/ domingo 13 de diciembre de 2020

Ingrata ambición

Gobernar Acapulco debería considerarse un alto privilegio. Lamentablemente, las deterioradas condiciones del municipio reflejan lo contrario. Todo aquel que ha tenido el honor y el voto mayoritario de los acapulqueños para ocupar la presidencia municipal, postulados por casi todos los partidos políticos vigentes, han dejado resultados magros y un resabio que la sociedad no logra digerir.

Acapulco, como principal destino turístico y motor económico de Guerrero, ha adolecido de gobernantes con vocación y convicción de servicio. Más bien, se han servido del poder concedido por los ciudadanos para nutrir sus intereses personales y brincar a otra posición política, sin anteponer como política pública planes trienales estrictos que tengan continuación en administraciones posteriores para no “mutilar” acciones y programas efectivos.

A eso y otras cosas se debe gran parte de su escasa eficacia como máximas autoridades municipales.

Este municipio, urgente de modernización, seguridad pública y jurídica, y un desarrollo económico y social sostenido, ha recibido todo lo contrario: obras innecesarias y mal planeadas, además de deficientes; cuerpos de seguridad rebasados y un desdén hacia el reposicionamiento de la marca “Acapulco” en el mercado turístico. Es tal el desinterés por impulsar verdaderamente al puerto que ni siquiera se han sentado las bases para concretar todo lo referido.

Quienes han despachado en el Palacio municipal del Parque Papagayo sólo han tenido la visión de utilizar al Ayuntamiento de Acapulco como un trampolín para extender su carrera política en la administración pública o en el ámbito legislativo. Ninguno, en cambio, le ha apostado a culminar sus tres años enteros con un trabajo de tiempo completo dedicado a atender, por lo menos, necesidades indispensables y resolver demandas ancestrales de los votantes que, en el caso de las colonias populares, radican en la dotación de servicios públicos eficientes. No más.

Hoy estamos frente a una coyuntura distinta. En la última elección federal que se empató con la local, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) arrasó con los escaños en el Congreso de la Unión y el Congreso de Guerrero, así como con presidencias municipales, incluida Acapulco. Se infirió que los alcaldes y diputados electos se acogerían a la directriz de la Cuarta Transformación y se percibiría un cambio en las formas de gobernar y legislar, pero todo se mantuvo igual o peor.

En esta administración municipal se pudo sentar un precedente de verdadero cambio político al orientar acciones de gobierno efectivas a mediano y largo plazo ante la posibilidad de una reelección, es decir, un plan sexenal que no dejaría truncas obras y programas necesarios. Por el contrario, se apostó al marasmo, a la indolencia y a achacar la ineficacia a la corrupción del pasado, fiel al sermón oficial del presidente de la República. Al gobierno deficiente y a medias, sin embargo, le han apostado la actual y las pasadas gestiones, cuyas cabezas también dejaron su encomienda trunca buscando dónde colocarse en lo inmediato.

Con un Acapulco atascado en una de las crisis más desastrosas de nuestra historia reciente, la primera autoridad ha optado por pelear férreamente la candidatura a la gubernatura de Guerrero al amparo de la cuota de género, consciente de que su labor en los últimos dos años es ominosa e indigna de una nominación a un peldaño más alto.

A sabiendas de la voracidad de poder, todos los aspirantes a gobernar el municipio más importante de Guerrero tendrían que ser obligados, mediante trabajo legislativo, a cumplir a cabalidad el periodo por el que fueron electos, so pena de juicio político o inhabilitación.

Ante el desprecio continuo y drástico hacia los acapulqueños, medidas drásticas contra los gobernantes y quienes aspiran serlo para obligarlos a entregarse de lleno a Acapulco, su gente y sus causas. Es lo menos que pueden hacer quienes se sirven de su proyección política y de su presupuesto.

Pedro Kuri Pheres en Facebook

@pedrokuripheres en Twitter

acapulco.ok@gmail.com

Gobernar Acapulco debería considerarse un alto privilegio. Lamentablemente, las deterioradas condiciones del municipio reflejan lo contrario. Todo aquel que ha tenido el honor y el voto mayoritario de los acapulqueños para ocupar la presidencia municipal, postulados por casi todos los partidos políticos vigentes, han dejado resultados magros y un resabio que la sociedad no logra digerir.

Acapulco, como principal destino turístico y motor económico de Guerrero, ha adolecido de gobernantes con vocación y convicción de servicio. Más bien, se han servido del poder concedido por los ciudadanos para nutrir sus intereses personales y brincar a otra posición política, sin anteponer como política pública planes trienales estrictos que tengan continuación en administraciones posteriores para no “mutilar” acciones y programas efectivos.

A eso y otras cosas se debe gran parte de su escasa eficacia como máximas autoridades municipales.

Este municipio, urgente de modernización, seguridad pública y jurídica, y un desarrollo económico y social sostenido, ha recibido todo lo contrario: obras innecesarias y mal planeadas, además de deficientes; cuerpos de seguridad rebasados y un desdén hacia el reposicionamiento de la marca “Acapulco” en el mercado turístico. Es tal el desinterés por impulsar verdaderamente al puerto que ni siquiera se han sentado las bases para concretar todo lo referido.

Quienes han despachado en el Palacio municipal del Parque Papagayo sólo han tenido la visión de utilizar al Ayuntamiento de Acapulco como un trampolín para extender su carrera política en la administración pública o en el ámbito legislativo. Ninguno, en cambio, le ha apostado a culminar sus tres años enteros con un trabajo de tiempo completo dedicado a atender, por lo menos, necesidades indispensables y resolver demandas ancestrales de los votantes que, en el caso de las colonias populares, radican en la dotación de servicios públicos eficientes. No más.

Hoy estamos frente a una coyuntura distinta. En la última elección federal que se empató con la local, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) arrasó con los escaños en el Congreso de la Unión y el Congreso de Guerrero, así como con presidencias municipales, incluida Acapulco. Se infirió que los alcaldes y diputados electos se acogerían a la directriz de la Cuarta Transformación y se percibiría un cambio en las formas de gobernar y legislar, pero todo se mantuvo igual o peor.

En esta administración municipal se pudo sentar un precedente de verdadero cambio político al orientar acciones de gobierno efectivas a mediano y largo plazo ante la posibilidad de una reelección, es decir, un plan sexenal que no dejaría truncas obras y programas necesarios. Por el contrario, se apostó al marasmo, a la indolencia y a achacar la ineficacia a la corrupción del pasado, fiel al sermón oficial del presidente de la República. Al gobierno deficiente y a medias, sin embargo, le han apostado la actual y las pasadas gestiones, cuyas cabezas también dejaron su encomienda trunca buscando dónde colocarse en lo inmediato.

Con un Acapulco atascado en una de las crisis más desastrosas de nuestra historia reciente, la primera autoridad ha optado por pelear férreamente la candidatura a la gubernatura de Guerrero al amparo de la cuota de género, consciente de que su labor en los últimos dos años es ominosa e indigna de una nominación a un peldaño más alto.

A sabiendas de la voracidad de poder, todos los aspirantes a gobernar el municipio más importante de Guerrero tendrían que ser obligados, mediante trabajo legislativo, a cumplir a cabalidad el periodo por el que fueron electos, so pena de juicio político o inhabilitación.

Ante el desprecio continuo y drástico hacia los acapulqueños, medidas drásticas contra los gobernantes y quienes aspiran serlo para obligarlos a entregarse de lleno a Acapulco, su gente y sus causas. Es lo menos que pueden hacer quienes se sirven de su proyección política y de su presupuesto.

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