El mal recordado 8 de octubre de 1997, los acapulqueños nos acostamos, sin pensar en las terribles y funestas consecuencias que tendría el amanecer del día 9. La lluvia empezó como a las 10 de la noche y ya se sentía el viento, pero nos confiamos, por la creencia de que en Acapulco nunca entraría un huracán, por los cerros de la bahía.
A las siete de la mañana prendí la televisión y ya se daban las tristes noticias del golpe demoledor del huracán Paulina. No había servicio de telefonía y como en la casa no pasó mayor cosa, me uní a mi vecino y compadre Xavier y juntos salimos a la avenida Costera en una camioneta de redilas hasta donde pudimos llegar. Yo quería ir a la casa de mi madre en la colonia Progreso, por lo que dejamos el vehículo y caminamos hasta la desembocadura del río del camarón, por donde está la tienda Aurrerá en la costera.
El caudal de agua rebasaba por mucho la avenida Costera, con una fuerza destructora, llevando consigo personas, animales, automóviles, y todo aquello que se le cruzó por su paso. El camino hacia la calle fue tortuoso e imposible por los cortes de calle y los cerros de piedras , tierra, escombros, por lo que decidimos regresar Xavier y yo. Posteriormente, nuevamente emprendí la caminata hasta ver a mi familia en su casa y más aún, fui al Fovissste donde la tristeza y el llanto invadía a las personas.
Observé los departamentos llenos de tierra donde según los vecinos vivían tal o cual familia que no pudieron salir. El Semefo se llenó de cadáveres y el olor a muerte era penetrante, pero mucho menos que el dolor y sufrimiento de ver a un familiar o conocido ahi tirado . Fue titánica la labor de los cuerpos de rescate, médicos forenses y los ministerios públicos, que tenían que dar fe de los cadáveres.
Vino el presidente de la República Ernesto Zedillo y preguntó por el presidente municipal (el mal recordado Juan Salgado Tenorio) del cual la voz pulular decía que andaba en el agua y otros que en Las Vegas. La verdad no se supo y nunca apareció.
Zedillo recorrió el Fovissste arropado de su Estado Mayor Presidencial, llegando al túnel de la muerte (abajo del Parque Papagayo) donde quedaron los automovilistas que no pudieron salir, angustiados ahogados y enterrados.
Nunca se rescataron sus cuerpos y fueron sacados con maquinaria dentro de la tierra seca. El presidente criticó la autorización de esa obra carente de sentido común. al estar debajo del nivel del mar y que esa era la consecuencia natural al haberla construido. Es más, fue un túnel bastante oneroso que requería de mucha energía y máquinas para desaguar diariamente.
El río del Camarón fue el afluente más dañino por haber derribado casas humildes y hasta mansiones, donde murieron arrastrados o sepultados cientos de personas. Cómo sucedió con la familia del contador Centell. Ahí donde está actualmente Soriana Cuauhtémoc se erigió un monumento a las víctimas del terrible huracán Paulina para que recordemos que tenemos que tomar las providencias preventivas necesarias para este tipo de contingencias. Tiempo después nuevamente la naturaleza nos golpeó con Ingrid y Manuel , Otis, John, sin que aprendamos la lección. Pero también, para aquellas autoridades del pasado y las presentes, como una lección de lo que no se debe hacer al permitir asentamientos regulares e irregulares en lugares extremadamente peligrosos e inundables en alianza con líderes de personas necesitadas para su clientela electoral y de esos desarrolladores inmobiliarios sin escrúpulos.
Lo cierto es que no hubo el apoyo económico oficial hacia las personas que resultaron con daños, salvo las despensas que mayormente venían de donaciones de las personas y de otros países (las cuales se robaron descarada y cínicamente por cierto).
La responsabilidad pues, es compartida. Un recuerdo para todas las víctimas (que nunca se sabrá el número real) del Huracán Paulina. Qepd.