/ sábado 15 de julio de 2017

Los Plomos y las Tinajas

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En Venecia aún llevan al turista a que conozca los calabozos donde alguna vez piratas incorregibles, asesinos sádicos y ladrones maloras fueron recluidos para que pagaran sus pecados en las peores condiciones de malestar. Son sitios de 3 por 3 metros de lados y altura. El piso es de plomo colado y el techo de láminas y brocado también de plomo. En tales encierros en verano se obtiene un calor de 50 grados a la sombra y en el invierno el frío desciende a los cero grados. Un castigo sin misericordia, no sólo una condena.

Mientras que en San Juan de Ulúa existieron las tinajas. Celdas en las que goteras y trasminación marina te carcomían con una pronta tuberculosis por la permanente humedad que volvía irrespirable el hálito de vida de quienes estaban sometidos a la infame tortura de sobrevivir. Chucho el Roto fue su huésped de donde dice la leyenda urbana, escapó. Y que ya no le tocará morar a Javier Duarte porque tales suplicios fueron abolidos con los Derechos Humanos.

Hoy las cárceles no tienen la fama negra de Lecumberri ni el feroz aniquilamiento de La Bastilla. El padecimiento es el de una brutal sobrepoblación. Donde debieran confinarse quinientos presos, hay más de dos mil. La convivencia se vuelve insoportable. La conducta se extravía, irrita y desespera, la adrenalina calienta los ánimos y es entonces cuando la gresca culmina en sangrientos combates.

Se habla de la construcción de nuevos penales y la reubicación del que está inmerso ya en medio de la población urbana en La Cruces. Es necesario llevar las penitenciarías a climas benignos, donde no sea la temperatura un horno que crispe el ánimo de los penados. El calor es un conector colérico, que provoca ira, incita la pendencia. Un ejemplo: Lalo Cueva, diputado que viaja a 24 grados climatizado en camioneta 4x4, chofer, labora poco, se levanta tarde, sustrae un millón bimensual del Congreso local: es un caballero de risa fácil, de carácter amable, de abundancia y contento. Mientras que un reo se pasa la vida maldiciendo, amontonado en condición de paria: odia e insulta y, si a ello agregamos un sopor a más de 40 grados, estamos ante una fiera que sólo espera el momento para lanzar dentelladas, cuchilladas y convertir en un campo de exterminio su readaptación.

Si la autoridad quiere hacer menos infernales los presidios; éstos se deben construir en zonas templadas donde al menos la canícula se elimine y la convivencia forzada se revierta en una fraternidad, obligada sí, pero con índices de camorra mínimos. Salvaguardarles la vida es también uno de los derechos esenciales de los cautivos.

PD: “Auroras que son puñaladas…”:

Rubén Méndez.

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En Venecia aún llevan al turista a que conozca los calabozos donde alguna vez piratas incorregibles, asesinos sádicos y ladrones maloras fueron recluidos para que pagaran sus pecados en las peores condiciones de malestar. Son sitios de 3 por 3 metros de lados y altura. El piso es de plomo colado y el techo de láminas y brocado también de plomo. En tales encierros en verano se obtiene un calor de 50 grados a la sombra y en el invierno el frío desciende a los cero grados. Un castigo sin misericordia, no sólo una condena.

Mientras que en San Juan de Ulúa existieron las tinajas. Celdas en las que goteras y trasminación marina te carcomían con una pronta tuberculosis por la permanente humedad que volvía irrespirable el hálito de vida de quienes estaban sometidos a la infame tortura de sobrevivir. Chucho el Roto fue su huésped de donde dice la leyenda urbana, escapó. Y que ya no le tocará morar a Javier Duarte porque tales suplicios fueron abolidos con los Derechos Humanos.

Hoy las cárceles no tienen la fama negra de Lecumberri ni el feroz aniquilamiento de La Bastilla. El padecimiento es el de una brutal sobrepoblación. Donde debieran confinarse quinientos presos, hay más de dos mil. La convivencia se vuelve insoportable. La conducta se extravía, irrita y desespera, la adrenalina calienta los ánimos y es entonces cuando la gresca culmina en sangrientos combates.

Se habla de la construcción de nuevos penales y la reubicación del que está inmerso ya en medio de la población urbana en La Cruces. Es necesario llevar las penitenciarías a climas benignos, donde no sea la temperatura un horno que crispe el ánimo de los penados. El calor es un conector colérico, que provoca ira, incita la pendencia. Un ejemplo: Lalo Cueva, diputado que viaja a 24 grados climatizado en camioneta 4x4, chofer, labora poco, se levanta tarde, sustrae un millón bimensual del Congreso local: es un caballero de risa fácil, de carácter amable, de abundancia y contento. Mientras que un reo se pasa la vida maldiciendo, amontonado en condición de paria: odia e insulta y, si a ello agregamos un sopor a más de 40 grados, estamos ante una fiera que sólo espera el momento para lanzar dentelladas, cuchilladas y convertir en un campo de exterminio su readaptación.

Si la autoridad quiere hacer menos infernales los presidios; éstos se deben construir en zonas templadas donde al menos la canícula se elimine y la convivencia forzada se revierta en una fraternidad, obligada sí, pero con índices de camorra mínimos. Salvaguardarles la vida es también uno de los derechos esenciales de los cautivos.

PD: “Auroras que son puñaladas…”:

Rubén Méndez.

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