/ jueves 31 de octubre de 2019

La mujer de blanco en la curva del "Diablo"

El veterano trabajador del volante, que tiene años de chófer de camiones de carga y taxis, acepta, con reservas, compartir su vivencia, ya lejana, a cambio de invitarle una cerveza “para acordarme bien”.

A pesar de los años, la leyenda de la mujer que se sube a los taxis en la curva del “Diablo”, también conocida como la curva del “Capitán”, ubicada sobre la Calzada Pie de la Cuesta, en la zona poniente de Acapulco, no se olvida y aseguran, quienes dicen que la vieron, desaparecía misteriosamente como un fantasma.

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Aunque hoy en día es difícil encontrar a alguien que quiera tocar el tema, el veterano trabajador del volante, Ubaldo, quien tiene años de chófer de camiones de carga y taxis, acepta, con reservas, compartir su vivencia, ya lejana, a cambio de invitarle una cerveza “para acordarme bien”.

Foto: Martín Gómez | El Sol de Acapulco

Para estar más cómodo, la charla se desarrolla en un local de venta de mariscos, cercano a la playa Angosta, ahí, Ubaldo, hombre de casi 60 años de edad, portando el uniforme de taxista, aunque rompiendo el estereotipo, pues en vez de traer camisa de color blanco y pantalón de vestir azul marino, viste una playera tirándole a color amarillo por el uso y un pantalón deslavado de mezclilla, “al fin que es solo para cumplir con el patrón”.

Antes de ir al punto, pide la cerveza y le da un largo sorbo, hace una mueca y explica, “todavía no me acostumbro, siempre la primera sabe amarga” y entramos en materia.

- ¿Qué pasó con la mujer que se sube a los taxis en la curva del “Diablo”? le pregunto.

Ah, sí, creo que era cómo en 1983, yo era posturero, tenía cuando mucho 18 o 19 años de edad, entonces busque trabajar un taxi, un vochito, que lo cuidaba mucho, cubría toda la ciudad y como me tocaba el turno de la tarde, obvio, que, a veces extendía mi horario de salida hasta las 12 o una de la madrugada.

Antes de seguir, toma otro trago de cerveza. ¿En qué me quedé?

-Que eras posturero…

Ah, sí, como te decía, una noche, ya iba a terminar mi turno y me encontré en el centro de la ciudad, ahí por la parada de El Vaquero Norteño, un matrimonio me pidió que los llevara a Pie de la Cuesta. La verdad lo pensé, estaba retirado, ya quería llegar a mi casa y eran casi las diez de la noche.

Pero, el señor, ya de unos 40 años, me insistió y hasta me ofreció una propina, entonces acepte llevarlos, ocuparon el asiento de atrás y en el trayecto iba platicando con el cliente sobre la situación económica de esos días y hasta que por qué trabajaba de taxista.

No sé en qué momento, me preguntó: “Oiga amigo y a usted no se le ha subido la mujer de blanco”. ¿Cuál mujer de blanco? Le revire y me explicó que en la curva del “Diablo”, a los taxistas se le subía una mujer y después desaparecía.

Me sonreí y la verdad, pensé que era una vacilada, pero entonces la esposa de mi cliente, me dijo: “Es cierto, hay varios taxistas que ya se les ha subido, dicen que siempre esta vestida de blanco, otros dicen que es un vestido de novia”.

El narrador, tomó nuevamente la cerveza y la apuró de un solo trago hasta terminársela. Regresó a verme y me preguntó ¿Puedo pedir otra? Le asentí que sí a cambio de que no detuviera su historia.

Al tener en su mano la bebida, bromeo, “esta como mano de muerto” y le tomó más de la mitad a la cerveza. Luego, continúo. Como te decía, yo no creí, es más ya no converse con mis clientes hasta llegar a Pie de la Cuesta, ahí me pagaron y en agradecimiento el señor me invitó unas frías, me las tome, porque ya había terminado y solo iba a llegar a entregar la cuenta.

Foto: Martín Gómez | El Sol de Acapulco

Estuve casi dos horas, al final me despedí, estaba un poco alacranado por las chelas que me tomé y me vine despacio, se me olvido por completo lo de la mujer, por eso al llegar por la zona del Derrumbe, ahí, por donde esta una casa color blanca, una dama de blanco me hizo la parada.

