/ domingo 8 de julio de 2018

Saldo fatal

La sociedad mexicana eligió el pasado domingo al futuro presidente de la República y el porcentaje de la votación, más que contundente, fue abrumador. Desde 1988, según registros del Instituto Nacional Electoral, ningún jefe de la nación -ni Vicente Fox que abrió la puerta de salida a la hegemonía priísta de más de 70 años en el poder- había sido legitimado con más de un 50 por ciento de los sufragios totales. Esta, además, fue la elección con menos abstencionismo.

Así como el resultado fue determinante para el Movimiento Regeneración Nacional -que se erige como la primera fuerza política nacional con mayoría en el Congreso federal, en Congresos locales, presidencias municipales y el triunfo en cinco de nueve gubernaturas que se renovaron el pasado 1 de Julio-, el PRI, PRD y Acción Nacional tuvieron un efecto similar, pero a la inversa, al igual que los partidos catalogados como la “chiquillada” (el sol azteca, a propósito, es uno de sus nuevos integrantes).

La configuración geopolítica evidenciada tras los comicios del domingo pasado, son muestra de que el voto de castigo es real y los partidos políticos lo desestimaron. El Revolucionario Institucional, de ser cabeza del esquema político nacional, pasó a tercera fuerza, por debajo incluso del PAN. Su margen de operación en la Cámara de Diputados federal, por ejemplo, quedó reducido a nada, con una bancada menor a la del Partido del Trabajo y de Encuentro Social, aliados de Morena.

De acuerdo con la composición partidista en San Lázaro, Morena tendría casi 200 escaños; el PAN, 82; el PT, 61; el PES 55 y el PRI, 45. El PRD, Movimiento Ciudadano y el resto de las fuerzas quedaron con menos de 30 curules.

Tarde, pero los electores castigaron el desdén, la indiferencia, las políticas públicas erradas, la violencia, el desempleo, la fuga de inversiones, los gasolinazos y otras medidas que han acentuado el descontento social.

A partir del 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador tendrá un Congreso de la Unión a modo que advierte una relación tersa para sacar las iniciativas que ha venido promoviendo el tabasqueño con amplia aceptación. Lo ideal, en términos democráticos, sería no obstante tener un Parlamento equilibrado, con contrapesos naturales y sin mayorías absolutas. Podemos adelantar incluso que las propuestas lanzadas desde la Presidencia pasarán por mero trámite por las Cámaras baja y alta. En lo sucesivo se demostrará qué tan benéfico o perjudicial resultó eso.

Lo cierto es que, a partir de este descalabro -mortal para muchos-, se deben emprender los ejercicios de autocrítica postergados al interior de las otrora principales fuerzas políticas para iniciar una purga estructural e ideológica y partir de cero. En adelante, el dedazo, los caciquismos, apellidos y compadrazgos deberán ser extirpados de las enciclopedias estatutarias para abrir paso a la inclusión, la revalorización de candidatos y la pluralidad. No habría otra manera de avanzar, por lo menos en lo inmediato, frente a esta ola morenista-lopezobradorista que dejó de manifiesto, más allá de una simpatía o afinidad con López Obrador, el hartazgo social ante el sistema.

En lo que respecta a la expectativa de nación a partir de la llegada de AMLO a la Presidencia, será decisivo que los puentes de comunicación reconstruidos con distintos sectores, como la iniciativa privada, sean reforzados constantemente en aras de avanzar en la aplicación de las políticas públicas más convenientes para el país, conforme a las circunstancias actuales. Por el bien del país y de la esperanza mayoritaria depositada en el proyecto de Morena, esta “luna de miel” debe prevalecer sin cambios abruptos del futuro presidente después del 1 de diciembre y hasta que concluya su sexenio. Sería suicida traicionar la confianza de millones de mexicanos.

La situación de Morena y sus candidatos en Guerrero y Acapulco amerita otro espacio porque su triunfo, de entrada, no tiene mérito propio.

