Hace 40 años, Cirilo Promotor Decena, uno de los 150 grandes maestros del arte popular de México, debía pescar durante horas en el río Papaloapan y luego irse a podar jardines para poder sobrevivir. A pesar de sus agotadoras jornadas de trabajo, don Cirilo todavía se daba un par de horas al día para enseñar el son jarocho a los más jóvenes. Y en las noches, antes de dormir, disponía sus manos al oficio de la laudería para fabricar jaranas en Tlacotalpan, la cuna veracruzana de este género que, durante tres siglos, ha sorteado de todo: guerras, desigualdad social, racismo, corrupción, capitalismo…
Las condiciones para vivir del son jarocho son, todavía, complejas. En México, la cultura popular nunca ha sido prioritaria. Incluso durante este sexenio, en el que se anunció la descentralización de la industria cultural y el apoyo a las comunidades, el presupuesto para el sector sufrió recortes —en algunos casos de hasta 75%— debido a la pandemia. Para 2023, las culturas populares seguirán rezagadas. El Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación (PPEF) no las contempla como prioridad. El Ramo 48 —que engloba todo el sector cultural— recibirá 15 mil 925 millones de pesos, de los cuales el 23% se destinará a la construcción del Complejo Cultural Bosque de Chapultepec, una de las obras predilectas del gobierno de López Obrador.
Muy lejos de esa megaobra rodeada de los barrios más exclusivos de la Ciudad de México, Tlacotalpan rebosa de nuevas generaciones interesadas en el son jarocho. La falta de apoyos es el problema. Al igual que en muchas regiones del país, en Veracruz los jóvenes que se dedican a las artes populares cuentan apenas con el impulso de colectivos independientes como los que encabeza Julio César Corro Lara, viejo alumno del fallecido don Cirilo.
En entrevista con El Sol de México, Julio César detecta contradicciones entre las autoridades estatales y federales: en el discurso oficial, el son jarocho es un tesoro nacional; en la práctica, una actividad marginal.
“Javier Duarte (el exgobernador de Veracruz) quería nombrar al son jarocho patrimonio de la humanidad y dijimos que eso nos parecía muy bien. El problema es que, con todo y ese nombramiento, los músicos, los lauderos y todos los promotores a veces no tenemos ni para comer, ni gozamos de seguridad social. Si nos dedicamos a la laudería, ¿quién responde cuando nos cortamos un dedo o cuando se nos mete una astilla en el ojo? Prácticamente estamos en el desamparo. Sí, ustedes (el gobierno) dicen que somos orgullo de Veracruz, pero no tenemos ningún tipo de apoyo para que podamos vivir del son jarocho”, comparte el jaranero y fundador del Grupo Estanzuela y del Centro Cultural El Barrio del Retiro, la gran cantera para los exponentes del son jarocho en Tlacotalpan.
Esas dos son las trincheras que utiliza Julio César para luchar contra lo que llama “falta de voluntad política” para preservar las tradiciones de este género de raíces africanas. Si bien es cierto que el son jarocho está presente en los espectáculos mundiales del Ballet Folclórico de Amalia Hernández en el Palacio de Bellas Artes, eso es sólo un espejismo. En las calles, en las plazas, donde realmente vive el son jarocho, los obstáculos son muchos, denuncia.
“El gobierno nos dice: ‘ahí están las convocatorias, encuéntrenlas, hay apoyos para todos’. Pero si no tenemos la preparación para estructurar un proyecto, para armar una justificación y una serie de metas cuantitativas, es complicado. Yo creo que hay mucho talento, pero no se sabe cómo expresarlo. Aquí en Tlacotalpan hay muchachos y muchachas talentosísimos que no pueden plasmar sus ideas porque no tienen los conocimientos necesarios y porque, hay que reconocerlo, hay a veces un desinterés de parte de los músicos y promotores para asistir a los cursos que lanza el Instituto Veracruzano de la Cultura”, asegura Julio César.
En Tlacotalpan, el 58% de la población vive en situación de pobreza y el 31% se enfrenta a condiciones de vulnerabilidad por carencia social, según datos del Inegi. La tasa de analfabetismo aquí es de 11.7%, más del doble de la tasa nacional. Y como en casi todos los estados, la violencia es constante. Desde hace al menos 10 años, Veracruz figura entre los 10 estados más violentos del país, de acuerdo con datos federales. Una investigación del CIDE detalla que en esta entidad operan al menos 13 organizaciones criminales, entre ellas el cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), uno de los grupos criminales más buscados por la justicia de Estados Unidos.