Cómo estaba sola y en esos días no había tanta violencia, pensé, me la llevo y así no llego solo al puerto y me gano un extra. Era delgada, de pelo largo negro, hizo el asiento hacia adelante para irse en la parte trasera, me dijo “buenas noches” y le respondí en tono amable “buenas noches, ¿A dónde la llevo?

La vi por el espejo retrovisor y me dijo, yo le digo, sin más me arranque y en mis adentros me pregunte ¡que hacía una mujer sola a las 12:00 de la noche y nunca me acorde lo que me habían dicho horas antes mis pasajeros!.

Nuevamente, tomó de la cerveza y se la acabo, ¿pido otra no?

--¡Si hombre, pídela!, le contesté.

Entonces señaló que, por curiosidad quiso verle la cara bien, pero la oscuridad no le permitió distinguir sus rasgos faciales y entonces un camión le echo las luces a la cara, por lo que puso la vista al frente y aminoró la velocidad.

Foto: Martín Gómez | El Sol de Acapulco

En ese momento, dijo: ¡volví a mirar por el espejo retrovisor y la mujer ya no estaba!, fue cuando sentí un escalofrió y me entró un miedo cabrón, se me erizó la piel y quería gritar, metros adelante, con la respiración agitada y el corazón aceleradamente palpitante en la gasolinera de Mozimba me detuve y revisé bien el taxi. ¡No había nadie!.

Me puse de nuevo al volante, entregué el taxi y me fui a mi casa, le conté lo sucedido a mi mujer, con la que vivía en ese entonces y a mis hermanos, pero no me creyeron, hasta se burlaron de mí “presta para andar iguales”, me dijo uno y otro me espetó: “estás pedo” y hasta me regañó.

Me fui a dormir, pero esa noche, tuve pesadillas y me dio calentura, tanto que mi mujer me llevó con una curandera, la mujer me tundió a su gusto con unas ramas y me paso unos huevos por el cuerpo, me rezó y me echo harto alcohol, pero no me curó y tuve que ir con un doctor, pero no me encontró que padecía y volví a tomar yerbas y a ir con las curanderas.

Afirmó que poco a poco fue superando el miedo y las pesadillas, ahora solo recuerda esta vivencia y le da risa, aunque ya no prestó otro servicio de noche a la Calzada Pie de la Cuesta, en aquel lugar que se ha convertido en leyenda urbana, la curva del Capitán, la curva del “Diablo” en donde la mujer de blanco se sube a los taxis.



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A pesar de los años, la leyenda de la mujer que se sube a los taxis en la curva del “Diablo”, también conocida como la curva del “Capitán”, ubicada sobre la Calzada Pie de la Cuesta, en la zona poniente de Acapulco, no se olvida y aseguran, quienes dicen que la vieron, desaparecía misteriosamente como un fantasma.

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Foto: Martín Gómez | El Sol de Acapulco

Para estar más cómodo, la charla se desarrolla en un local de venta de mariscos, cercano a la playa Angosta, ahí, Ubaldo, hombre de casi 60 años de edad, portando el uniforme de taxista, aunque rompiendo el estereotipo, pues en vez de traer camisa de color blanco y pantalón de vestir azul marino, viste una playera tirándole a color amarillo por el uso y un pantalón deslavado de mezclilla, “al fin que es solo para cumplir con el patrón”.

Antes de ir al punto, pide la cerveza y le da un largo sorbo, hace una mueca y explica, “todavía no me acostumbro, siempre la primera sabe amarga” y entramos en materia.

- ¿Qué pasó con la mujer que se sube a los taxis en la curva del “Diablo”? le pregunto.

Ah, sí, creo que era cómo en 1983, yo era posturero, tenía cuando mucho 18 o 19 años de edad, entonces busque trabajar un taxi, un vochito, que lo cuidaba mucho, cubría toda la ciudad y como me tocaba el turno de la tarde, obvio, que, a veces extendía mi horario de salida hasta las 12 o una de la madrugada.

Antes de seguir, toma otro trago de cerveza. ¿En qué me quedé?

-Que eras posturero…

Ah, sí, como te decía, una noche, ya iba a terminar mi turno y me encontré en el centro de la ciudad, ahí por la parada de El Vaquero Norteño, un matrimonio me pidió que los llevara a Pie de la Cuesta. La verdad lo pensé, estaba retirado, ya quería llegar a mi casa y eran casi las diez de la noche.

