/ lunes 23 de abril de 2018

Violeta del Anáhuac

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La violencia en la franja de Zihuatanejo dio muestras la semana pasada de que ha corrompido a mujeres y jóvenes, entrando con ello a vulnerar la familia, y generar descomposición social.

No hace muchos años que las mujeres se involucraron más en los grupos delincuenciales. Las que se identificaron y fueron señaladas como parte de los mismos eran contadas, como la famosa “reina del sur” que recién fue entregada a las autoridades mexicanas por las estadounidenses para que cumpla sentencia en nuestro país por los delitos que le imputa la ley. Pero la familia se mantuvo al margen de las actividades que realizaban maridos, padres, hermanos. Cuando la línea consanguínea se involucró cambió la forma de la delincuencia.

Por un lado, al corromper la familia, y por el otro, al realizar un cambio en la forma de operar y corromper a la juventud mexicana.

El dinero pasó a convertirse en un status que cobraba caro el precio por poseerlo. No sólo con la vida cortada a temprana edad, sino también el espíritu que alejado de cualquier principio, dejó de respetarse a sí misma la persona, y con ello, a su entorno.

Así lo muestran las imágenes de quienes han sido detenidos por estar presuntamente involucrados en el asesinato de seis policías que venían de prestar servicio a la propia comunidad. La carga de violencia aplicada a esos seis seres humanos es indescriptible, vulnera el alma, lastima la vida.

La venganza por el asesinato de otras personas en un operativo de seguridad sale de la lógica humana para situarse en el riesgo de la debacle de la sociedad. Si los primeros cuatro detenidos, como se informó, fueron aprehendidos en pleno centro donde paseaban la impunidad al estar portando armas sin ocultarlas, nos indica que se ha vulnerado cualquier ápice de respeto hacia los demás. Dejó de importar el entorno para hacer prevaler una “supuesta ley”, la suya, basada en los recursos económicos sustentados en el miedo, la extorsión, la venta de droga, la corruptora acción de acabar con la sociedad a partir de la familia.

Los otros seis detenidos ratifican la acción de romper la familia, cuando refiere la nota que las cuatro mujeres venían de dar de comer a los presuntos delincuentes. En su derecho a los alimentos, como todos, esas mujeres no tenían, al parecer, empacho en nutrir los cuerpos de quienes han usado la violencia, el robo, como una forma habitual de existencia sustentado en sí mismos y no en la importancia del prójimo, de la compasión, de la vida digna.

Refiere la misma información la edad de los involucrados. La edad de quienes deberían fincar en la educación, el esfuerzo por el estudio, la vocación de ser útiles y no la de jugar con la vida de los demás y su propia vida.

La familia ha dejado de tener también la estructura que permitía, a partir de la comunicación, su base de desarrollo. Ese aislamiento de algunos integrantes, desconociendo lo que hacen es un riesgo permanente, ya que, a su vez, se relacionan con su propio grupo, y puede llevar a hacer caer a conciencias rebeldes, cooptándolas y dividiendo su integración y su misión.

Lo ocurrido en Zihuatanejo en este mes de abril ha sido doloroso. Pero hay que rescatar de ello lo que permita a la sociedad avanzar. Fortalecer no sólo la seguridad, sino también el núcleo de la familia.


La violencia en la franja de Zihuatanejo dio muestras la semana pasada de que ha corrompido a mujeres y jóvenes, entrando con ello a vulnerar la familia, y generar descomposición social.

No hace muchos años que las mujeres se involucraron más en los grupos delincuenciales. Las que se identificaron y fueron señaladas como parte de los mismos eran contadas, como la famosa “reina del sur” que recién fue entregada a las autoridades mexicanas por las estadounidenses para que cumpla sentencia en nuestro país por los delitos que le imputa la ley. Pero la familia se mantuvo al margen de las actividades que realizaban maridos, padres, hermanos. Cuando la línea consanguínea se involucró cambió la forma de la delincuencia.

Por un lado, al corromper la familia, y por el otro, al realizar un cambio en la forma de operar y corromper a la juventud mexicana.

El dinero pasó a convertirse en un status que cobraba caro el precio por poseerlo. No sólo con la vida cortada a temprana edad, sino también el espíritu que alejado de cualquier principio, dejó de respetarse a sí misma la persona, y con ello, a su entorno.

Así lo muestran las imágenes de quienes han sido detenidos por estar presuntamente involucrados en el asesinato de seis policías que venían de prestar servicio a la propia comunidad. La carga de violencia aplicada a esos seis seres humanos es indescriptible, vulnera el alma, lastima la vida.

La venganza por el asesinato de otras personas en un operativo de seguridad sale de la lógica humana para situarse en el riesgo de la debacle de la sociedad. Si los primeros cuatro detenidos, como se informó, fueron aprehendidos en pleno centro donde paseaban la impunidad al estar portando armas sin ocultarlas, nos indica que se ha vulnerado cualquier ápice de respeto hacia los demás. Dejó de importar el entorno para hacer prevaler una “supuesta ley”, la suya, basada en los recursos económicos sustentados en el miedo, la extorsión, la venta de droga, la corruptora acción de acabar con la sociedad a partir de la familia.

Los otros seis detenidos ratifican la acción de romper la familia, cuando refiere la nota que las cuatro mujeres venían de dar de comer a los presuntos delincuentes. En su derecho a los alimentos, como todos, esas mujeres no tenían, al parecer, empacho en nutrir los cuerpos de quienes han usado la violencia, el robo, como una forma habitual de existencia sustentado en sí mismos y no en la importancia del prójimo, de la compasión, de la vida digna.

Refiere la misma información la edad de los involucrados. La edad de quienes deberían fincar en la educación, el esfuerzo por el estudio, la vocación de ser útiles y no la de jugar con la vida de los demás y su propia vida.

La familia ha dejado de tener también la estructura que permitía, a partir de la comunicación, su base de desarrollo. Ese aislamiento de algunos integrantes, desconociendo lo que hacen es un riesgo permanente, ya que, a su vez, se relacionan con su propio grupo, y puede llevar a hacer caer a conciencias rebeldes, cooptándolas y dividiendo su integración y su misión.

Lo ocurrido en Zihuatanejo en este mes de abril ha sido doloroso. Pero hay que rescatar de ello lo que permita a la sociedad avanzar. Fortalecer no sólo la seguridad, sino también el núcleo de la familia.