’ –dijo al recostarlo, y ordenó se trajera un sacerdote para que le impartiera los auxilios divinos”.

Galeana premia la actuación del “Niño Artillero”:

A cada ataque español sucedía un enérgico rechazo; las balas de los fusiles insurgentes poco a poco lograban su cometido; las filas enemigas iban diezmando; los valientes jefes españoles que atacaron primero también sucumbieron a la puntería de los defensores: el Conde de Casa Rul cayó herido de muerte, y el comandante Juan Nepomuceno Oviedo moría bajo los disparos insurgentes; y los mejores soldados del mundo, comandados por Félix María Calleja —los batallones de Granaderos de La Corona, Guanajuato y Patriotas de San Luis—, también iban disminuyendo en número por los disparos de los cañones de a cuatro, de las pequeñas balas del “Niño” y de la fusilería que tronaba de los parapetos, baluartes y trincheras. En un punto culminante del combate, los mejores soldados del mundo rompieron, por fin, las defensas de San Diego encomendadas a Galeana: “salvan los fosos, desmoronan los primeros parapetos y atacando con lanzas van a entrar a la brecha seguidos por los dragones de reserva, en alto los grandes sables, a los gritos de: ¡viva el rey!, al mismo tiempo que dentro del pánico aúllan: ¡han matado a Galeana!”

El desconcierto cundió entre los soldados de Tata Gildo, Las huestes de Calleja hacieron rodar a los artilleros del callejón El Encanto y avanzan por las trincheras de San Diego ya descubiertas. De pronto un joven salta la trinchera y prende la mecha de un cañón que había quedado listo. La pieza de artillería vomitó su metralla y llenó el callejón de muerte y confusión. Un gran número de soldados con uniforme azul cielo, de los provinciales de Guanajuato, yacían muertos bajo la humareda del disparo terrible. Los demás soldados atacantes que lograron salvarse, huyeron despavoridos, “el propio caballo de Calleja, encabritado, tuvo que alejarse del lugar hábilmente manejado por su jinete que evitó la caída huyendo a gran velocidad”. De pronto apareció Galeana saltando sobre los escombros y grita incitando a sus soldados: “En el nombre de Dios, ¡viva la América!”. Llegó hasta el “niño artillero” y lo condujo en alto hasta Morelos: “—Este es el soldado que ha disparado el cañón que nos salvó la vida, mi general. —¿Cómo te llamas? —Narciso García Mendoza, mi general. —¿Qué comisión desempeñabas cuando viste que era necesario disparar el cañón? —Confieso que había abandonado mi comisión, general, por andar buscando a mi madre que me dijeron que estaba herida. Pido perdón por esta falta, general. —Yo nada tengo que perdonarte, porque ya eres un héroe y los héroes no tienen necesidad de pedir perdón...”

Galeana reanuda el agua que los españoles quitaron a Cuautla:

Calleja insistía en su asedio a la ciudad y cortó el agua a los sitiados. A principios de abril, los españoles terraplenaron la zanja que iba desde la toma de agua hasta Cuautla. Los pozos se agotaron, los niños pegaban su lengua al lodo con el afán de refrescarse, las mujeres que se atrevían a ir por agua hasta el río eran acribilladas por los realistas. Morelos, comprendiendo la gravedad de la situación por la falta del vital líquido, tomó la determinación de encargar a Hermenegildo una estrategia a seguir: “levantar un muro y un torreón en la toma de agua para defenderla y asegurar de un modo permanente su entrada en Cuautla”. La noche fue propicia para que los soldados de Galeana iniciaran una “operación hormiga”: Silenciosamente llegaron hasta la zanja terraplenada y comenzaron a cavar, mientras otros colocaban sacos de tierra para construir un torreón. Los soldados españoles, al descubrir la operación, efectuaron un nutrido fuego sobre las siluetas insurgentes, que no obstante la lluvia de balas, continuaban levantando la trinchera. Galeana recorría de un lado a otro supervisando la obra y alentando a sus hombres. Al fin fue coronado el esfuerzo: el agua corrió cristalina hacia la ciudad y un torreón bien construido resistía la embestida de los ataques realistas: una columna del Batallón de Lovera se acercó gritando ¡al torreón! ¡al torreón! Galeana ordenó aguantar un poco para que se acercaran más y sus hombres afinaran la puntería. Entonces ordenó: ¡fuego! La columna realista sufrió pérdidas visibles, pero volvió al ataque; algunos soldados del Batallón de Lovera lograron saltar el muro. Sin embargo, en la oscuridad de la noche, relampaguearon los machetes costeños sembrando desconcierto y muerte entre los realistas que, asustados, emprendieron la huida.

