A propósito de las grabaciones furtivas que se hacen de conversaciones de políticos nacionales, me parece muy oportuno transcribir las reflexiones del viejo dinosaurio ; a saber: “Hace muchos años me dijo David Romero Castañeda que, sobre todo en la política, las palabras son más graves que los hechos.
De entrada, no tuve duda de aceptarlo pero, sobre todo, los tiempos posteriores me confirmaron la razón de su dicho. En efecto, suele cobrar mayor trascendencia lo que decimos que lo que hacemos. Pongamos un ejemplo de la vida cotidiana.
Mandar a alguien a la chingada, con todas sus palabras, es más grave para los sentimientos y los rencores del destinatario que simplemente apartarlo de la chamba, del grupo o de la amistad, lo cual es exactamente lo mismo que mandarlo a la chingada, pero sin esas precisas y preciosas palabras.
La exclusión la puede considerar como un producto de las circunstancias , de las necesidades, de las intrigas o hasta de las rutinas. La podra justificar hasta con cualquier mentira . Que si necesitamos tu puesto para otro cabrón que nos impusieron, que si ya no es bueno que nos vean a todos en grupo, que si hay que simular que estamos medio separados.
Cualquier madrola sirve para que entienda que deba apartarse. Pero la orden imperativa y expresa de que se vaya “hasta Pillford” no se le olvidaría ni la perdonaría jamás.
Creo que nuestro ejemplo es muy claro. Por eso los políticos están obligados a cuidar muchísimo las palabras y, sobre todo, a cuidar el testimonio que de ellas , como lo son ese demonio de la tecnología moderna que se llaman “grabaciones”.
Sin embargo, el consejo no se modifica por la modernidad. Desde los tiempos en los que no existían las grabadoras, los políticos cuidaban su expresión.
No podemos imaginar que Lincoln, Juárez, César, Luis o muchos otros de la antigüedad anduvieren defecando por la boca nada más porque faltaban siglos para inventar los teléfonos, las grabadoras, las intervenciones y los “pájaros en el alambre”.
Años más tarde de lo platicado con David, un hijo suyo escribió, en un libro, lo que llamó el teorema de las palabras. Allí, Romero “el joven” señala que los políticos deben cuidar las palabras a partir de siete factores: quién, a quién, ante quién, dónde, cómo, cuándo y para qué dijo algo un político.
Aclara que él no lo inventó sino que tan solo recopiló las décadas de enseñanza de la clase política mexicana , la más inteligente y fina de todo un siglo latinoamericano.
Adolfo Ruiz Cortines cuidaba sus palabras como si arruinara joyas. Sus expresiones solían ser precedidas por un “yo creo”, “yo pienso” o “yo siento”.
Esas son referencias a ideas, creencias o sentimientos que no pueden ser comprobados por los enemigos y que no se comprometen con los amigos porque, además, pueden ser ciertos para hoy y no para mañana porque ya se cambió de pensamiento. De allí, también, el recurso de los abogados experimentados de contestar “no me acuerdo” lo cual no es sostenido ni negación. No empina a nadie pero no es perjurio comprobable.
Y es que las palabras, en realidad, para bien y para mal, son verdaderas joyas . Bien cuidadas y bien invertidas nos convierten en magnates llenos de riqueza y de poder.
Mal guardadas por nuestro descubierto o robadas por algún fisgón, pueden llevarnos a la quiebra política, al desprecio general ya la derrota irreversible.
Por eso, mis amigos, recuerden que la boca es para comer no para zurrar y que, jamás, hay que comer donde se caga. Valle".
GALINDO OCHOA, Francisco. EL ÚLTIMO DINOSAURIO. Academia Nacional, AC, págs. 43-45.