Con sus 62 años de edad, la señora Fernanda Jiménez Vargas mantiene una tradición mexicana al seguir elaborando desde hace 20 años pan de muerto, el cuál al iniciar el festejo del Día de Muertos, trabaja a marchas forzadas para cumplir el antojo de sus clientes.
En el zócalo de Atoyac de Álvarez, municipio perteneciente a la región de la Costa Grande, doña Fer, como la conocen sus vecinos, sale con su canasto de pan de muerto en espera de que sus ventas inicien.
En octubre, los mexicanos saben que llegó la hora de disfrutar del tradicional pan de muerto, el cual tiene sus orígenes en la época de la conquista y hoy en día no sólo es uno de los gustos más queridos, sino uno de los principales componentes de las ofrendas dedicadas a los difuntos que regresan del más allá durante las noches del 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre.
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Para doña Fernanda su fuente de trabajo representa mucho ya que es de esas ventas de donde ha sacado adelante a su familia.
Todos los días desde muy temprana hora realiza todo el procedimiento para la elaboración de su producto.
Ella compite con las grandes panificadoras, que se encuentran al interior de los súper mercados con grandes hornos donde deja un sabor diferente al pan, en comparación al que doña Fernanda hace con ese sabor casero y usar el tradicional horno de barro.
“El pan de muerto es una tradición mexicana, que no se debe perder en las nuevas generaciones y sobre todo en estos tiempos difíciles de pandemia, ya que es una cultura de los antepasados que se debe conservar” mencionó Doña Fernanda.
Cuenta que como todos los años en víspera de las festividades del día de los fieles difuntos, ella misma a través de un horno artesanal hornea su pan con leña, utilizando los ingredientes de harina de trigo, azúcar, mantequilla, esencia de vainilla, levadura fresca de panadería, huevos, leche y ralladura de naranja.
De acuerdo a las leyendas prehispánicas, se dice que en honor a los dioses se ofrecían sacrificios humanos, se quitaba el corazón de la víctima, aun latiendo y el chamán se lo comía en agradecimiento.
Los españoles rechazaron estos sacrificios y por ese motivo se comenzó a hornear un pan con forma redondeada y con una decoración cargada de simbolismo.