/ lunes 1 de mayo de 2017

“El Bruno” y la Fiscalía

Rutina sangrienta en una sociedad fría y contemplativa donde el asesinato dejó de ser un acontecimiento ocasional para convertirse en una realidad consecutiva. Descabezar, descuartizar, fragmentar, levantar, desmembrar son, no sólo en Guerrero sino en la mayoría de las entidades federativas de México, una cruel realidad, antítesis del humanismo civilizado. Dónde queda la convivencia pacífica de los ciudadanos, el respeto al prójimo, el Estado de Derecho, si por la vida de las personas no se tiene consideración alguna. El hombre ha de seguir siendo el lobo del hombre. Tienen que ser muy crudos los inviernos para que un lobo muerda a otro lobo. Notemos cómo hasta en el mundo animal existen límites a la ferocidad. Por qué el ser humano pensante, inteligente, gregario, negociador, no puede prescindir de la violencia aterradora que usa y se convierte en un ordinario vendedor de alcaloides y otras engañifas en santa paz, sin asesinatos, sin esa feria de homicidios que tiñen de rojo nuestra geografía. Peor que el mercado negro generado por la prohibición de las drogas es la cruel y espeluznante carnicería a la que siguen expuestas las pobres víctimas aparecidas encostaladas por doquier como escarmiento ¿de quién o para quiénes?

“El Bruno” es sólo un amargo botón de muestra. Detenido por la Fiscalía Estatal y acusado por haber asesinado con alevosía, ventaja y premeditación a una modesta vendedora de jugos en Costa Azul. Crimen que recibiera el repudio general de Acapulco. Pero que este sujeto posee además en su historial una larga cadena de atropellos y delitos contra personas inermes e indefensas, por su equivocado deseo de sobrevivir cometiendo asaltos, extorsionando y matando a quien se opone o se resiste.

Los extremos de una existencia zarandeada en la delincuencia son la muerte por una acción errónea o la cárcel –otra manera de morir– por muchas décadas encerrado, sujeto a la obligada disciplina que es la pérdida de la libertad. Un callejón sin salida de cuatro paredes agrestes: cuchitril o celda. Es el precio altísimo de una veloz carrera delictiva sea de “El Chapo” o de Javier Duarte.

Pero hay que hacer hincapié en el trabajo de Javier Olea Peláez, el fiscal de Guerrero. Sigiloso y prudente. Capitán de un servicio social nada fácil. Abrumadora su tarea, acicateada por ejecuciones como la de Demetrio Saldívar Gómez y otros tantos casos que se suman a la nómina de impunidad que ninguno desea ni quiere.

Precisamente en ello estriban los reproches que recibe el fiscal de Guerrero. La sociedad tiene prisa por percibir que la violencia no es invencible y porque la seguridad pública torne a nuestras ciudades. No es fácil la tarea. Sabemos lo sinuoso de la ruta que le ha tocado atender a esta administración, pero es urgente devolverle al pueblo la esperanza.

PD: “Estoy acaso en un lecho de rosas” Emperador Cuauhtémoc.

Rutina sangrienta en una sociedad fría y contemplativa donde el asesinato dejó de ser un acontecimiento ocasional para convertirse en una realidad consecutiva. Descabezar, descuartizar, fragmentar, levantar, desmembrar son, no sólo en Guerrero sino en la mayoría de las entidades federativas de México, una cruel realidad, antítesis del humanismo civilizado. Dónde queda la convivencia pacífica de los ciudadanos, el respeto al prójimo, el Estado de Derecho, si por la vida de las personas no se tiene consideración alguna. El hombre ha de seguir siendo el lobo del hombre. Tienen que ser muy crudos los inviernos para que un lobo muerda a otro lobo. Notemos cómo hasta en el mundo animal existen límites a la ferocidad. Por qué el ser humano pensante, inteligente, gregario, negociador, no puede prescindir de la violencia aterradora que usa y se convierte en un ordinario vendedor de alcaloides y otras engañifas en santa paz, sin asesinatos, sin esa feria de homicidios que tiñen de rojo nuestra geografía. Peor que el mercado negro generado por la prohibición de las drogas es la cruel y espeluznante carnicería a la que siguen expuestas las pobres víctimas aparecidas encostaladas por doquier como escarmiento ¿de quién o para quiénes?

“El Bruno” es sólo un amargo botón de muestra. Detenido por la Fiscalía Estatal y acusado por haber asesinado con alevosía, ventaja y premeditación a una modesta vendedora de jugos en Costa Azul. Crimen que recibiera el repudio general de Acapulco. Pero que este sujeto posee además en su historial una larga cadena de atropellos y delitos contra personas inermes e indefensas, por su equivocado deseo de sobrevivir cometiendo asaltos, extorsionando y matando a quien se opone o se resiste.

Los extremos de una existencia zarandeada en la delincuencia son la muerte por una acción errónea o la cárcel –otra manera de morir– por muchas décadas encerrado, sujeto a la obligada disciplina que es la pérdida de la libertad. Un callejón sin salida de cuatro paredes agrestes: cuchitril o celda. Es el precio altísimo de una veloz carrera delictiva sea de “El Chapo” o de Javier Duarte.

Pero hay que hacer hincapié en el trabajo de Javier Olea Peláez, el fiscal de Guerrero. Sigiloso y prudente. Capitán de un servicio social nada fácil. Abrumadora su tarea, acicateada por ejecuciones como la de Demetrio Saldívar Gómez y otros tantos casos que se suman a la nómina de impunidad que ninguno desea ni quiere.

Precisamente en ello estriban los reproches que recibe el fiscal de Guerrero. La sociedad tiene prisa por percibir que la violencia no es invencible y porque la seguridad pública torne a nuestras ciudades. No es fácil la tarea. Sabemos lo sinuoso de la ruta que le ha tocado atender a esta administración, pero es urgente devolverle al pueblo la esperanza.

PD: “Estoy acaso en un lecho de rosas” Emperador Cuauhtémoc.

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