Además de la crisis sanitaria, la pandemia por Covid-19 ha generado en la capital una emergencia económica donde cientos de familias han tenido que improvisar algún negocio, la mayoría semifijo, para poder sobrevivir.
Aunque es prácticamente imposible tener una cifra oficial, y las que hay parecen difíciles de creer, las calles de Chilpancingo son el reflejo del incremento de puestos donde se vende prácticamente de todo.
El añejo problema del ambulantaje en el centro de la ciudad se ha multiplicado hacia otras zonas donde es común ver puestos de comida, piratería y accesorios para celular y otros, irónicamente, de venta de productos y material para evitar el Covid-19.
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El caso de la familia Robles es significativo. El padre de la familia, don José trabajaba como mesero en un restaurante de la capital hasta que recortaron personal y a los pocos que quedaron “trabajando”, los horarios.
Explica que primero aceptó trabajar de manera alternada un día sí y el otro no, sin embargo, después la situación empeoró: eran un día de trabajo y tres de descanso. La paga al 50% y las propinas, prácticamente inexistentes.
Acordó una liquidación por sus 5 años de servicio y les alcanzó para empezar un negocio de tacos a unas cuadras de la casa.
“Pues nos va mejor: trabajamos todos los días y todos los días sale algo, para ir sobrellevando la situación. Está bien complicado”, reconoce.
Su esposa, ama de casa, es quien cocina y entre los dos jóvenes hijos se alternan entre las tareas y ayudar con el puesto.
“Todos tienen que entrarle, todos comemos”, explica con Don José.
Una “cooperación” diaria -no quiere revelar a quién-, les da derecho a instalar un improvisado carrito de herrería con un comal y un par de mesas en lo que fue hace muchos años la central de autobuses de Chilpancingo y hoy es un parque que cada día alberga más comerciantes.
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Sin precisar números, da a entender que la ganancia diaria es mayor a los 200 pesos más propinas que obtenía en el restaurante donde trabajaba que, según algunos de sus compañeros, está al borde del cierre.
A un costado del puesto está una especie de perchero donde se venden cubrebocas desde 5 pesos hasta caretas de 150. “Es el negocio de los chavos, que aprendan a ganarse sus centavos”, explica.
Considera que, independientemente de lo que dure la pandemia, parece haber encontrado la forma de sobrellevar la crisis.
“A lo mejor y este coronavirus hijo de la guayaba nos resulta en algo bueno y mejor”, resume.