/ jueves 28 de abril de 2022

Consultas populares de los conservadores

La primera la realizó Agustín de Iturbide y se celebró el 22 de marzo de 1822. La pregunta consistía en que los sufragantes se pronunciaran por la monarquía o la república. Solo Tejas (sic), Coahuila y Guanajuato se pronunciaron por ésta. Las demás provincias (desde Costa Rica hasta la Alta California) donde había jefes militares del Ejército Trigarante votaron, casualmente, por la monarquía. Como Iturbide era el encargado (regente) del imperio, y habiéndose negado el rey de España a nombrar un príncipe -como se había pactado en el Plan de Iguala y en los Tratados de Córdova (sic)-, le quedó “de pechito” al michoacano para que la Junta Gubernativa lo eligiera emperador de Méjico (sic). No vaya usted a pensar que el ingenuo de Agustín se armó esta carambola o que ya traía el tamal envuelto.

La segunda consulta la hizo Antonio López de Santa Anna el primero de diciembre de 1854, con el lema “Inquirir al Pueblo”; en donde se preguntó si los ciudadanos querían que siguiera gobernando Santa Anna o no y, si fuera este el caso, a quién debería dársele el cargo. Al efecto, se dispusieron sendos libros -uno, por el SÍ; el otro, por el NO-, donde los votantes debían poner su nombre y firma. El periódico “El Universal” dio cuenta que la suma de votos en las juntas electorales fue que 470 mil votaron por el sí, ratificando al dictador; mientras que solo cuatro mil votaron por el no (eligiendo que el cargo le fuera dado a Juan Álvarez). 99 por ciento en favor de la continuación de la dictadura. Claro, solo fue el cinco por ciento de la población de aquel entonces en México, que era de un poco más de ocho millones. Las consecuencias de esta consulta fue que despidieron a todos los funcionarios públicos que no sufragaron; se enderezaron causas criminales en contra de los que votaron por el no, acusándolos de sedición y traición a la Patria. Igual que Iturbide, no piense usted que esto lo tejió para perpetuarse en el poder, deshacerse de sus enemigos y lanzarse contra nuestro paisano (no hay que olvidar que Juan Álvarez había proclamado el Plan de Ayutla e iniciado un movimiento militar en contra de López), y de paso que el Consejo de Estado decretara que la esencia de la voluntad popular, en esa ratificación, era que el veracruzano encarnaba al pueblo, a la nación y a la patria, por lo que se le declaraba “Alteza Serenísima”.

La tercera consulta fue hecha a petición de Maximiliano de Habsburgo. Cuando en 1863 se presentó la comisión de mexicanos, encabezados por el hijo de Morelos, a ofrecer el “trono” de Méjico al archiduque, éste puso la condición de que primero se realizara una consulta para saber si los mejicanos estaban o no de acuerdo. Casualmente, todas las actas que se levantaron en las ciudades y pueblos expresaban la unanimidad del consentimiento y beneplácito de los habitantes por que viniera a reinar el austriaco. Curiosamente, esas votaciones aclamatorias fueron en aquellos lugares donde se asentaban los cuerpos militares franceses (recordar que había una invasión y que el ejército de Napoleón III dominaba gran parte del país).

En todo el siglo XX no se realizó ninguna. En un artículo posterior comentaré las del siglo XXI.

La primera la realizó Agustín de Iturbide y se celebró el 22 de marzo de 1822. La pregunta consistía en que los sufragantes se pronunciaran por la monarquía o la república. Solo Tejas (sic), Coahuila y Guanajuato se pronunciaron por ésta. Las demás provincias (desde Costa Rica hasta la Alta California) donde había jefes militares del Ejército Trigarante votaron, casualmente, por la monarquía. Como Iturbide era el encargado (regente) del imperio, y habiéndose negado el rey de España a nombrar un príncipe -como se había pactado en el Plan de Iguala y en los Tratados de Córdova (sic)-, le quedó “de pechito” al michoacano para que la Junta Gubernativa lo eligiera emperador de Méjico (sic). No vaya usted a pensar que el ingenuo de Agustín se armó esta carambola o que ya traía el tamal envuelto.

La segunda consulta la hizo Antonio López de Santa Anna el primero de diciembre de 1854, con el lema “Inquirir al Pueblo”; en donde se preguntó si los ciudadanos querían que siguiera gobernando Santa Anna o no y, si fuera este el caso, a quién debería dársele el cargo. Al efecto, se dispusieron sendos libros -uno, por el SÍ; el otro, por el NO-, donde los votantes debían poner su nombre y firma. El periódico “El Universal” dio cuenta que la suma de votos en las juntas electorales fue que 470 mil votaron por el sí, ratificando al dictador; mientras que solo cuatro mil votaron por el no (eligiendo que el cargo le fuera dado a Juan Álvarez). 99 por ciento en favor de la continuación de la dictadura. Claro, solo fue el cinco por ciento de la población de aquel entonces en México, que era de un poco más de ocho millones. Las consecuencias de esta consulta fue que despidieron a todos los funcionarios públicos que no sufragaron; se enderezaron causas criminales en contra de los que votaron por el no, acusándolos de sedición y traición a la Patria. Igual que Iturbide, no piense usted que esto lo tejió para perpetuarse en el poder, deshacerse de sus enemigos y lanzarse contra nuestro paisano (no hay que olvidar que Juan Álvarez había proclamado el Plan de Ayutla e iniciado un movimiento militar en contra de López), y de paso que el Consejo de Estado decretara que la esencia de la voluntad popular, en esa ratificación, era que el veracruzano encarnaba al pueblo, a la nación y a la patria, por lo que se le declaraba “Alteza Serenísima”.

La tercera consulta fue hecha a petición de Maximiliano de Habsburgo. Cuando en 1863 se presentó la comisión de mexicanos, encabezados por el hijo de Morelos, a ofrecer el “trono” de Méjico al archiduque, éste puso la condición de que primero se realizara una consulta para saber si los mejicanos estaban o no de acuerdo. Casualmente, todas las actas que se levantaron en las ciudades y pueblos expresaban la unanimidad del consentimiento y beneplácito de los habitantes por que viniera a reinar el austriaco. Curiosamente, esas votaciones aclamatorias fueron en aquellos lugares donde se asentaban los cuerpos militares franceses (recordar que había una invasión y que el ejército de Napoleón III dominaba gran parte del país).

En todo el siglo XX no se realizó ninguna. En un artículo posterior comentaré las del siglo XXI.