La sociedad mexicana eligió el pasado domingo al futuro presidente de la República y el porcentaje de la votación, más que contundente, fue abrumador. Desde 1988, según registros del Instituto Nacional Electoral, ningún jefe de la nación -ni Vicente Fox que abrió la puerta de salida a la hegemonía priísta de más de 70 años en el poder- había sido legitimado con más de un 50 por ciento de los sufragios totales. Esta, además, fue la elección con menos abstencionismo.

Así como el resultado fue determinante para el Movimiento Regeneración Nacional -que se erige como la primera fuerza política nacional con mayoría en el Congreso federal, en Congresos locales, presidencias municipales y el triunfo en cinco de nueve gubernaturas que se renovaron el pasado 1 de Julio-, el PRI, PRD y Acción Nacional tuvieron un efecto similar, pero a la inversa, al igual que los partidos catalogados como la “chiquillada” (el sol azteca, a propósito, es uno de sus nuevos integrantes).

La configuración geopolítica evidenciada tras los comicios del domingo pasado, son muestra de que el voto de castigo es real y los partidos políticos lo desestimaron. El Revolucionario Institucional, de ser cabeza del esquema político nacional, pasó a tercera fuerza, por debajo incluso del PAN. Su margen de operación en la Cámara de Diputados federal, por ejemplo, quedó reducido a nada, con una bancada menor a la del Partido del Trabajo y de Encuentro Social, aliados de Morena.

De acuerdo con la composición partidista en San Lázaro, Morena tendría casi 200 escaños; el PAN, 82; el PT, 61; el PES 55 y el PRI, 45. El PRD, Movimiento Ciudadano y el resto de las fuerzas quedaron con menos de 30 curules.

Tarde, pero los electores castigaron el desdén, la indiferencia, las políticas públicas erradas, la violencia, el desempleo, la fuga de inversiones, los gasolinazos y otras medidas que han acentuado el descontento social.

A partir del 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador tendrá un Congreso de la Unión a modo que advierte una relación tersa para sacar las iniciativas que ha venido promoviendo el tabasqueño con amplia aceptación. Lo ideal, en términos democráticos, sería no obstante tener un Parlamento equilibrado, con contrapesos naturales y sin mayorías absolutas. Podemos adelantar incluso que las propuestas lanzadas desde la Presidencia pasarán por mero trámite por las Cámaras baja y alta. En lo sucesivo se demostrará qué tan benéfico o perjudicial resultó eso.

Lo cierto es que, a partir de este descalabro -mortal para muchos-, se deben emprender los ejercicios de autocrítica postergados al interior de las otrora principales fuerzas políticas para iniciar una purga estructural e ideológica y partir de cero. En adelante, el dedazo, los caciquismos, apellidos y compadrazgos deberán ser extirpados de las enciclopedias estatutarias para abrir paso a la inclusión, la revalorización de candidatos y la pluralidad. No habría otra manera de avanzar, por lo menos en lo inmediato, frente a esta ola morenista-lopezobradorista que dejó de manifiesto, más allá de una simpatía o afinidad con López Obrador, el hartazgo social ante el sistema.

En lo que respecta a la expectativa de nación a partir de la llegada de AMLO a la Presidencia, será decisivo que los puentes de comunicación reconstruidos con distintos sectores, como la iniciativa privada, sean reforzados constantemente en aras de avanzar en la aplicación de las políticas públicas más convenientes para el país, conforme a las circunstancias actuales. Por el bien del país y de la esperanza mayoritaria depositada en el proyecto de Morena, esta “luna de miel” debe prevalecer sin cambios abruptos del futuro presidente después del 1 de diciembre y hasta que concluya su sexenio. Sería suicida traicionar la confianza de millones de mexicanos.

La situación de Morena y sus candidatos en Guerrero y Acapulco amerita otro espacio porque su triunfo, de entrada, no tiene mérito propio.