/ martes 27 de octubre de 2020

Puente… de muerte

Lejos de terminar, la pesadilla de la pandemia se advierte más cruda y prolongada. Tras el confinamiento voluntario derivado de la Jornada de Sana Distancia, el regreso paulatino a la llamada nueva normalidad sigue vacilando entre discrepancias estadísticas sobre incidencia de contagios, decesos y camas de hospital disponibles para atender a pacientes con Covid-19.

Por un lado, la Secretaría de Salud federal refirió hace unos días que Guerrero registra una tendencia favorable en el control de casos confirmados y muertes, con la posibilidad de regresar al color amarillo del semáforo de riesgo epidemiológico; el gobierno estatal, en cambio, llamó a no asumir como verdaderos los pronósticos federales porque la situación dista de ser halagadora y los contagios no cesan.

Ambas versiones, tan disímiles y contradictorias, son muestra del barullo con que se afronta la pandemia en todo el país y del desatino gubernamental en todos sus niveles para implementar estrategias adecuadas que mitiguen sus consecuencias, sobre todo las económicas.

De esa forma, sin duda, los rebrotes del Covid-19 previstos para territorio mexicano serán más complejos que el propio inicio de la emergencia sanitaria.

Europa, parámetro para toda nación americana sobre el comportamiento de la pandemia, ha vuelto parcialmente al confinamiento y a la implementación de medidas extremas en algunas de sus regiones con picos históricos desde la aparición del virus.

Los cálculos indican que América tiene seis semanas de ventaja con respecto al viejo continente para prever la tendencia de casos positivos y fallecimientos, y aplicar, en consecuencia, medidas distintas que eviten el menor daño posible en lo social y lo económico.

En materia turística, estamos a tiempo de implementar un esquema que permita la operación de negocios no esenciales sin incurrir en riesgos hacia la salud de los visitantes y de quienes ofrecen sus servicios.

Es evidente, al menos en México, que la sociedad ya no está dispuesta a reanudar el confinamiento como medida preventiva ante eventuales rebrotes, mucho menos en ciudades como Acapulco que dependen del turismo.

Tenemos en puerta el “puente” de Día de Muertos y las fiestas decembrinas, el periodo vacacional más importante del año y cuya derrama económica es soporte de este puerto. La intención de los vacacionistas, sobre todo del Centro del país, es desplazarse hacia nuestras costas.

Por ello, paralizar esa actividad y otras vinculadas para esas fechas, previendo el curso europeo, sólo acentuaría la crisis inacabable que desmorona negocios y obliga a empresarios a una reconversión de giros que los mantenga a flote.

La economía sigue en agonía, aunque el gobierno federal intente auto convencerse de que estamos sobre una ruta de recuperación. Los porcentajes de ocupación hotelera registrados en Acapulco desde la reapertura de playas, en julio pasado, han oscilado entre el 15 y 37 por ciento promedio. Son indicadores óptimos considerando las restricciones sanitarias, pero insuficientes para recuperar las pérdidas arrastradas desde marzo pasado.

La apertura segura de la actividad turística es posible y representa la única esperanza inmediata para vivificar la economía local antes de que finalice 2020.

De otro modo, ningún proceso transformador -sea cuarto, sexto o décimo- será capaz de revertir el impacto que sufrirían Acapulco y Guerrero a corto y mediano plazo.


Pedro Kuri Pheres en Facebook

@pedrokuripheres en Twitter

acapulco.ok@gmail.com

Lejos de terminar, la pesadilla de la pandemia se advierte más cruda y prolongada. Tras el confinamiento voluntario derivado de la Jornada de Sana Distancia, el regreso paulatino a la llamada nueva normalidad sigue vacilando entre discrepancias estadísticas sobre incidencia de contagios, decesos y camas de hospital disponibles para atender a pacientes con Covid-19.

Por un lado, la Secretaría de Salud federal refirió hace unos días que Guerrero registra una tendencia favorable en el control de casos confirmados y muertes, con la posibilidad de regresar al color amarillo del semáforo de riesgo epidemiológico; el gobierno estatal, en cambio, llamó a no asumir como verdaderos los pronósticos federales porque la situación dista de ser halagadora y los contagios no cesan.

Ambas versiones, tan disímiles y contradictorias, son muestra del barullo con que se afronta la pandemia en todo el país y del desatino gubernamental en todos sus niveles para implementar estrategias adecuadas que mitiguen sus consecuencias, sobre todo las económicas.

De esa forma, sin duda, los rebrotes del Covid-19 previstos para territorio mexicano serán más complejos que el propio inicio de la emergencia sanitaria.

Europa, parámetro para toda nación americana sobre el comportamiento de la pandemia, ha vuelto parcialmente al confinamiento y a la implementación de medidas extremas en algunas de sus regiones con picos históricos desde la aparición del virus.

Los cálculos indican que América tiene seis semanas de ventaja con respecto al viejo continente para prever la tendencia de casos positivos y fallecimientos, y aplicar, en consecuencia, medidas distintas que eviten el menor daño posible en lo social y lo económico.

En materia turística, estamos a tiempo de implementar un esquema que permita la operación de negocios no esenciales sin incurrir en riesgos hacia la salud de los visitantes y de quienes ofrecen sus servicios.

Es evidente, al menos en México, que la sociedad ya no está dispuesta a reanudar el confinamiento como medida preventiva ante eventuales rebrotes, mucho menos en ciudades como Acapulco que dependen del turismo.

Tenemos en puerta el “puente” de Día de Muertos y las fiestas decembrinas, el periodo vacacional más importante del año y cuya derrama económica es soporte de este puerto. La intención de los vacacionistas, sobre todo del Centro del país, es desplazarse hacia nuestras costas.

Por ello, paralizar esa actividad y otras vinculadas para esas fechas, previendo el curso europeo, sólo acentuaría la crisis inacabable que desmorona negocios y obliga a empresarios a una reconversión de giros que los mantenga a flote.

La economía sigue en agonía, aunque el gobierno federal intente auto convencerse de que estamos sobre una ruta de recuperación. Los porcentajes de ocupación hotelera registrados en Acapulco desde la reapertura de playas, en julio pasado, han oscilado entre el 15 y 37 por ciento promedio. Son indicadores óptimos considerando las restricciones sanitarias, pero insuficientes para recuperar las pérdidas arrastradas desde marzo pasado.

La apertura segura de la actividad turística es posible y representa la única esperanza inmediata para vivificar la economía local antes de que finalice 2020.

De otro modo, ningún proceso transformador -sea cuarto, sexto o décimo- será capaz de revertir el impacto que sufrirían Acapulco y Guerrero a corto y mediano plazo.


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