Construidos de madera y lonas, decenas de puestos ambulantes invaden calles y avenidas del puerto de Acapulco, tolerados por las autoridades municipales que permiten que se apoderen de banquetas y espacios públicos.
A raíz de la devastación que provocó el paso del huracán Otis, en forma silenciosa, hombres y mujeres han ido estrangulando la vía pública, obligando a los ciudadanos a caminar por el arroyo vehicular.
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En un recorrido realizado por la avenida Cuauhtémoc, en el tramo que comprende de la clínica número 9 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) a la sucursal de Banamex, puestos informales adornan el paisaje y lonas multicolores cubren del inclemente sol a los ambulantes.
Aquí se puede encontrar todo tipo de mercancía, que va desde ropa, bolsas, artículos eléctricos, bocinas, radios, cables, focos, fruta y puestos de comida, que prácticamente inundan las banquetas, los más osados están sobre el mismo arroyo vehicular.
Al tratar de consultarlos, nadie quiere hablar, incluso, algunos se molestan y reclaman “si no compra, sígale”, pero para nadie es un secreto que pagan por el derecho de piso y prefieren dedicarse a lo suyo para no tener problemas.
Sin embargo, el inconveniente real es que al permitírsele invadir la vía pública se sienten dueños de estos espacios, que literalmente tapizan las banquetas y nadie hace algo para reordenarlos, de tal suerte de recuperar los espacios públicos.
Este cáncer social es uno de los problemas que ha ido creciendo y algunos funcionarios lo justifican bajo el argumento que al quedarse sin empleo tienen todo el derecho de ganarse la vida ejerciendo el comercio informal.
La opacidad del gobierno es visible y al tolerar que el primer cuadro de la ciudad se haya convertido en un gran zoco, sin ninguna posibilidad de frenar la invasión de los pocos espacios públicos que todavía quedan en la ciudad, que alguna vez fuera la perla del Pacifico.