En el Día de las Madres

Las enseñanzas de una madre: “El peso de Justo”, cuento tomado del libro “De mi costa”

Ramón Sierra | El Sol de Acapulco

  · miércoles 10 de mayo de 2023

Panorámica de Tecpan parte sur, 1961./ Foto: Cortesía Ramón Sierra

A Justo le gustaba jugar baraja y apostaba mucho dinero. Algunos del pueblo lo buscaban para eso o él se iba por las afueras del pueblo en busca de jugadores. Jugaba albures. Un día me dijo: Oye Juan, acompáñame a jugar para que me cuides, te voy a pagar un peso. Él sabía que yo ganaba cincuenta centavos en la herrería.

Y sí, me fui con él por allá por la salida del pueblo, y se puso a jugar. Y no se cansaba de jugar. Venían unos, y se iban; y luego llegaban otros a jugar con él, y él juega y juega. Amigo y que se me va haciendo tarde y me entró a mí la congoja. Mi mama temprano me hacía el café y ándale hijo, me decía, vete a trabajar. Yo me alquilaba en la herrería, en la fragua; ayudaba a hacer tarecuas, machetes... El caso es que yo regresaba con mi tostón para dárselo a mi mama. Y como les estaba platicando, ya era muy tarde y Justo no terminaba de jugar, le dije: mira Justo, yo vine por la necesidad del peso, pero dame nomás un tostón. —Espérate —me decía— Y arajo, pues ya iban a ser las doce, y yo acongojao y pensando que me iba a regresar a mi casa sin ni un cinco.

Yo era huérfano de padre y vivía con mi mama y nunca había llegado tarde. En aquel tiempo no había luz y uno llegaba temprano a su casa. En eso estábamos, amigo, cuando cáisele un peso a Justo de la mesa del juego, y que empieza a buscarlo. Y que bajan el candilón, pues como en ese tiempo —como les digo— no había luz, y luego los otros señores a buscar el peso también. Arajo amigo, y yo con la congoja que me iba a ir a la casa sin llevar para la comida del otro día… cuando vi la oportunidad que Justo y los demás estaban buscando el peso abajo, que agarro un rollito de monedas de las que Justo tenía arriba de la mesa. Agarré un chirrión completo pa’que no se juera a dar cuenta. Total, que dije: yo ya me voy. Y que le digo a Justo: —ay otro día me pagas, ya me voy porque mi mama me ha de andar buscando.

Y sí, después me dijo que me había ido a buscar dos veces donde Mundo, el herrero. Dice que le dijo: —mire señora, desde que vino a almorzar, ya no lo he visto. Pos cuándo me iba a encontrar, si andaba yo por donde Beto Bello, por allá abajo, y yo, pues, en ese tiempo no tenía mañas, no era vivo.

Gisela inicia su día a las 5:30 de la mañana. / Foto: Heidi Nieves | El Sol de Acapulco

Cuando agarré el montoncito, nadie me vio. Y resulta que eran diecisiete pesos, y me entró más la congoja: y ahora, ¿qué le voy a decir a mi mama? Y yo con aquella pena. Cuando llegué a la casa y le enseñé a mi mama el dinero, que se pone bien brava: —¡mira no’más! ¡De dónde agarraste ese dineral! Y ya le platiqué cómo estuvo. —¡Te lo robaste! Te van a echar preso. ¡Vaya a regresar ese dinero! —Pero por qué mama —le decía yo—, si nadie me vio, todos andaban buscando el peso que se había caído. Entonces ella dijo: —ese dinero lo voy a esconder… lo voy a enterrar.

Bueno, pues pasó el tiempo, y le digo: —por qué no agarramos ese dinero, yo ya no tengo pantalones, ni huaraches, ni tú tienes vestido...

Pero pasó un mes, y otro, y otro… Y hubo que conformarse con el tostón que yo ganaba diario.