/ domingo 10 de febrero de 2019

La temperancia y serenidad en el poder

Esta semana, durante su conferencia matutina, el presidente López dijo: “Cualquier juez, magistrado, ministro, que proteja a un delincuente, de cuello blanco, que solape a un acto de corrupción, cuando menos, va a ser denunciado... Nada de que me voy a quedar callado, una cosa es el respeto a otro poder y otra cosa es que sabiendo que hubo una transa, me quede yo callado, porque no voy a ser cómplice. El pueblo se cansa de tanta pinche transa, para que quede claro (sic)”.

¿Y cómo es que él lo va a saber, cuáles son los parámetros con los que va a “juzgar” la actuación de juez, magistrado o ministro? Uno podría pensar que los de la ley, pero, por sus actos y hechos, son los que a él se le antojan. Allí están las “encuestas”, la compra de pipas sin licitación, la cancelación del aeropuerto en Texcoco, la construcción del de Santa Lucía y del tren maya, sin proyecto respectivo, entre otras.

Por su parte, ningún miembro del Poder Judicial ha dicho “ni pío” frente al atropello presidencial. Pensé que el presidente de la Suprema Corte lo iba a hacer en su discurso, durante la ceremonia de celebración de la promulgación de la Constitución de 1917. Pero nada, de nada. Juárez lo hizo frente a Comonfort, aún a riesgo de su vida y libertad personal (de hecho, éste luego aprehendió a aquél). Pero hoy Zaldívar guardó silencio frente a la provocación presidencial.

Y es que López, diariamente confronta, provoca, acusa (sin pruebas), agita en contra de grupos que no le son afines o que él considera sus antagonistas. Actúa como un activista, un candidato, no como un gobernante, no como el presidente de todos los mexicanos. Un día dice que PEMEX esta fuerte como nunca, y al siguiente que anuncia que le va a quitar cargas impositivas. ¿Por fin? Sus “conferencias” más parecen catequesis y propaganda. Evidencia contradicciones. Un día acusa (sin pruebas) a expresidentes, como a Calderón; y al otro día se disculpa, y acota que si bien es cierto que no hay ilegalidad, sino inmoralidad. ¿A cuál se refiere? Por ejemplo, la terna de candidatos a ministro que envió al Congreso es legal. ¿Pero será moral que dos de esas personas sean cónyuges de sus colaboradores y amigos? Es pregunta. Porque si vamos al terreno de “la moral”, entramos a un espacio muy ambiguo e incierto. ¿La moral de quién, de qué sociedad, de qué tiempo, de qué circunstancia?

José Francisco Ruiz Massieu escribió que, cuando se tiene poder, “es necesario tener carácter, pero no mal carácter. Si se tiene este último, se tuercen las decisiones del Estado... Se trata de convencer, de tener la razón... Se trata de hacer de la política democrática un ejercicio cualitativo: lo que importa es quién tiene la razón, independientemente de quien tiene los votos.” Se trata de gobernabilidad, que es “la operación razonable de las instituciones, el uso de la ley y de la política para resolver los conflictos en torno a la idea de Estado.”

Esta semana, durante su conferencia matutina, el presidente López dijo: “Cualquier juez, magistrado, ministro, que proteja a un delincuente, de cuello blanco, que solape a un acto de corrupción, cuando menos, va a ser denunciado... Nada de que me voy a quedar callado, una cosa es el respeto a otro poder y otra cosa es que sabiendo que hubo una transa, me quede yo callado, porque no voy a ser cómplice. El pueblo se cansa de tanta pinche transa, para que quede claro (sic)”.

¿Y cómo es que él lo va a saber, cuáles son los parámetros con los que va a “juzgar” la actuación de juez, magistrado o ministro? Uno podría pensar que los de la ley, pero, por sus actos y hechos, son los que a él se le antojan. Allí están las “encuestas”, la compra de pipas sin licitación, la cancelación del aeropuerto en Texcoco, la construcción del de Santa Lucía y del tren maya, sin proyecto respectivo, entre otras.

Por su parte, ningún miembro del Poder Judicial ha dicho “ni pío” frente al atropello presidencial. Pensé que el presidente de la Suprema Corte lo iba a hacer en su discurso, durante la ceremonia de celebración de la promulgación de la Constitución de 1917. Pero nada, de nada. Juárez lo hizo frente a Comonfort, aún a riesgo de su vida y libertad personal (de hecho, éste luego aprehendió a aquél). Pero hoy Zaldívar guardó silencio frente a la provocación presidencial.

Y es que López, diariamente confronta, provoca, acusa (sin pruebas), agita en contra de grupos que no le son afines o que él considera sus antagonistas. Actúa como un activista, un candidato, no como un gobernante, no como el presidente de todos los mexicanos. Un día dice que PEMEX esta fuerte como nunca, y al siguiente que anuncia que le va a quitar cargas impositivas. ¿Por fin? Sus “conferencias” más parecen catequesis y propaganda. Evidencia contradicciones. Un día acusa (sin pruebas) a expresidentes, como a Calderón; y al otro día se disculpa, y acota que si bien es cierto que no hay ilegalidad, sino inmoralidad. ¿A cuál se refiere? Por ejemplo, la terna de candidatos a ministro que envió al Congreso es legal. ¿Pero será moral que dos de esas personas sean cónyuges de sus colaboradores y amigos? Es pregunta. Porque si vamos al terreno de “la moral”, entramos a un espacio muy ambiguo e incierto. ¿La moral de quién, de qué sociedad, de qué tiempo, de qué circunstancia?

José Francisco Ruiz Massieu escribió que, cuando se tiene poder, “es necesario tener carácter, pero no mal carácter. Si se tiene este último, se tuercen las decisiones del Estado... Se trata de convencer, de tener la razón... Se trata de hacer de la política democrática un ejercicio cualitativo: lo que importa es quién tiene la razón, independientemente de quien tiene los votos.” Se trata de gobernabilidad, que es “la operación razonable de las instituciones, el uso de la ley y de la política para resolver los conflictos en torno a la idea de Estado.”