/ domingo 3 de junio de 2018

Presos del delito ¿adharma social? (II)

Cuando el Renacimiento irrumpe, lo hará vigoroso, hará cimbrar los dogmas que por siglos se habían construido, cimentando los fundamentos del nuevo mundo por venir. Un mundo que retorna a la antigúedad clásica para desde allí catapultarse hacia el futuro y que hace resurgir en la obra de pensadores como Moro y Campanella la luz de la utopía platónica. En Moro, visualizando una ciudad ideal sin tribuales criminales, creyendo que allí donde prive la comunidad humana y con ella la honestidad, no podrá haber delitos. En Campanella, concibiendo que la ley penal cumple con una función ética en defensa de la virtud, lo que conducirá a Bodino a premiar la acción en favor del bien público y castigar la contraria y a Bacon a anticipar la teoría moderna del Ius puniendi a cargo del Estado.

Concepciones que retomarán lo mismo Lutero y Bruno que Hobbes y Grocio, advirtiendo que más allá de los fines de la pena, existe también otro gran reto: la relación entre la pena y el delito, lo que conduce nuevamente a elucidar el problema del mérito. Sí, el mismo al que el tomismo aludiera, desde el momento en que al mal producido por el delito, se le habrá de oponer otro mal: el que produce la pena y que nace a partir del momento en que el criminal queda obligado para con la sociedad, adquiriendo con ello una responsabilidad que podrá ser graduada. Hecho que hará a Puffendorf determinar que solo el delito derivado de la inmoralidad deberá ser punible, a Vico determinar que la causa de todo delito es la ignorancia y a Hegel concluir que el delito es la exteriorización de una voluntad irracional o antijurídica que niega al derecho, de la misma forma que la pena niega al delito.

A mediados del siglo XVIII, el barón de Montesquieu hablará de la independencia del poder judicial respecto del ejecutivo de la colegiación judicial, de fundar la institución ministerial, de la inutilidad de la pena excesiva, de armonizar delitos y penas y de lo absurdo de la tortura, mientras Rousseau hará del contrato social la piedra miliar de su pensamiento. El escenario está listo: en 1764 aparece la obra del marqués de Beccaria en la que se recoge todo este centenario legado intelectual europeo para manifestar al mundo la impostergable necesidad de frenar la violencia del Estado mediante el control de la legalidad y de atender la proporcionalidad entre el delito y la pena. Hombres y ciudadanos son iguales ante la ley, de la misma manera en que las penas tienen por finalidad que el culpable no reincida. El problema, dirá Bentham casi un siglo después, reside en que el hombre por naturaleza es egoísta y quebranta al interés público a través del delito. Genovesi, Filangeri y Romagnosi profundizarán en el tema. Genovesi, destacando que quien vulnera en conciencia y libertad un derecho ajeno, pierde un derecho igual al violado; Filangeri, señalando que toda violación a la ley es un acto contrario al pacto social, Romagnosi declarando al delito un acto nocivo e injusto para los demás, haciendo con ello nacer el derecho a la defensa social preventiva. Punibilidad de la tentativa que desarrollará más tarde Carrara, defensor a ultranza de la Justicia y crítico acérrimo de la impunidad, para quien el delito no es sino la infracción de la ley del Estado y, como acto ilegal, es ilícito y antijurídico.

A toda esta pléyade de autores seguirán muchos más: Brusa, Tolomeo, Ortolan, Ardigó, Sergi, Marchesini, Lombroso, Ferri, Büchner, Haeckel, Garofalo, Liszt, von Ihering, Beling, Mezger, Carnelutti, Florián, Dorado Montero, Jiménez de Asúa, entre tantos otros. Antropología, sociología, medicina, psicología, y demás ciencias auxiliares y elementos de orden económico, político, religioso, educativo, contribuirán a enriquecer la discusión y así veremos arribar las influencias de Durkheim y Tardé. El pensamiento criminal será trascendente al delincuente. Es el medio social, determinarán, el que detona. “Las sociedades tienen los criminales que se merecen y el medio social es el caldo de cultivo de la criminalidad mientras que el microbio es el criminal”, dirá Lacassagne, de ahí que la justicia penal sea una obra de saneamiento penal. El nomos (ley) que se erige para combatir a la anomia (ilegalidad).

Podríamos seguir hasta el infinito: decenas de siglos de desarrollo intelectual que se resumen en unos cuantos destellos del universo de luces heredado desde todas las latitudes y épocas como producto de la discusión, análisis e interpretación de la filosofía del derecho, del delito y de la pena. Y todo ¿para qué? Para que al final los escritos sean olvidados, arrumbados, transmutados en letra muerta porque la sociedad está ausente, anómica, apática, refugiada en el confort de la insensibilidad e indolencia ante una criminalidad atroz que no es sino su propio reflejo, como diría Lacassagne.

