/ jueves 21 de octubre de 2021

Mole de pingüino

Una vez más reproduzco una conseja mordaz del viejo dinosaurio que será entendida a la luz de las circunstancias de la administración pública federal, estatal y municipal. He cambiado dos palabras, que van encerradas con paréntesis, por cuestión de una corrección política mal entendida y que en otro artículo trataré.

Ahora, va el cuento: “Muchos amigos me han preguntado, a lo largo de la vida, cuáles son las mejores recetas para conquistar un alto cargo. Todas mis respuestas han ido encaminadas a la idea no sólo de lograrlo sino de ejercerlo con la mayor eficiencia y dignidad.

Eso es más importante que ser designado. Porque el nombramiento puede venir de muy diversas causas. Desde por méritos indiscutibles hasta por componendas inconfesables. Pero el buen desempeño sólo puede provenir del propio funcionario. De su inteligencia, que siempre es propia y no prestada. De su valentía, que no se puede comprar en ningún lugar. Y de su lealtad, que no se renta ni se alquila. Más aún, tan importante como llegar es la manera de irse. . .

Pero volviendo al asunto, he comentado con mis amigos que busquen sus propias cualidades y que las apliquen. Porque es muy difícil dar recetas universales que no siempre sirven, por la sencilla razón de que no siempre se tienen a la mano las cualidades para ello.

De nada sirve recomendarle inteligencia a un pendejo ni lealtad a un traidor. Es como darle recetas de mole poblano a un esquimal. Por eso aquellos libros que se editan por millones de ejemplares, para que cualquier tarugo se convierta en un chingón, casi siempre es dinero tirado a la basura.

El menso queda más confundido en el epílogo de lo que estaba en el prólogo y, lo más seguro, es que llegue el lunes a mentarle la madre a su jefe y que lo corran el martes. Pero si la gente tiene con qué llegar puede utilizar tres viejos consejos que yo no los inventé sino que vienen desde antes de los faraones.

Lo primero es tener ganas de llegar. Que ello sea el producto de una vida de esfuerzos o, por lo menos, de media vida de trabajo. Si se llega “de chiripa” ya comienza mal la cosa. La designación debe verse como medalla de oro y no como un mero escalón de trepamiento.

Lo segundo es saber llegar. La política es para hombres inteligentes. Los imbéciles sufren mucho en ella y pueden perder todo sin darse cuenta. Darles un cargo es como prestarle una pistola a un niño. Creen que todo es, no saben para qué sirve y pueden hacer o hacerse un daño irreparable.

Lo tercero es poder llegar. No afanarse en ilusiones quiméricas porque se puede caer en la decepción. Que si uno es muy chingón. Qué bueno, pero a lo mejor lo que están buscando es un pendejo. Que si uno es muy honrado. Sí, felicidades. Pero quizás ellos necesiten un ratero. Que es buen orador, pero buscan un callado. Que es buen líder, pero require un sirviente. Que es muy (bizarro), pero van a alquilar a un (adamado).

En fin, cada quien debe verse a sí mismo y a sus circunstancias, como decían los clásicos. No quieran hacer mole de pingüino porque van a fracasar. Valle "

GALINDO OCHOA, Francisco. “El último dinosaurio”, Academia Nacional, AC, México, 2011, pp.51-53.

Una vez más reproduzco una conseja mordaz del viejo dinosaurio que será entendida a la luz de las circunstancias de la administración pública federal, estatal y municipal. He cambiado dos palabras, que van encerradas con paréntesis, por cuestión de una corrección política mal entendida y que en otro artículo trataré.

Ahora, va el cuento: “Muchos amigos me han preguntado, a lo largo de la vida, cuáles son las mejores recetas para conquistar un alto cargo. Todas mis respuestas han ido encaminadas a la idea no sólo de lograrlo sino de ejercerlo con la mayor eficiencia y dignidad.

Eso es más importante que ser designado. Porque el nombramiento puede venir de muy diversas causas. Desde por méritos indiscutibles hasta por componendas inconfesables. Pero el buen desempeño sólo puede provenir del propio funcionario. De su inteligencia, que siempre es propia y no prestada. De su valentía, que no se puede comprar en ningún lugar. Y de su lealtad, que no se renta ni se alquila. Más aún, tan importante como llegar es la manera de irse. . .

Pero volviendo al asunto, he comentado con mis amigos que busquen sus propias cualidades y que las apliquen. Porque es muy difícil dar recetas universales que no siempre sirven, por la sencilla razón de que no siempre se tienen a la mano las cualidades para ello.

De nada sirve recomendarle inteligencia a un pendejo ni lealtad a un traidor. Es como darle recetas de mole poblano a un esquimal. Por eso aquellos libros que se editan por millones de ejemplares, para que cualquier tarugo se convierta en un chingón, casi siempre es dinero tirado a la basura.

El menso queda más confundido en el epílogo de lo que estaba en el prólogo y, lo más seguro, es que llegue el lunes a mentarle la madre a su jefe y que lo corran el martes. Pero si la gente tiene con qué llegar puede utilizar tres viejos consejos que yo no los inventé sino que vienen desde antes de los faraones.

Lo primero es tener ganas de llegar. Que ello sea el producto de una vida de esfuerzos o, por lo menos, de media vida de trabajo. Si se llega “de chiripa” ya comienza mal la cosa. La designación debe verse como medalla de oro y no como un mero escalón de trepamiento.

Lo segundo es saber llegar. La política es para hombres inteligentes. Los imbéciles sufren mucho en ella y pueden perder todo sin darse cuenta. Darles un cargo es como prestarle una pistola a un niño. Creen que todo es, no saben para qué sirve y pueden hacer o hacerse un daño irreparable.

Lo tercero es poder llegar. No afanarse en ilusiones quiméricas porque se puede caer en la decepción. Que si uno es muy chingón. Qué bueno, pero a lo mejor lo que están buscando es un pendejo. Que si uno es muy honrado. Sí, felicidades. Pero quizás ellos necesiten un ratero. Que es buen orador, pero buscan un callado. Que es buen líder, pero require un sirviente. Que es muy (bizarro), pero van a alquilar a un (adamado).

En fin, cada quien debe verse a sí mismo y a sus circunstancias, como decían los clásicos. No quieran hacer mole de pingüino porque van a fracasar. Valle "

GALINDO OCHOA, Francisco. “El último dinosaurio”, Academia Nacional, AC, México, 2011, pp.51-53.