El fandango contra la violencia
Julio César cree que una jarana puede desplazar a una pistola. Por eso creó el programa Si me dejas, te enseño, al cual tienen acceso niños de bajos recursos con interés por la música o la danza del son jarocho. De este modo, desde las raíces, señala, es como puede sobrevivir el fandango.
“Les estamos obsequiando los instrumentos para que puedan llevarse una jarana que, en el mercado, cuesta entre tres mil 500 y cinco mil pesos. La música suple carencias y fomenta convivencias: es una alternativa de vida. Yo mismo lo viví. Mi familia me decía que qué era eso de ser jaranero si los jaraneros sólo son borrachos o mariguanos. Yo siempre creí que las cosas podían ser diferentes”, comenta.
Julio César cuenta que, hace un par de meses, un compañero de su hija, a quien constantemente lo invitó a corregir su camino, mató a balazos a un estudiante normalista sólo porque “lo miró feo”. Si ese joven hubiese tenido la mente ocupada en el fandango, en el deporte o en cualquier otra cosa, quizá ni siquiera hubiera tenido una pistola en sus manos, afirma.
Y es que conseguir un instrumento no es sencillo en un país donde una jarana o una guitarra puede costar el equivalente a un mes de trabajo con el salario mínimo. Julio César recuerda que su primera jarana la obtuvo porque su padre, albañil, le hizo un trabajo al maestro Cirilo. “Eso me marcó y desde ahí supe lo difícil que era dedicarse a esto. Desde nuestro centro cultural vemos niños que son muy nobles, con mucha energía, pero con familias de muy bajos recursos”, dice.
La autogestión necesaria
Mariano es hijo de Julio César. A sus 14 años, ya es instructor y tiene una beca del estado como adolescente creador. Junto con su padre y su hermana, Aroma, de 16, ha viajado a Texas, Tennessee y Georgia para ofrecer conciertos y talleres de música tradicional veracruzana.
"Para mí el fandango no es un hobbie, es una forma de vida. He visto que es algo que te puede abrir puertas en la vida. Mi padre es el ejemplo de lo que yo quiero ser", comparte en entrevista este joven, quien tiene como maestro a Octavio Vega, integrante del reconocido grupo sonero Mono Blanco.
“Es momento de pasar a una nueva generación de promotores o gestores, porque yo a mis 45 años ya me considero parte de los veteranos. Debemos garantizar la posteridad”, afirma Julio César, quien desde hace años ha propuesto al gobierno veracruzano que el son jarocho forme parte del programa de estudios de las escuelas primarias. Su iniciativa, sin embargo, ha sido rechazada. “Si se supone que esta ciudad (Tlacotalpan) es Patrimonio Mundial por la Unesco, ¿por qué no apoyar el son jarocho con esa misma importancia, con ese mismo estatus?”, cuestiona.
Los talleres del Centro Cultural El Barrio del Retiro son gratuitos. Y esto es posible gracias a cuatro vías de financiamiento, todas ellas enfocadas a la autogestión: la venta de instrumentos de alta calidad, los talleres de laudería —destinados a turistas que buscan una experiencia distinta en Veracruz—, los espectáculos y algunas donaciones.
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“Hace poco recibimos el Premio a los Grandes Maestros del Patrimonio Artesanal de México y fueron 100 mil pesos. También ganamos el Premio Estatal Anual al Fomento a las Artesanías y de eso fueron 30 mil pesos. Además, conseguimos becas para adolescentes creadores. Vivir sólo de la música, de tocar, por desgracia, no es posible, porque de 100 tocadas sólo nos pagan 10”, dice Julio César.
El jaranero lamenta que, cada que cambia una administración, el estado de Veracruz desaparece o modifica los apoyos que se otorgan al Instituto Veracruzano de la Cultura. Él, al darse cuenta de que no puede confiar en los apoyos públicos, decidió estudiar gestión y administración hace algunos años. Sólo así, mediante una cultura colectiva, dice, será posible subsistir ante los embates de la inacción gubernamental. “Por la voluntad de Dios, nuestro centro cultural cayó aquí, en uno de los lugares más pobres de Tlacotalpan. Y aquí seguiremos”.