Al día siguiente Calleja escribía al virrey: “Excmo. Sr. La importancia de privar del agua al enemigo en que veía la próxima toma de Quautla, me inclinó á un segundo ataque (…) á la una de la mañana con valor y repitieron tres veces la carga, pero los obstáculos que con más de TRES MIL HOMBRES había acumulado el enemigo en pocas horas lo intrincado del Bosque que une á la toma con el Pueblo, y la mucha gente que apostó en él obligó á retirar á nuestras Tropas en el mejor orden (...) No cesa este enemigo ni de día ni de noche, su gente aclimatada resiste el calor, y su fanatismo suple al alimento que no hay duda en que le tiene muy escaso. Dios guarde a V.E. muchos años. Abril 5 de 1812. á las once de la noche. Excmo. Sr. Félix María Calleja (rúbrica).”

El agua se había recuperado gracias a las estrategias y al valor del coronel Hermenegildo Galeana y sus soldados. El general español no podía creer en el arrojo y la valentía de los costeños llevados por Galeana desde Costa Grande a pelear por la Independencia de México en cada una de las campañas emprendidas por Morelos; para él eran “fieras a las que alimentaban su coraje con aguardiente y pólvora”, no podía concebir que la entrega del costeño lo hicieran “afrontar en los combates las bocas de los cañones o coger con sus manos el frío acero de las bayonetas”.

Convento de Santo Domingo./ Foto: @Ramon Sierra

Morelos ordena el rompimiento del sitio con Galeana la vanguardia:

Otra vez Tata Gildo, ordenado por Morelos, ocupando el puesto clave: ponerse a la vanguardia con sus hombres para romper el sitio. Recaía en él la “responsabilidad de abrir paso al maltrecho ejército con la mejor infantería y 300 lanceros”. Tomamos el testimonio de un soldado insurgente de Cuautla que participó en el sitio, llamado Vinicio Montero (Respetando la ortografía del documento original): “2 de mayo, a las dos de la mañana. La reunión de las tropas se efectuó en la plaza del convento de San Diego con el mayor sigilo se puso en movimiento la columna poco después de las doce de la noche, el viernes 1º de mayo. Encabezaba la vanguardia el brigadier don Hermenegildo Galeana, llevando como experto al capitán don José María Aguayo; el centro iba mandado por el propio General Morelos y por fin, la retaguardia, por el general Bravo y el teniente coronel don Víctor del mismo apellido, cuya extrema guerrilla iba con el capitán Anzures. La columna siguió por la calle llamada entonces del Encanto (...) aprovechó la margen derecha del río cubierta de vegetación hasta llegar a donde estaban apostados los primeros centinelas, que fueron callados al dar el quien vive por los cuchillos del negro Carranza y el audaz Capitán Aguayo; continuó sigilosa y al llegar a uno de los fosos que unía la orilla del río con el Calvario, encontraron a la guardia de sesenta infantes que lo defendía y una partida de cincuenta dragones de San Carlos: mientras la vanguardia combatía, los indios que llevaban ex profeso un puente, lo tendieron y la columna pasó arrolladora, revolviéndose con los soldados españoles que paulatinamente se fueron replegando a sus puestos. Entretanto los fugitivos se dividían en tres grupos, tomando el de la derecha o sea el de don Hermenegildo Galeana, hacia Huesca.,,”

Carlos María de Bustamante anotó al respecto: “El general Morelos que, al saltar la zanja, actualmente llamada del Cenicero, sufrió una caída con todo y caballo, fracturándose dos costillas, siguió hacia Ocuituco, combatiendo rudamente con la caballería española de don pedro Menezo y de los capitanes Anastasio Bustamante, Armijo, Lamadrid y otros jefes españoles (...) Como incidente notorio, Morelos perdió en Ocuituco el cañoncito ‘Niño’, y siempre hablaba de esta pérdida como una cosa importante.

Finalmente, insertamos la parte final sobre el Sitio de Cuautla, del archivo histórico de J. E., Hernández y Dávalos (documeto 68) “Este ha sido el resultado del sitio de Quautla, estas las acciones que el intruso gobierno pinta como brillantes para mantener la ilusión con que sostiene su detestable partido. ¡Miserables preocupados! Abrid los ojos y conoceréis que os engaña el déspota. En esta ocasión os ha dicho que su exército siempre vencedor se cubrió de gloria, habiendo triunfado solamente de las viejas, de los muchachos, y de unos pocos indios, asegura que murieron más de 4000 americanos, no habiendo llegado a 3000 los del exército del Sr. Morelos que entraron en acción, de los cuales murieron muy pocos…”

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Maestros y trabajadores de la educación continúan lidiando con las secuelas que dejó el confinamiento y la implementación de estrategias tecnológicas