/ miércoles 15 de junio de 2022

Hace 30 años, David descubrió que realmente quería ser Cristal

Aunque contó con el apoyo de sus padres, día a día lucha por su libertad de vestir como una mujer

Han pasado unos 30 años desde que decidió ser quien es. El tiempo sirvió para encontrarse y también representó depresión, incomprensión e indefensión, en una sociedad en partes abierta, en partes cerrada, una sociedad en la que han sido asesinadas unas 151 personas de la comunidad LGBT desde el año 2000 a la fecha, y que los colectivos registran como crímenes de odio.

Su crecimiento fue apoyado por sus padres, quienes a temprana edad descubrieron que no era David, sino Cristal, su hija.

Su papá, un campesino originario de Ocotito, supo quién era a la hora de trabajar en el campo, porque a Cristal no le gustaban esas cosas de preparar la tierra para la siembra y el trabajo duro le provocaba fiebre al final de la jornada. A su papá solo se le ocurrió decir que David era “delicado” y que no iba a servir para ese tipo de trabajo. Por su parte, su mamá lo acogió en las tareas del hogar. En pocas palabras, y diciéndolo de forma sencilla, Cristal dice que fue apoyada y comprendida por su familia.

Sus padres, ahora fallecidos, le inculcaron la religión y se asume como una ferviente católica, que sostiene que Dios debe estar antes que cualquier cosa.

Lee también: Inauguran festival "Acapulco Pride Fest" en Pie de la Cuesta

En la escuela y en el trabajo, fue prácticamente lo mismo, fue tratada relativamente con respeto, aunque el verdadero reto lo encontró en la calle.

Para ella, la sociedad cada vez es más de mente abierta hacia lo que es diferente, sin embargo, aún con eso se aguanta las ganas de usar vestidos y tacones para ir a trabajar, precisamente por la inseguridad y porque piensa que la población aún no está lista para los cambios.

Desde niña le ayudaba a su madre en los quehaceres de la casa. / Foto: Juan Manuel Molina | El Sol de Acapulco

Para el trabajo, Cristal lleva el cabello recogido en forma de coleta, utiliza playeras y jeans para estar cómoda.

Asegura que en el trabajo, una oficina de representación sindical, jamás se le ha faltado al respeto ni se le ha pedido vestir de una u otra manera, aunque es ahí el meollo del asunto.

Cristal solo quiere salir al mundo y mostrarse tal cual es, usar vestidos, maquillarse, y soltarse el cabello.

Creció con los insultos siguiéndola como sombras, y con señalamientos de encarnar la maldad, el pecado y lo que no debe ser, todo al mismo tiempo que ella no comprendía porque había nacido en el cuerpo equivocado, un cuerpo conocido pero que no es el suyo.

Entre sus sueños, está el de poder vivir muchos años para poder ver una ley de matrimonio igualitario y que existen políticas públicas para garantizar los derechos reproductivos, así como la adopción homoparental de la comunidad LGBT.

“Sería muy bonito ver que las personas dejen a los demás vestirse como ellas quieran y estar con quién ellas quieran vivir. Amor es amor”, expresa.

En la actualidad tiene pareja pero no está interesada en unirse en matrimonio. Piensa también en cambiarse de identidad pero aún no decide cuándo, pues desconoce los alcances que esto pueda conllevar en temas legales.

Han pasado unos 30 años desde que decidió ser quien es. El tiempo sirvió para encontrarse y también representó depresión, incomprensión e indefensión, en una sociedad en partes abierta, en partes cerrada, una sociedad en la que han sido asesinadas unas 151 personas de la comunidad LGBT desde el año 2000 a la fecha, y que los colectivos registran como crímenes de odio.

Su crecimiento fue apoyado por sus padres, quienes a temprana edad descubrieron que no era David, sino Cristal, su hija.

Su papá, un campesino originario de Ocotito, supo quién era a la hora de trabajar en el campo, porque a Cristal no le gustaban esas cosas de preparar la tierra para la siembra y el trabajo duro le provocaba fiebre al final de la jornada. A su papá solo se le ocurrió decir que David era “delicado” y que no iba a servir para ese tipo de trabajo. Por su parte, su mamá lo acogió en las tareas del hogar. En pocas palabras, y diciéndolo de forma sencilla, Cristal dice que fue apoyada y comprendida por su familia.

Sus padres, ahora fallecidos, le inculcaron la religión y se asume como una ferviente católica, que sostiene que Dios debe estar antes que cualquier cosa.

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En la escuela y en el trabajo, fue prácticamente lo mismo, fue tratada relativamente con respeto, aunque el verdadero reto lo encontró en la calle.

Para ella, la sociedad cada vez es más de mente abierta hacia lo que es diferente, sin embargo, aún con eso se aguanta las ganas de usar vestidos y tacones para ir a trabajar, precisamente por la inseguridad y porque piensa que la población aún no está lista para los cambios.

Desde niña le ayudaba a su madre en los quehaceres de la casa. / Foto: Juan Manuel Molina | El Sol de Acapulco

Para el trabajo, Cristal lleva el cabello recogido en forma de coleta, utiliza playeras y jeans para estar cómoda.

Asegura que en el trabajo, una oficina de representación sindical, jamás se le ha faltado al respeto ni se le ha pedido vestir de una u otra manera, aunque es ahí el meollo del asunto.

Cristal solo quiere salir al mundo y mostrarse tal cual es, usar vestidos, maquillarse, y soltarse el cabello.

Creció con los insultos siguiéndola como sombras, y con señalamientos de encarnar la maldad, el pecado y lo que no debe ser, todo al mismo tiempo que ella no comprendía porque había nacido en el cuerpo equivocado, un cuerpo conocido pero que no es el suyo.

Entre sus sueños, está el de poder vivir muchos años para poder ver una ley de matrimonio igualitario y que existen políticas públicas para garantizar los derechos reproductivos, así como la adopción homoparental de la comunidad LGBT.

“Sería muy bonito ver que las personas dejen a los demás vestirse como ellas quieran y estar con quién ellas quieran vivir. Amor es amor”, expresa.

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