/ viernes 1 de septiembre de 2023

Ágora | Tiempo de temblores

Muchos mexicanos desde aquel fatídico 19 de septiembre de 1985 hemos aprendido del poder letal de los movimientos telúricos de gran intensidad y el daño que deja a los sobrevivientes.

Yo mismo fui testigo y resentí ese terremoto con la familia. La casa aunque era de piedra, parecía un barco en medio del mar, que se movía y amenazaba con aplastarnos. Fueron segundos que parecían que no terminarían, los que duró aquel movimiento oscilatorio. La luz se interrumpió y aún así, fui a trabajar al primer cuadro de la ciudad (Colonia Doctores).

Tomé un autobús en la avenida Reforma y por las ventanas veía atónito e incrédulo los edificios colapsados. Me baje en Bucareli y de ahí caminé como zombi, viendo los rostros de terror y oyendo los gritos desesperados de las personas.

Algunos pedían que no prendieran fuego y otros solicitaban ayuda para sacar los cuerpos ensangrentados por los techos y debajo de los escombros. Mi desesperación llegó al límite al escuchar que alguien gritaba que Acapulco había desaparecido. De inmediato pensé en mi madre y mis hermanos que vivían en el puerto.

Mi corazón se aceleró y caminé más rápido hasta la calle Niños Héroes, pasando por Televisa que estaba derruida y una mega antena caída sobre la calle, aplastando vehículos. Seguí caminando para llegar a mi trabajo en la Tesorería del entonces Distrito Federal, que también estaba cuarteada.

Enfrente las Juntas locales de trabajo y la Procuraduría del Distrito Federal completamente derrumbadas . El Juzgado Civil cuarteado. Todo era un caos y solo se alcanzaban a escuchar las sirenas de las ambulancias a lo lejos.

Lo que vino después fue mucho más triste. Los cadáveres apilados en el Parque del Seguro Social; la gente durmiendo en la calle sin ropa ni víveres para comer. Pero tengo que reconocer que la solidaridad de los chilangos ( con todo respeto) para apoyar en el rescate, donaciones y apoyos para los damnificados, fue una gran lección para el mundo.

Todo esto, fue la génesis de la protección civil en todo el país. En pero, los mexicanos seguimos sin entender que debemos estar prevenidos para todo tipo de acontecimientos, tanto de la naturaleza como de los accidentes. Las alarmas defectuosas no suenan o suenan parcialmente, perdiéndose esos segundos que hacen la diferencia entre la vida y la muerte.

Las construcciones se siguen haciendo con materiales de mala calidad o se construyen piso tras piso sin contar con los cimientos necesarios para soportar el peso adicional y todo esto con la complicidad de las autoridades corruptas.

Ojalá hagamos caso a las recomendaciones como tener protegidos en bolsas selladas los documentos necesarios. En la contingencia cerrar la llave del gas, y desconectar la energía eléctrica, salir rápido sin correr ni empujar y colocarnos en una área libre de edificaciones y postes. Tener una lámpara a la mano y apoyar a las personas de edad y niños en la salida. Esperemos que no haya terremotos de gran magnitud y si los hay , estar preparados para salir ilesos.

Muchos mexicanos desde aquel fatídico 19 de septiembre de 1985 hemos aprendido del poder letal de los movimientos telúricos de gran intensidad y el daño que deja a los sobrevivientes.

Yo mismo fui testigo y resentí ese terremoto con la familia. La casa aunque era de piedra, parecía un barco en medio del mar, que se movía y amenazaba con aplastarnos. Fueron segundos que parecían que no terminarían, los que duró aquel movimiento oscilatorio. La luz se interrumpió y aún así, fui a trabajar al primer cuadro de la ciudad (Colonia Doctores).

Tomé un autobús en la avenida Reforma y por las ventanas veía atónito e incrédulo los edificios colapsados. Me baje en Bucareli y de ahí caminé como zombi, viendo los rostros de terror y oyendo los gritos desesperados de las personas.

Algunos pedían que no prendieran fuego y otros solicitaban ayuda para sacar los cuerpos ensangrentados por los techos y debajo de los escombros. Mi desesperación llegó al límite al escuchar que alguien gritaba que Acapulco había desaparecido. De inmediato pensé en mi madre y mis hermanos que vivían en el puerto.

Mi corazón se aceleró y caminé más rápido hasta la calle Niños Héroes, pasando por Televisa que estaba derruida y una mega antena caída sobre la calle, aplastando vehículos. Seguí caminando para llegar a mi trabajo en la Tesorería del entonces Distrito Federal, que también estaba cuarteada.

Enfrente las Juntas locales de trabajo y la Procuraduría del Distrito Federal completamente derrumbadas . El Juzgado Civil cuarteado. Todo era un caos y solo se alcanzaban a escuchar las sirenas de las ambulancias a lo lejos.

Lo que vino después fue mucho más triste. Los cadáveres apilados en el Parque del Seguro Social; la gente durmiendo en la calle sin ropa ni víveres para comer. Pero tengo que reconocer que la solidaridad de los chilangos ( con todo respeto) para apoyar en el rescate, donaciones y apoyos para los damnificados, fue una gran lección para el mundo.

Todo esto, fue la génesis de la protección civil en todo el país. En pero, los mexicanos seguimos sin entender que debemos estar prevenidos para todo tipo de acontecimientos, tanto de la naturaleza como de los accidentes. Las alarmas defectuosas no suenan o suenan parcialmente, perdiéndose esos segundos que hacen la diferencia entre la vida y la muerte.

Las construcciones se siguen haciendo con materiales de mala calidad o se construyen piso tras piso sin contar con los cimientos necesarios para soportar el peso adicional y todo esto con la complicidad de las autoridades corruptas.

Ojalá hagamos caso a las recomendaciones como tener protegidos en bolsas selladas los documentos necesarios. En la contingencia cerrar la llave del gas, y desconectar la energía eléctrica, salir rápido sin correr ni empujar y colocarnos en una área libre de edificaciones y postes. Tener una lámpara a la mano y apoyar a las personas de edad y niños en la salida. Esperemos que no haya terremotos de gran magnitud y si los hay , estar preparados para salir ilesos.