Sí, somos una sociedad adhármica, demeritada, deshumanizada, que ha perdido la memoria y no le interesa recuperarla, porque sabe que es más fácil rendirse al imperio de la impunidad y la corrupción y volverse cómplice del crimen, que luchar por los valores, la verdad y la Justicia.


bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli

Cuando el Renacimiento irrumpe, lo hará vigoroso, hará cimbrar los dogmas que por siglos se habían construido, cimentando los fundamentos del nuevo mundo por venir. Un mundo que retorna a la antigúedad clásica para desde allí catapultarse hacia el futuro y que hace resurgir en la obra de pensadores como Moro y Campanella la luz de la utopía platónica. En Moro, visualizando una ciudad ideal sin tribuales criminales, creyendo que allí donde prive la comunidad humana y con ella la honestidad, no podrá haber delitos. En Campanella, concibiendo que la ley penal cumple con una función ética en defensa de la virtud, lo que conducirá a Bodino a premiar la acción en favor del bien público y castigar la contraria y a Bacon a anticipar la teoría moderna del Ius puniendi a cargo del Estado.

Concepciones que retomarán lo mismo Lutero y Bruno que Hobbes y Grocio, advirtiendo que más allá de los fines de la pena, existe también otro gran reto: la relación entre la pena y el delito, lo que conduce nuevamente a elucidar el problema del mérito. Sí, el mismo al que el tomismo aludiera, desde el momento en que al mal producido por el delito, se le habrá de oponer otro mal: el que produce la pena y que nace a partir del momento en que el criminal queda obligado para con la sociedad, adquiriendo con ello una responsabilidad que podrá ser graduada. Hecho que hará a Puffendorf determinar que solo el delito derivado de la inmoralidad deberá ser punible, a Vico determinar que la causa de todo delito es la ignorancia y a Hegel concluir que el delito es la exteriorización de una voluntad irracional o antijurídica que niega al derecho, de la misma forma que la pena niega al delito.

A mediados del siglo XVIII, el barón de Montesquieu hablará de la independencia del poder judicial respecto del ejecutivo de la colegiación judicial, de fundar la institución ministerial, de la inutilidad de la pena excesiva, de armonizar delitos y penas y de lo absurdo de la tortura, mientras Rousseau hará del contrato social la piedra miliar de su pensamiento. El escenario está listo: en 1764 aparece la obra del marqués de Beccaria en la que se recoge todo este centenario legado intelectual europeo para manifestar al mundo la impostergable necesidad de frenar la violencia del Estado mediante el control de la legalidad y de atender la proporcionalidad entre el delito y la pena. Hombres y ciudadanos son iguales ante la ley, de la misma manera en que las penas tienen por finalidad que el culpable no reincida. El problema, dirá Bentham casi un siglo después, reside en que el hombre por naturaleza es egoísta y quebranta al interés público a través del delito. Genovesi, Filangeri y Romagnosi profundizarán en el tema. Genovesi, destacando que quien vulnera en conciencia y libertad un derecho ajeno, pierde un derecho igual al violado; Filangeri, señalando que toda violación a la ley es un acto contrario al pacto social, Romagnosi declarando al delito un acto nocivo e injusto para los demás, haciendo con ello nacer el derecho a la defensa social preventiva. Punibilidad de la tentativa que desarrollará más tarde Carrara, defensor a ultranza de la Justicia y crítico acérrimo de la impunidad, para quien el delito no es sino la infracción de la ley del Estado y, como acto ilegal, es ilícito y antijurídico.

A toda esta pléyade de autores seguirán muchos más: Brusa, Tolomeo, Ortolan, Ardigó, Sergi, Marchesini, Lombroso, Ferri, Büchner, Haeckel, Garofalo, Liszt, von Ihering, Beling, Mezger, Carnelutti, Florián, Dorado Montero, Jiménez de Asúa, entre tantos otros. Antropología, sociología, medicina, psicología, y demás ciencias auxiliares y elementos de orden económico, político, religioso, educativo, contribuirán a enriquecer la discusión y así veremos arribar las influencias de Durkheim y Tardé. El pensamiento criminal será trascendente al delincuente. Es el medio social, determinarán, el que detona. “Las sociedades tienen los criminales que se merecen y el medio social es el caldo de cultivo de la criminalidad mientras que el microbio es el criminal”, dirá Lacassagne, de ahí que la justicia penal sea una obra de saneamiento penal. El nomos (ley) que se erige para combatir a la anomia (ilegalidad).

Podríamos seguir hasta el infinito: decenas de siglos de desarrollo intelectual que se resumen en unos cuantos destellos del universo de luces heredado desde todas las latitudes y épocas como producto de la discusión, análisis e interpretación de la filosofía del derecho, del delito y de la pena. Y todo ¿para qué? Para que al final los escritos sean olvidados, arrumbados, transmutados en letra muerta porque la sociedad está ausente, anómica, apática, refugiada en el confort de la insensibilidad e indolencia ante una criminalidad atroz que no es sino su propio reflejo, como diría Lacassagne.

Sí, somos una sociedad adhármica, demeritada, deshumanizada, que ha perdido la memoria y no le interesa recuperarla, porque sabe que es más fácil rendirse al imperio de la impunidad y la corrupción y volverse cómplice del crimen, que luchar por los valores, la verdad y la Justicia.


bettyzanolli@hotmail.com

@BettyZanolli