/ domingo 20 de mayo de 2018

Agora

Nuevamente Acapulco es sede, del evento anual llamado Acamoto, en el que convergen varios grupos de motociclistas de toda la República Mexicana para convivir y competir en sus habilidades sobre la poderosa "jaca". Todo esto en presencia del público ávido de emociones fuertes que bajo el influjo del alcohol y tal vez alguna sustancia de dudosos efectos vitorean a los más osados jinetes de los caballos de acero.

El ruido de los motores y el chirriar de las llantas que se queman son ensordecedores, el olor a gasolina y aceite quemado es inconfundible.

Son llamativos los colores y las formas de los cascos de los pilotos y copilotos… cuando se los ponen. Los tatuajes de figuras diabólicas en todo el cuerpo son sintomáticos de una juventud y edad adulta rebelde.

Las motocicletas de todos tamaños son distintivos de clases sociales o de las actividades licitas o no, para su adquisición. Los shorts a media nalga, los senos al aire y hasta desnudos de las jóvenes son cosa común en estos programas.

El fuerte olor a hierba de la que da risa inunda toda la costera y calles adyacentes. Los asistentes jóvenes, adultos y hasta de más de 50 años, llevan sus carros y motos tuneados para presumir y echar rostro, sin faltar su acompañante luciendo chirris short o micro falda sin reparar que están pasaditas de peso o no. ¡Viva la autoestima!

Los peinados estrafalarios con colores llamativos son lucidos tanto por hombres como mujeres. No falta por ahí el espectáculo XXX de algunos calenturientos que tienen relaciones sexuales en el pasto del camellón de la costera.

Nadie respeta los señalamientos, las mentadas de madre y la apología por el miembro viril del hombre son formas comunes de platicar. Y la autoridad… bien gracias. Cuando más, sólo de lejitos observa estos hechos.

En fin, el acadesmadre adquiere carta de naturalización en Acapulco y los ciudadanos comunes que no somos afectos a estos tumultos y que por desgracia tenemos que movernos por la Costera somos víctimas de caos vial que se genera con estos magnos eventos.

Se gasta gasolina -como si estuviera barata-. Se expele en exceso combustible al medio ambiente, contaminándolo. Se pierden horas hombre y hasta se llega a poner en riesgo la salud o la vida de las personas que por el caos vial no pueden llegar a un nosocomio para ser atendidos. Todo esto sin faltar la inseguridad en la que estamos viviendo, que pone en riesgo a las personas que acuden masivamente a estos lugares y peor aún, aquellos que de manera irresponsable llevan a sus menores hijos a presenciar estos eventos.

Ahora bien, es cierto que existen personas ávidas de estos espectáculos y que al permitirse son como la válvula social de escape de la olla de presión. Se necesita despresurizar esta energía para mantener más o menos controlada a la juventud.

El beneficio económico para el puerto es cuestionable, ya que los grandes hoteles no son requeridos por los fanáticos de estos entretenimientos. Los restaurantes de buen nivel tampoco son buscados por estas personas. Si en cambio las tiendas de conveniencia que se ven abarrotadas por el turismo chelero, de papas, atún, de agua y refrescos. Pero hay que reconocer que estas personas acuden a los restaurantes de la playa y consumen sus productos made in Acapulco.

No perdamos este segmento turístico como perdimos a los Spring Breakers que nadie quería y hoy los añoramos.

En todo evento masivo hay desmanes. Qué me dicen de la feria de San Marcos o la de Texcoco, donde la gente anda chachalaca mañana tarde y noche. Los festivales de rock son utilizados por algunos jóvenes para emborracharse y drogarse. En fin, no todo es malo en este festejo, salvo por el hecho de que la autoridad es rebasada y poco o nada hace para contener a quienes se propasan.

Bienvenido el Acamoto… Pero con seguridad y sin dañar a terceras personas.

Nuevamente Acapulco es sede, del evento anual llamado Acamoto, en el que convergen varios grupos de motociclistas de toda la República Mexicana para convivir y competir en sus habilidades sobre la poderosa "jaca". Todo esto en presencia del público ávido de emociones fuertes que bajo el influjo del alcohol y tal vez alguna sustancia de dudosos efectos vitorean a los más osados jinetes de los caballos de acero.

El ruido de los motores y el chirriar de las llantas que se queman son ensordecedores, el olor a gasolina y aceite quemado es inconfundible.

Son llamativos los colores y las formas de los cascos de los pilotos y copilotos… cuando se los ponen. Los tatuajes de figuras diabólicas en todo el cuerpo son sintomáticos de una juventud y edad adulta rebelde.

Las motocicletas de todos tamaños son distintivos de clases sociales o de las actividades licitas o no, para su adquisición. Los shorts a media nalga, los senos al aire y hasta desnudos de las jóvenes son cosa común en estos programas.

El fuerte olor a hierba de la que da risa inunda toda la costera y calles adyacentes. Los asistentes jóvenes, adultos y hasta de más de 50 años, llevan sus carros y motos tuneados para presumir y echar rostro, sin faltar su acompañante luciendo chirris short o micro falda sin reparar que están pasaditas de peso o no. ¡Viva la autoestima!

Los peinados estrafalarios con colores llamativos son lucidos tanto por hombres como mujeres. No falta por ahí el espectáculo XXX de algunos calenturientos que tienen relaciones sexuales en el pasto del camellón de la costera.

Nadie respeta los señalamientos, las mentadas de madre y la apología por el miembro viril del hombre son formas comunes de platicar. Y la autoridad… bien gracias. Cuando más, sólo de lejitos observa estos hechos.

En fin, el acadesmadre adquiere carta de naturalización en Acapulco y los ciudadanos comunes que no somos afectos a estos tumultos y que por desgracia tenemos que movernos por la Costera somos víctimas de caos vial que se genera con estos magnos eventos.

Se gasta gasolina -como si estuviera barata-. Se expele en exceso combustible al medio ambiente, contaminándolo. Se pierden horas hombre y hasta se llega a poner en riesgo la salud o la vida de las personas que por el caos vial no pueden llegar a un nosocomio para ser atendidos. Todo esto sin faltar la inseguridad en la que estamos viviendo, que pone en riesgo a las personas que acuden masivamente a estos lugares y peor aún, aquellos que de manera irresponsable llevan a sus menores hijos a presenciar estos eventos.

Ahora bien, es cierto que existen personas ávidas de estos espectáculos y que al permitirse son como la válvula social de escape de la olla de presión. Se necesita despresurizar esta energía para mantener más o menos controlada a la juventud.

El beneficio económico para el puerto es cuestionable, ya que los grandes hoteles no son requeridos por los fanáticos de estos entretenimientos. Los restaurantes de buen nivel tampoco son buscados por estas personas. Si en cambio las tiendas de conveniencia que se ven abarrotadas por el turismo chelero, de papas, atún, de agua y refrescos. Pero hay que reconocer que estas personas acuden a los restaurantes de la playa y consumen sus productos made in Acapulco.

No perdamos este segmento turístico como perdimos a los Spring Breakers que nadie quería y hoy los añoramos.

En todo evento masivo hay desmanes. Qué me dicen de la feria de San Marcos o la de Texcoco, donde la gente anda chachalaca mañana tarde y noche. Los festivales de rock son utilizados por algunos jóvenes para emborracharse y drogarse. En fin, no todo es malo en este festejo, salvo por el hecho de que la autoridad es rebasada y poco o nada hace para contener a quienes se propasan.

Bienvenido el Acamoto… Pero con seguridad y sin dañar a terceras personas.