Pero, el señor, ya de unos 40 años, me insistió y hasta me ofreció una propina, entonces acepte llevarlos, ocuparon el asiento de atrás y en el trayecto iba platicando con el cliente sobre la situación económica de esos días y hasta que por qué trabajaba de taxista.

No sé en qué momento, me preguntó: “Oiga amigo y a usted no se le ha subido la mujer de blanco”. ¿Cuál mujer de blanco? Le revire y me explicó que en la curva del “Diablo”, a los taxistas se le subía una mujer y después desaparecía.

Me sonreí y la verdad, pensé que era una vacilada, pero entonces la esposa de mi cliente, me dijo: “Es cierto, hay varios taxistas que ya se les ha subido, dicen que siempre esta vestida de blanco, otros dicen que es un vestido de novia”.

El narrador, tomó nuevamente la cerveza y la apuró de un solo trago hasta terminársela. Regresó a verme y me preguntó ¿Puedo pedir otra? Le asentí que sí a cambio de que no detuviera su historia.

Al tener en su mano la bebida, bromeo, “esta como mano de muerto” y le tomó más de la mitad a la cerveza. Luego, continúo. Como te decía, yo no creí, es más ya no converse con mis clientes hasta llegar a Pie de la Cuesta, ahí me pagaron y en agradecimiento el señor me invitó unas frías, me las tome, porque ya había terminado y solo iba a llegar a entregar la cuenta.

Foto: Martín Gómez | El Sol de Acapulco

Estuve casi dos horas, al final me despedí, estaba un poco alacranado por las chelas que me tomé y me vine despacio, se me olvido por completo lo de la mujer, por eso al llegar por la zona del Derrumbe, ahí, por donde esta una casa color blanca, una dama de blanco me hizo la parada.

Cómo estaba sola y en esos días no había tanta violencia, pensé, me la llevo y así no llego solo al puerto y me gano un extra. Era delgada, de pelo largo negro, hizo el asiento hacia adelante para irse en la parte trasera, me dijo “buenas noches” y le respondí en tono amable “buenas noches, ¿A dónde la llevo?

La vi por el espejo retrovisor y me dijo, yo le digo, sin más me arranque y en mis adentros me pregunte ¡que hacía una mujer sola a las 12:00 de la noche y nunca me acorde lo que me habían dicho horas antes mis pasajeros!.

Nuevamente, tomó de la cerveza y se la acabo, ¿pido otra no?

--¡Si hombre, pídela!, le contesté.

Entonces señaló que, por curiosidad quiso verle la cara bien, pero la oscuridad no le permitió distinguir sus rasgos faciales y entonces un camión le echo las luces a la cara, por lo que puso la vista al frente y aminoró la velocidad.

Foto: Martín Gómez | El Sol de Acapulco

En ese momento, dijo: ¡volví a mirar por el espejo retrovisor y la mujer ya no estaba!, fue cuando sentí un escalofrió y me entró un miedo cabrón, se me erizó la piel y quería gritar, metros adelante, con la respiración agitada y el corazón aceleradamente palpitante en la gasolinera de Mozimba me detuve y revisé bien el taxi. ¡No había nadie!.

Me puse de nuevo al volante, entregué el taxi y me fui a mi casa, le conté lo sucedido a mi mujer, con la que vivía en ese entonces y a mis hermanos, pero no me creyeron, hasta se burlaron de mí “presta para andar iguales”, me dijo uno y otro me espetó: “estás pedo” y hasta me regañó.

Me fui a dormir, pero esa noche, tuve pesadillas y me dio calentura, tanto que mi mujer me llevó con una curandera, la mujer me tundió a su gusto con unas ramas y me paso unos huevos por el cuerpo, me rezó y me echo harto alcohol, pero no me curó y tuve que ir con un doctor, pero no me encontró que padecía y volví a tomar yerbas y a ir con las curanderas.

Afirmó que poco a poco fue superando el miedo y las pesadillas, ahora solo recuerda esta vivencia y le da risa, aunque ya no prestó otro servicio de noche a la Calzada Pie de la Cuesta, en aquel lugar que se ha convertido en leyenda urbana, la curva del Capitán, la curva del “Diablo” en donde la mujer de blanco se sube a los taxis.



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